Hola, me presento, soy… qué más da si no vas a terminar de leer estas líneas y ya te habrás olvidado de mi nombre y de mí.
Soy, quedémonos con eso, porque estoy vivo, aunque a veces dudo de mi existencia si no fuera por las taquicardias que aceleran mis pulsos.
Nada de tristezas, fuera las penas, viva la alegría,…
Me pillas en la calle, trabajando. Bueno, justo ahora mismo tomando café, a tu lado, y al tuyo. Miro de refilón y ahí estás con tus cuatro amigas viejas -que no cuatro viejas amigas- y ni te inmuta mi presencia, ni lo pretendo.
También estoy a tu lado, no tan cerca, pero te miro por casualidad, y al tuyo, y también al tuyo. Tu chaqueta marrón es horrorosa, pero no menos que la gorra de publicidad de tabaco de tu colega que se acaba de sentar a tu lado.
Está claro, la vida es eso; personas unas junto a otras y todas separadas, despegadas, desinstalaras del apego, la empatía e incluso de un simple buenos días.
Te veo caminar, y a ti, y a ti, y con suerte intercambiaremos media décima de segundo donde nuestros ojos conectarán porque han coincidido en dirección y matemáticamente, sentido contrario.
Invisible al siempre a los ojos de los demás.
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