Aquella noche, Merhug ojeaba algo a escondidas. Su jornada había acabado y siempre quedaba solo cuando tocaba limpiar.
—Saldré lo antes posible. ¡El sumiller tiene buenos contactos! Por fin, me ha conseguido la caja de ampollas que le pedí, “de alas de águila, nada menos” es impresionante lo que se puede comprar en el mercado sombrío —aseguró, guardando los cubos y tirando el delantal sobre las escobas.
—Merhug —gritó la nueva ayudante de la señora Horig entrando en las cocinas—. ¡Ah, si estás aquí! ¿Por casualidad tienes un plano del festival? —preguntó, muy interesada.
—Sí, claro, Didig, ¡justo ahora lo estaba mirando!, —contestó el joven mostrando su acostumbrada amabilidad, enfatizando algo más, porque la joven le parecía bellísima.
—¡Qué pena que esté a tantos días de viaje!, ¿verdad? Mira el bazar de las telas, está nada más entrar a la derecha. Dicen, ¡que el señor Fixex estuvo dudando en entregárselo a las ninfas!, ¿y no sé por qué? Sé de buena tinta que tienen sedas finísimas —aseguró Didig, enredando al joven en su entusiasmo—. Bueno, te dejo, ¡que la señora Horig ya me ha regañado dos veces esta mañana y no quiero que me castigue sin ir a la gran cena! ¡Te imaginas! “Me moriría” si perdiera la única oportunidad de visitar el festival, y eso no puede ocurrir porque lo tengo todo planeado. Pienso visitar —uno a uno— todos los bazares en cuanto terminemos de dar la gran cena Amatis. ¡Quizá podamos ir juntos, “o quizá no”!
—Espera, ¡no te marches aún!, ¡quiero mostrarte algo! —dijo Merhug, deslizando el meñique—. ¡Aquí! Esta, es la Casa de la Estrecha, ¡y siempre hay cola para entrar! —dijo, levantando los brazos—. ¡Imagínate! ¡Cuándo entras te encuentras con una enorme barra y frente a ella una gran mesa! Pero lo mejor, es que, entre ambos lados, “apenas hay treinta pies”. Sin embargo, ¿quién quiere espacio? ¿Cuándo puedes comer el mejor asado del mundo? Y una vez llenos, al bazar contiguo. No hay mejor digestivo que el aguamiel del famoso Coreg —afirmó—. ¡Sabes! ¡Tengo ampollas de águila en el zurrón!, —añadió con intención de persuadirla.
—¿No sé, Merhug? Esas pócimas están prohibidas y no siempre son lo que dicen. A la hija, de la amiga de mi prima, la engañaron. ¡Las tomó…! Y estuvo una semana sin salir de su aldea, con unas protuberancias en la espalda y unas pequeñas alas de Ovalí sobresaliendo de ellas.
—¡Uh! ¡Eso no tuvo que ser agradable! —susurró imaginándolo.
—¡Je, je! ¡Ni práctico!, “la ha castigado de por vida”, ¡lo siento!, pero no me voy a arriesgar.
Aunque para Merhug el riesgo no era un problema, si con ello conseguía llevarla al festival, lo deseaba tanto como la aventura y, aturrullado, sacó una ampolla, mientras otra, caía en un descuido entre los sacos de harina.
Didig se mordía el labio.
—¡No lo hagas! —le gritó—. ¡No es una buena idea!
—¡Listo! —aseveró él, vertiendo en su garganta el viscoso brebaje, ¡qué era tan oscuro, como la horrible esfera en la que se vio envuelto mientras abría los brazos y alzaba el pecho! —. ¡Sí, sí!, —gritó de repente, tremendamente emocionado, hasta qué—. ¡Ah! ¡No, no! —masculló. Cambiando de parecer para llevarse las manos a la espalda y defenderse de un fuerte dolor que sentía.
¡Paf! ¡Paf!
