Ocultas las palabras que no debes decir. Guardas para ti, porque así te lo han pedido, todo aquello que te contaron.
El mensaje te quema en tu interior, sube y baja por todo tu cuerpo deseando salir. Su único propósito es ser contado, fluir desde tus cuerdas vocales hasta el tímpano del vecino.
Pero te saltas las reglas cuando solo lo mantienes oculto cuando te conviene, y hasta juegas con esa información. La transfieres versionada, de diferentes maneras y a distintas personas. Y así, el enigma no se termina de resolver y con el tiempo ni tú sabes realmente cuál era la incógnita a despejar.
Te sientes bien cuando te otorgan ese maldito poder, que podrá hacer que domines a algunos. También, serás poseedora de una responsabilidad que no has querido, pero que te han asignado. Ahora cargas con ella a tus espaldas, no defraudes a tu amo y señor.
Al oído susurrado, por mensaje escrito o entre sollozos. Lo cuentas y pides que no lo cuenten. Aunque tú lo has contado, porque no podías cargar con ello sola. Ahora, una vez compartido, pesa menos. ¿Eres más libre o has privado de libertad al prójimo, repartiendo tu castigo?
El problema es que ya no es desconocido y anda suelto y desbocado en el boca-oreja. Y con esa liberación deja de ser un secreto y pierde su encanto.
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