
Mis muy anhelados infantes:
Érase una vez, en el superlativo reino de Castilla, un Rey, a posteriori Santo, cuyo óptimo anhelo era la paz y la unión de sus tierras bajo el amparo de la fe. Ese Rey era yo, Fernando. Se versaba que, en el sur, yacía una ciudad de inconmensurable hermosura, que no poseía parangón exaltaban, donde el Guadalquivir, como una cinta de plata, serpenteaba magno bajo el sol resplandeciente. Un lugar mágico, inigualable e incluso, sin igual, donde confluía la totalidad de las tonalidades del espectro visible y ninguna quitaba belleza e importancia a las demás provocando que Sevilla, su bendito nombre, fuera la ciudadela del color y del brillo especial, como promulgaban sus trovadores.
Mas Sevilla se encontraba en poder de otros guerreros, muy cultos, sabios y cuyo legado cultural será por siempre, alma del reino, y para realizar mi sueño de unidad y paz, debía reclamarla. Con el favor divino y la lealtad de mis nobles caballeros, emprendimos la gran empresa. Marchamos con determinación, construyendo torres y máquinas de batallar junto al río, acercándonos poco a poco a sus murallas, legado de la era romana que también dejó sello y marca grabada en el seno de las profundidades más espirituales y artísticas de la ciudad.
La ciudad se defendía con inquebrantable valentía, resistiendo nuestros embates. Eran personas dignas, cultas y muy aferradas a sus creencias. Mis respetos sempiternos hacia ellos. Pero una noche, una señal en el cielo —una estrella fulgurante— nos dio el aliento que precisábamos. Con renovado valor, cruzamos el río, y tras ardua y noble contienda, Sevilla fue, al fin, liberada y este Rey Santo que versa orgulloso por sus tropas, alcanzó la posesión de las llaves que abrían Sevilla al mundo para que la humanidad al completo, pudiera contemplar la magia del ya Reino de Sevilla.
La ciudad entera resplandecía, y sus calles vibraban con el júbilo de un nuevo comienzo. Así, Sevilla se unió a Castilla, y juntos, comenzamos una era de esperanza y fe. Recordad, anhelados infantes: con fe y valentía, hasta los sueños más elevados pueden alcanzarse.
Sed felices y estudiad.
Fer, Rey y Santo.

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