En la llanura, el zahorí Vari se tomó un momento para explicar a sus estudiantes cómo se generarían los nombramientos después de la llegada del portador. Ellos tomaban notas, cuando Ázdeli, experimentó una visión tan letal que le impulsó a escribir algo que compartió en privado con su tutor, el zahorí no podía creerlo.
—¿Qué? No es posible, ¡existe un protocolo!, —manifestó el señor Vari—, y lo confirmaron hace días. Asimismo, he tenido la oportunidad de leer el artículo en el semanario de Brianaquel, en el cual se presenta al príncipe Zeldriz como portador. Este cambio es incomprensible, aunque es factible que tenga alguna relación con la propuesta de matrimonio que se encuentra en la mesa, reflexionó, considerando que se trataba de una circunstancia delicada.
—¡Un momento! —inquirió —. ¿Desde cuándo tienes visiones?
—¡Yo-yo! —exclamó Ázdeli, confuso, hasta que, de pronto, oyó un grito.
—¿Has visto su cuerno?, ¿cuánto medirá?, —preguntaba Nelix, sujetando nerviosamente los hombros de Ázdeli, quien comprobó sorprendido cómo el pueblo recibía al jinete de semblante oscuro. Ni siquiera podían imaginar que vitoreaban al enemigo en su camino hacia el estrado.
—Cuatro pies, —exclamó Ázdeli, consciente de que la curiosidad de su compañero le había liberado de aquel instante tan incómodo.
—“Usted y yo, debemos hablar”, —le dijo el señor Vari, al ver que el joven tenía la capacidad de ver. No obstante, Ázdeli no estaba dispuesto a revelar más sobre mis advertencias.
En ese momento, el pueblo se apartaba, con respeto, ensimismado, ante la presencia de Záun, mientras comentaban su capacidad de viajar a otros reinos a deseo de su jinete. La gracia, conocida como «destello». Y todos los presentes la coreaban al unísono, ante la satisfacción del jinete, quien descendía de su montura, satisfecho con el recibimiento.
—¡Blazéri! “¡Destello!”, —exclamaban los jóvenes y los ancianos con felicidad. Sin esperar la respuesta del enorme animal que, levantándose sobre sus patas traseras, coceaba molesto por los gritos de la multitud, pero calmándose, tras el severo toque de riendas de su jinete que arropado por la fama que lo precedía, se dirigió con falsa solemnidad hasta el lugar de reunión.
—¡Esperanza y luz! Recibimos con júbilo las nuevas que nos trae —aseguró el sabio Vari mostrando su desconfianza al estrechar la mano del jinete por menos tiempo del esperado.
—¡Esperanza y luz, zahorí Vári! Os hago entrega de este documento por orden de la reina.
Desde el momento en que el señor Vári vio el sello real supo que tenía una tenue ventaja, y que no vacilaría en ultimarla ante la mirada de los habitantes, quienes utilizaban sus mejores vestimentas para celebrar “la decisión crucial del consejo”. El silencio se hizo sentir en el lugar, de no ser por la presencia de una diminuta ninfa.
En ese instante, Vári se aproximó a uno de los arreglos florales que decoraban el espacio, acomodando entre sus dedos una de las hermosas hojas de tallo dorado, donde se hallaba la tímida Tizhía. ¡Demasiado nerviosa como para dominar el batir de sus alitas, y demasiado joven como para recibir el tratamiento de señora!
—¿Podría controlar sus alas? —preguntó amablemente el zahorí. Pero ella se puso tan pálida ante la recomendación que las empleó para cubrirse, después de desprenderse de cientos de diminutas motas de azul brillante que iluminaron la noche, generando entre los asistentes un sonoro…
—¡Oooh!
la falta de entonación y comentarios de dos individuos presentes.
—No queremos esperar más —gritó Horhy provocando con la mirada a su hermano para que participara, mientras insistía en su burla—. ¡Venga, viejo zahorí! No te hagas de rogar…
Ahora tú, hermano, ¡anímate! Es muy divertido, el sonido de la gente disimulará tu tono, te prometo que nadie se fijará en tu voz.
—No sé… Horhy, sabes que la humedad de la noche la suaviza más —rebatió inseguro Cuorhy, antes de contestar—. Pero tienes razón, hay demasiada gente, creo que pasaré inadvertido —musitó, decidido a olvidar por un momento lo extremadamente femenina que resultaba su voz en ocasiones—. ¡Escuche a mi hermano!, queremos saber el “nombre” antes de ser “tan viejo como usted”.
De repente, el señor Vári levantó la mirada buscando entre el gentío, que guardaba un silencio circunstancial, esperando ponerles cara a los causantes de tan inapropiada conducta. Y a pesar de lo que pensaba, no tardó en dar con ellos. Pues no muy lejos del atril, una elfa real señalaba las espaldas de dos pequeños elfos mariposa.
