Pedir perdón para iniciar un texto puede que sea síntoma de debilidad o directamente una declaración de intenciones. A estas alturas del cortometraje no lo tengo claro, no por mí, más bien por ti y eso realmente es algo que me importa bien poco.
Querido amigo, conocido, o simplemente conviviente en mis cercanías, insisto en el título: no te entiendo. No entiendo tu vestir, tus aires de grandeza, tu postureo, tan falso como tus ideales. La posición de absolutismo y misma afirmación, que no opinión te hace perdedor desde el inicio. Y más si te contradices en la esencia.
No entiendo como tu cartera no va en consonancia con tu imagen, esa que quieres dar para querer ser quién no eres y jamás serás porque además, te mantienes firme en tu convicción de no osar a trabajar en gran medida.
No entiendo como te adentras en la cueva oscura de tus sentencias sin dar pie a réplica. No la esperes de mi parte; no me merece la pena.
A estas altura del cortometraje, y como pronto la batería de la cámara perderá su última expresión de la misma y su prestación se quedará vacía, solo puedo aplaudir tu necesidad de protagonismo, matando moscas a cañonazos, hormigas indefensas a pisotones con zapato de tu compañero de circo y nariz roja. Muy de esos que piensas que son los tuyos.
Solo te queda airear bandera y acordarte del gallego para cumplir con todos los requisitos de un buen aplauso de ricachones adinerados, patillas patrocinadas y seguir apoderándote de hasta lo más insignificante para despreciar a tu vecino.
De verdad que a estas alturas del cortometraje, lo siento, pero no te entiendo.
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