Una tarde redundantemente tardía, una noche temprana, sentado en el mirador de mis sueños, en ese oasis imaginario del que os hablaba en anteriores reflexiones te miro, te contemplo mientras me pierdo en la belleza bermeja de la vergüenza inocente de una joven princesita a la que un piropo temprano la hace pequeñita entre sonrisas de cariño y nervios.
Un campo florido entre amapolas, donde dos chiquillos juegan al pilar entre ladrillos y correteos de un feliz, impaciente y muy nervioso pastor alemán que vigila y cuida de los pequeños, el degustar del frío, en esos meses de julio y agosto, del corazón de una sandía recién abierta rodeada de seres queridos, un rubí ensortijado como tu melena que destaca entre unas manos cuidadas y una manicura de mujer, incluso una corrección en un examen con nota de sobresaliente, así eres tú.
La pasión de un beso, del roce de mis labios con lo carnoso de los tuyos donde el carmín se viste de gala para forjar dicha unión que nos llevará de cabeza a las mismísimas llamas del Infierno.
Así eres tú, en esa tarde casi primaveral, cuando los rayos de un sol que se arrodilla ante la diosa Selene se marcha enrojeciendo las nubes y creando una definición perfecta para esos placeres visuales de la naturaleza a los que llamamos arrebol.
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