—Gracias, princesa Zhiriz por revelar a estos dos gamberros alados.
—¡Horhy, debí imaginar que se trataba de usted! Pero me ha despistado la voz de su hermano. Ni podía llegar a imaginar que la voz de Cuorhy hubiera cambiado tanto, ¡de pequeño berreaba como un lobo! ¡Así que debo reconocer que me ha despistado su balitar de gacela!
De pronto el sonido colmó el ambiente con cientos de carcajadas, mientras todos se giraban a observar a Cuorhy, que entre murmullos recriminaba a su hermano que le hubiera animado.
—¡Así que nadie lo iba a notar!, ¿no…? ¡Deja de reírte, o conseguiré una nueva voz para ti!
— Vamos, hermano, solo son risas, y, de todos modos, si alguien lo necesita, no soy yo —peleaban
—En fin, Horhy y Cuorhy como castigo por su impertinencia, ayudarán al resto de sus compañeros a retirar los cortinajes de los bazares durante todo el festival.
Por supuesto, el castigo molestó a ambos, y eso los llevó a dejar de pelear entre ellos para centrarse en la princesa elfa. Por lo que ambos levantaron el vuelo, resentidos, aunque sin conseguir más que alimentar las risas de los asistentes. Ante la reacción de la princesa que, sin ningún esfuerzo, daba muestra del conocido dominio de los elfos reales sobre los elementos, e inhalando con suavidad, susurraba un conjuro a las doncellas del viento, que los hizo girar varias veces, alargando su vuelo hasta dar con sus pequeñas espaldas en la parte más alta de las ruinas.
—¡Basta! —ordenó el zahorí Vári, caminando hasta el atril—. ¡Ha llegado el momento! ¡Que lo ya escrito los guíe! Solicito, pues, que los postulantes de las siete forestas den un paso al frente.
De entre los asistentes, iban saliendo uno tras otro los jóvenes de las diferentes forestas, hasta sumar tres por cada casa. El señor Vári carraspeó varias veces y una vez aclarada su garganta, pronunció:
—Emeti’ amrep reel… Y liberado el sello, desplegó el pergamino.
Hoy, en el primer día de Aries, tras ocultarse el sol de equinoccio. Por votación de los consejeros de palacio y por orden de nuestra queridísima reina Tahíriz Alemrac, tengo el honor de dirigirme al diverso pueblo de Hósiuz.
Princesa Elfa, Híz Tidartiz.
Príncipe Elfo, Órex Zehcnas.
Príncipe Elfo, Déztux Zeñun —gritó el sabio al terminar sin levantar la vista del documento.
—¡Por Hósiuz! —exclamaron todos ellos, dando un paso al frente.
Fue entonces cuando el zahorí Vári levantó la mirada del pergamino por unos segundos, con el fin de observar a los tres jóvenes, y entonces, dio el nombre en la lengua antigua. Aquella que solo se usaba para conjuros o en los nombramientos, para sellarlos mediante la magia, y fiel a la costumbre, pronunció:
—Afle laer ascen’ anirp ed anila’ amrut Híz Tidartiz al aremi’ arp adarb’ amon.
La noche era cálida y la brisa atrevida de la doncella del norte jugueteaba con los dulces acordes de un violín. Todos los habitantes brindaban apoyo con sus vítores a la primera nombrada:
—¡Híz! Maestra de Arquera y décima en la línea de sucesión en el trono de Hósiuz.
—¡Híz, la primera nombrada!
—Híz, princesa Elfa de Turmalina —exclamaban los presentes aprovechando la oportunidad para compartir su belleza.
—¿No habrá visto alguien, Merhug? —preguntó Didig, arreglando su melena.
El viaje hasta llegar al festival había resultado cómodo y rápido, pero el aterrizaje se podía mejorar.
—No, nadie. Corre, corre, que ya ha empezado. Mira, esa es la primera nombrada.
—¿Híz? ¡Deseaba tanto ponerle rostro! Observa, su cabello, es negro, y están recogidos en forma de cuerno, “me recuerda a Záun”, qué ironía. Y mira, ¡cómo lo adorna con esa sencilla joya! ¡Parece muy antigua! ¿Qué crees que será? —dijo la joven Didig, levantando su cabello para recogérselo de forma similar.
—Es… ¡Una rara joya que se hereda al nacer! De procedencia secreta. Recuerdo que cuando era pequeño mi madre me contaba la historia de una princesa. Creo que en ella se hablaba de un prendedor que, al parecer, era un arma, con características muy especiales —aseguró tirando de las hojas de un pequeño arbusto para adornar el cabello de Didig con ellas—. ¿No se oyen esas vivencias en el lugar de origen? —Preguntó, sorprendido.
Katy Núñez
Deja una respuesta