Vuelve la Noche Buena, el niño Dios va a nacer, un año más. Sentados a la mesa los mismos pero diferentes. Ausencias imposible de suplir, incorporaciones nuevas que tienen que estar, y tú ahí, sentada y sin saber qué decir.
Rodeada de gente y sola, más sola que nunca, con la mirada fija en un vacío y con el miedo a caer en él.
Ya no importa, la función va a empezar, los mismos ritos de siempre, pero todo diferente, porque tú desapareciste en algún momento de la línea del tiempo y por mucho que buscas no te encuentras.
La mesa repleta, mientras otros no tienen nada, y el estómago se te cierra, porque vuelves a revivir el pasado, y todo está mal aunque sonrías, todo es diferente aunque parezca igual. Te sientes cansada de interpretar tu papel, de fingir que lloras de alegría, de estar sin querer, y mostrar una felicidad que es de mentira.
Ya estamos en los postres, queda poco para el último acto, y allí sigues, sin saber dónde mirar porque hasta el vacío ha desaparecido, ojalá hubieras sido tú ese vacío.
La sobremesa ya te supera, no quieres seguir interpretando. Se acabó la obra, ovaciones silenciosas que te saben a fracaso. Y así una Navidad más, en la que todo es igual pero nada es lo mismo.
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