Mesita de noche de Arancha Naranjo. Desde muy joven se ha dedicado a la escritura, aunque de manera profesional ha empezado hace tres años, fruto de los cuales acaba de aparecer su primer libro de relatos bajo el título Invitación a un filandón.
Fue seleccionada junto a otros autores en Labios rojos, chocolate y una rosa, concurso que amadrinó Rosa Montero.
Estoy leyendo a Julian Barnes, un autor conocido sobre todo en mi juventud, cuando era considerado uno de las figuras más relevantes de la literatura inglesa. Con el tiempo su fama ha disminuido, ya no lo veo tanto en las listas de los más vendidos, sin embargo todavía quedamos una generación para los que su nombre nos dice algo.
Hace unos días mi Instagram me chivó que había sido invitado por la librería Alberti de Madrid para promocionar su último libro, Elisabeth Finch. Me hubiera gustado muchísimo asistir, pero no conseguí plaza. Me consolé con verlo en diferido y no me arrepiento, porque en un momento una mujer ensalzó su libro Nada que temer que es el que ahora está en mi mesita de noche, editado por Anagrama en 2010 y traducido por Jaime Zulaika.
Nada que temer no es una novela, tampoco es un ensayo, podrían ser una especie de memorias muy personales donde el libro gira sobre la idea de la muerte. A partir de ahí conocemos con sentido del humor a sus abuelos, sus padres y su hermano. Es ese sentido del humor inglés cargado de una fina ironía. Y al mismo tiempo aparecen literatos y personajes literarios que le ayudan en sus elucubraciones.
En un momento escribe: “cuando pregunto ¿por qué me incumbe la muerte?, aplaudo la escueta respuesta del teólogo J. Bowker: porque te incumbe el universo”. He pasado dos días dando vueltas a la relación que pueda haber entre la muerte y el universo y no la encuentro. Recuerdo cuando un amigo poeta andaba preocupado en que la muerte le pillara en calcetines. Le parecía una situación muy ridícula para pasar a la eternidad. Esta preocupación también escapa a mi lógica, ¿qué más da la ropa que lleves cuando te mueras? Y ambas percepciones posiblemente son muy lógicas ante la ilógica de morirse. Y como reza el título de este libro no hay nada que temer ante la parca.
De vuelta al libro me parece muy recomendable como meditación que va más allá de lo que nos atañe el día a día, pero que no deja de tener importancia para nuestras vidas. Una prosa que en ciertos momentos recuerda a Proust en su ir y venir de asociación de ideas. Para disfrutar a pequeñas dosis, como si J. Barnes nos acompañara en nuestra butaca favorita para una charla sobre Dios, la religión, la muerte, Francia, la familia mientras tomamos un café.
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