Cansado de deambular en la oscuridad, hoy me dispongo a contemplar la vida, la luz que da la vida, la luz que da calor. El color, el calor y la vida misma a la luz de una mañana radiante, de temperatura agradable, de gentío abrigado y disperso, de paseos agradables, de adoquines tan errantes como yo.
Hoy no me apetece mendigar; me puse mis mejores galas de todos los días, y aún sin saborear los placeres del vino me dejé encandilar por el viento atrevido que mueve mi melena cana, mis barbas tan frondosas como el bosque que no os deja ver la sombra de ese árbol solitario que echa raíces aferrado a su rinconcito de paz y que mis pies guíen mi camino hasta ese también solitario escalón en el que contemplaré el suave y mínimo vaivén de las aguas de un río, arteria principal, sangre de nuestra sangre que tantas culturas ha visto pasar y aún así, ahí sigue caudaloso, airoso, truhan, enamorando miradas…
Sin esperarte llegaste y sin saberlo me diste compañía; pasaste por los mismos adoquines que yo aunque con mucho más sosiego y alegría, con esos aires de pájaro, sin aletear en demasía.
Fueron escasos segundos, eternos, suficientes, en los que me dibujaste una sonrisa abandonada a su suerte, a la mía.
Una simple paloma, tal vez yo soy más simple que tú, pero en nuestra simpleza, seguro que nuestro encuentro valió la pena, como cantaba Marc Anthony…
Una mañana cualquiera, la de hoy, con el brillo en tus reflejos y en mis ojos, regreso a mis aceras con el tarro de la felicidad a rebosar expectante a ver cuantas monedas caen hoy y cuantos tetra briks de vino.
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