Con minuciosa atención, cuidado y mimo, aquella mantelería lucía espléndida. De precioso estampado a juego con la vajilla, ofrecía un inmejorable escaparate para recibir el día con un perfecto desayuno.
Una taza esperaba recibir el té predilecto de la princesa. Un plato con rico pan variado a su elección, mantequillera, azucarera y demás utensilios se disponían sobre una coqueta mesa, digna de la realeza.
Con experta etiqueta real, Charles, el mayordomo de la casa, apasionado de la gastronomía, en un intento de sorprender a su alteza, colocó sobre un pequeño plato, una cucharita para servir una peculiar confitura como sugerencia del día: “Seville orange marmalade”.
Mucho antes de abordar su arriesgada propuesta quiso investigar el origen de esta célebre mermelada, junto a sus curiosidades, delatando su característico rasgo intuitivo, a fin de presagiar un acierto seguro. Hizo pues, acopio de cierta documentación y se retroalimentó de la ciudad hispalense, de la que finalmente acabó enamorándose. Sin duda, ese azahar, de aroma embriagador fue el justo responsable.
Muchos cuentan de esta ciudad, que podría ser el mismísimo paraíso, salpicada con miles de naranjos. Lugar idóneo por excelencia del citrus aurantium, una de sus señas de identidad. De tamaño apropiado, decora esa privacidad de jardines y patios de la realeza, como a su vez, cual arbolado urbano, embellece callejuelas y plazas públicas. Este cítrico es escogido manualmente, grandes, de piel abultada, gruesa y fibrosa, de sabor amargo y ácido muy distintivo. Nudo y desenlace de un mágico cuento, pues las naranjas de esta mermelada son recolectadas directamente del Jardín de los poetas, uno de tantos que conforman el Real Alcázar de Sevilla.
Suficiente atractivo para deleitar el paladar, cual poesía manifiesta su belleza, con palabras que embelesan.
Verdaderamente, se trataba de una exquisitez digna del paladar de la realeza. Cuentan como el Rey Alfonso XIII y su esposa Victoria Eugenia cayeron rendidos ante suculento manjar y la ofrecían como obsequio a distintas casas reales, de palacio a palacio.
Tan solo cabía esperar el momento en el que la joven princesa probara esta confitura y contemplar expectante su reacción. Charles estaba nervioso, quizá no era necesario pero si fallaba en aquella elección, su objetivo se vería malogrado y era algo que no querría ni podría permitírselo.
Su alteza cogió la cucharilla y tomó una considerable cantidad de mermelada en su tostada, para a continuación, extender con el cuchillo cuidadosamente. Probó bocado y cerró sus ojos a modo de saborearla, esa fue la percepción de Charles. A continuación la princesa vociferó: mmm!
La satisfacción del mayordomo fue colosal. Una amplia sonrisa evidenciaba su ansiado triunfo. Charles tras una leve reverencia, se acercó tímidamente y quiso comenzar por el principio: se trata de unas naranjas muy particulares que tan solo encontrará en una preciosa ciudad de nombre Sevilla…
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