Explosionaron ambas alas tirando con fuerza de su espalda, mientras ella se tapaba la boca con ambas manos, tan impresionada, qué cambiaba la risa por la lágrima con extraña facilidad. Pero para cuando todo terminó… reía prudente, intentando no burlarse del resultado, aunque no tardó mucho antes de que la verdad, estrellara, entre risas de su boca—. Son de murciélago, tonto —confesó, descontrolada.
Casi recuperado, Merhug la miró ilusionado, y le ofreció la posibilidad de cumplir su deseo.
—¡Vamos, quítate el delantal!, ¿“no pensarás llevarlo al festival”? Anímate, si salimos ahora, estaremos de vuelta antes del alba —dijo, ofreciéndole la mano, extendiendo la propuesta hasta las puntas de sus dedos.
Poco después, la señora Horig entraba en las cocinas para poner una tetera en el fuego mientras que se dedicaba a contar.
—Dos de harina, una de trigo… ¿Quién anda ahí? —preguntó, caminando hasta la mesa para coger el hacha, y la balanceó, expectante.
—Puede soltarla —dijo la señora Zolarix, que bajaba a las cocinas buscando a la cocinera para adelantar su trabajo en lo posible, pues no le gustaba andar con problemas de última hora, por lo que había decidido preparar al detalle el próximo gran evento.
—Señora Zolarix, ¡por fin, la encuentro! ¿Me dedicaría unos segundos? ¡Es importante!, — dijo la cocinera.
—¡Por supuesto, señora! Siéntese y dejé, ¿el hacha…? ¡Por favor!, no tenga en cuenta mi tono, ha sido un día agotador.
—¡Por supuesto! Deje que ponga esto en su sitio y, esto lo terminaré mañana. Hoy no tengo la cabeza para cuentas, y ahora, siéntese cerca del fuego, le serviré la infusión de jazmín que le gusta —sonrió la señora Horig, con una actitud que no se correspondía con su conducta diaria.
—Se lo agradezco —le contestó la anciana, aprovechando, para descansar las piernas.
—¿Sabe…? Lo tuve claro desde el principio, siempre quise ser madre, pero, la diosa, ¡no me lo concedió! —dijo resignada, mientras el vapor de la tetera nublaba su gesto—. Me rompió por dentro, lo confieso, y tardé mucho en aceptarlo… luego oculté mi dolor, y eso, me endureció. Luego, cuando ya no tenía esperanzas, ¡llegó mi pequeño! Y aunque no es fruto de mi vientre, bueno… ¡Le cogí mucho cariño! Lo-lo ocurrido esta mañana, me ha roto.
—Ya… ¡Tiene sentido!, —dijo la anciana, empatizando con el dolor de la cocinera, era evidente que necesitaba que la escucharan “la conocía” y, sabía que no era de las que se dejaban llevar por sentimientos o nostalgias.
Fue entonces cuando se escucharon pasos. La señora Horig se levantó apoyando ambas manos sobre la mesa e instintivamente cogió el hacha, y la ocultó tras su espalda. Después, El secretario Mirhog entró en las cocinas.
—¡Esperanza y luz! Disculpe que la moleste a estas horas, pero me ha surgido una duda, y he pensado que después de tanto tiempo, seguro conoce muy bien a cada trabajador de estas cocinas, y me preguntaba, ¿si por casualidad se encuentra el señor Merhug entre ellos? ¡Si es así!, me gustaría hablar con él —solicitó muy correcto.
—¡Pues, no sabría decirle nada de ese señor!, el único Merhug que yo conozco es el ayudante de mi esposo, y hace rato que no lo veo.
—¡Lástima! Sin embargo, le agradecería que le avise para que pase mañana por mi despacho a primera, ¡quiero hablar con él sobre “algo” que ha ocurrido esta noche durante la cena! —dijo, sembrando la duda.
—Su cara me resulta familiar, es el sobrino del señor Fixex, ¿verdad? —dijo la anciana mientras a la señora Horig soltaba con disimulo la machetea.
—Así es, aunque empiezo a pensar que el parentesco con mi tío dentro de estos muros me perjudica. Sin embargo, le puedo asegurar que no es un tema que tenga un lugar de preferencia, “por el momento”: hablar con ese joven, ¡si lo es, por ejemplo!
