—¡No me digas! —se burlaba Reyes— por esa cara yo diría que te has cruzado con el sobrinísimo.
— ¿El sobrinísimo? ¿De qué demonios estás hablando?
—No te hagas la loca, el chino tiene razón. Di que sí, chino. No hace ni un segundo que los he visto en pleno rito —dijo con picardía, mientras simulaba tocar un violín— ha sido tan romántico: él de pie esperando a que ella se girara y, cuando ella lo hizo…
—¿En serio? ¿Estaba esperando a ver si me daba la vuelta? —preguntó ella, embobada.
Entonces Fabián entendió que aquello ya no era gracioso. “Nina se sentía atraída por Antonio”.
—¡Niña, déjate de tonterías! No me fío del sobrinísimo, y tú, tampoco deberías hacerlo. ¡Desde que cruzó las puertas de la comisaría, están sucediendo cosas muy peculiares! Así que olvídate de ese pavo, y vamos al despacho del comisario, que está esperando.
—Sí, por supuesto, vamos, pero de camino cuéntame, ¿por qué le llamáis el sobrinísimo?
—Pensaba que eras más lista «inspectora», o al menos más observadora… El muchacho se lleva todo el día con la misma retahíla… Mi tío por aquí… Mi tío por allá… ¡Es muy pesado! Y el mote le viene que ni pintado —añadió Fabián.
— Di que lo tienes atravesado desde que ayer te chantajeó con contarle al jefe lo que pasó aquella noche de copas. Como un trapo lo puso —aseguró Reyes partiéndose de risa—. Si no sabes beber, no bebas, sobre todo sabiendo que tienes la lengua larga —le aconsejaba Reyes a Fabián mientras Nina los observaba, estaba claro que sabían más que ella, fuese de lo que fuera, y eso la cabreaba.
— Buenos días, —les saludó Romera, —llegan muy justo de tiempo, espero que no se repita —les increpó al cruzar las puertas del despacho, y sin darles tiempo ni siquiera a saludar, les ordenó cerrar la puerta…
Continuará…
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