—¿Por qué lo busca? ¿Le ha ofendido…? Si es así, ¡debe informarme! —exigió la señora Zolarix, dejando la taza sobre la mesa para levantarse.
—¡Creo que el joven anda en algún asunto turbio! Pero no quiero adelantar nada hasta que explique el contenido de un paquete que le ha sido entregada esta misma noche en el salón real —añadió.
No obstante, la revelación del secretario, aunque turbadora, no dejaba de ser una conjetura. Un lamentable fallo por parte del ayudante de cocina, en todo caso; porque ambas le conocían bien y sabían que en ocasiones podía ser muy espabilado, aunque tenía buen fondo.
—¡Ya veo! ¡Bien!, si nuestro joven Merhug ha cruzado la línea, mañana nos reuniremos con usted para aclararlo, pero debe entender que no será hasta que se haya completado el primer servicio de desayunos. Confío en que después todo esto se aclare. Y en caso de que no asistiera a la cita, ¡por favor, remítase con el consejero Zerdeg! Si hay algo que saber, él no parará hasta conseguirlo. Es un don que combina con su mal humor —dijo, invitándolo a la salida con un gesto permisivo.
La señora Horig, guardaba silencio, porque conocía a la señora Zolarix, y sabía, que no era buen negocio entrometerse en sus asuntos.
—Y bien, ahora que ya estamos solas… —dijo la cocinera, rellenando las tazas antes de sentarse—. Supongo que ha bajado por alguna razón, ¿en qué puedo ayudar?
—¡Esta lista es para usted!
—¿Qué es esto? —preguntó la cocinera, tirando de ella con su dedo anular para repasarla de reojo sin ningún tipo de reacción.
—Está todo planificado. Durante la cena, deberá ocuparse de que todo esté a la altura. Desde el vestuario del personal hasta los platos preferidos de la reina. Confío en que podrá ocuparse de todo si fuere necesario.
— ¿Esto tiene algo que ver con lo ocurrido?, de repente todo me parece una locura —dijo la señora Horig, angustiada.
—Tengo que darle la razón —dijo la anciana—. Cuídese también de que el joven Merhug no falte a la cita con el secretario.
—¿Qué cree que será lo que ha hecho esta vez? ¡El secretario parecía muy enojado! Si eso tiene alguna importancia, en estos momentos… Sin embargo, hay algo que sí la tiene, sé que es posible que no se pueda hacer nada, pero le rogaría su favor.
—¿Mi favor? Por supuesto, dígame. ¡Si está en mi mano, no dude que estaré encantada de hacerlo!, —añadió la señora Zolarix. Entonces la señora Horig le recordó con gesto afligido el hatillo que contenía a su pequeño Laraz.
—Pídale a la reina por mi pequeño, ¡quizá ella pueda! Todos sabemos de las propiedades de la poza. Sé que solo se suele usar para alimentar el crisólito real, pero nadie se enteraría.
En ese instante, la anciana tomó la mano de la señora Horig.
—¡Lo haré, claro que lo haré! Aunque no sé si podrá ser esta noche. La reina está muy ocupada, y como sabe, la Deidad no permite el uso de las aguas para según qué cosas. Sin embargo, coincido con usted en que se debe intentar, ¡creo que subiré ahora!
—¡Gracias, es muy importante para mí! No tengo que decirle cuánto bien me haría —continuó hablando, aunque ya no la veía.—. Yo también debería seguir, aún me queda trabajo por hacer —aseguró. Temiendo la hora de regresar a su habitación, estaba convencida de que no podría descansar, que se pasaría la noche mirando la cuna de su pequeño. Así que continuó con los sacos de harina, y cuando acabo con los de dentro, salió a contar los de fuera, casi había terminado, cuándo algo rodó entre sus pies, ¿qué es esto? —pregunto, mientras se lo llevaba, a la nariz—. ¡Por todos los dioses, Merhug! ¿Qué has hecho? La señora Zolarix se va a enfadar mucho cuando se entere —pensó guardando la ampolla en su delantal.
Katy Núñez
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