
Había una vez, en la esquina olvidada de una biblioteca antigua, un reloj de arena. No era un reloj cualquiera, pues aunque parecía normal, con sus granos dorados cayendo lentamente de un lado a otro, guardaba un secreto que nadie conocía.
Encima del escritorio donde descansaba el reloj, había libros polvorientos y estantes altos. El lugar olía a madera vieja y a páginas que habían viajado por mil historias. El reloj estaba siempre quieto, pero un día ocurrió algo distinto: una flor, apareció junto a él, apoyada en la madera como si quisiera susurrarle algo.
La flor no era tímida. Se llamaba Eloísa y, a pesar de no tener piernas, sabía moverse gracias a una brisa mágica que vivía dentro de sus pétalos.
—Buenos días, relojito —dijo ella con voz alegre—. ¿No te cansas de dejar caer siempre la arena de un lado a otro?
El reloj suspiró, dejando escapar un puñado de granos dorados que flotaron en el aire como estrellas diminutas.
—Claro que me canso —respondió el reloj—, pero ese es mi trabajo: marcar el paso del tiempo.
Eloísa, que era muy curiosa, inclinó su tallo y sonrió.
—¿Y si te dijera que podemos jugar con el tiempo?
El reloj se sorprendió. Nadie nunca le había dicho algo así.
—¿Jugar con el tiempo? Eso está prohibido —dijo el reloj con voz seria, aunque por dentro sentía cosquillas de emoción.
La flor giró en el aire y, con un pequeño salto, se acomodó encima del reloj.
—Vamos, relojito, solo un ratito. Prometo que será divertido.
Y sin esperar respuesta, sopló con fuerza. Sus pétalos brillaron y de pronto, la arena del reloj comenzó a caer más rápido, como si tuviera prisa. Luego, de repente, empezó a subir en lugar de bajar.
—¡Estás desordenando mi arena! —protestó el reloj, aunque no pudo evitar reírse.
Pero Eloísa tenía un plan: quería descubrir qué pasaba si cambiaban el tiempo.
- La primera aventura: el tiempo al revés
De pronto, los libros de la estantería comenzaron a moverse solos. ¡Las palabras regresaban a las páginas! Lo que estaba leído volvía a escribirse, y los dibujos de los cuentos se despegaban para regresar a su lugar original.
Un dragón de colores, que justo había sido derrotado en una historia, apareció rugiendo:
—¡Eh! ¿Quién ha puesto el tiempo al revés? ¡Yo ya estaba dormido después de mi batalla!
Eloísa saludó con su tallo.
—Hola, dragón. Solo jugamos un poquito. ¿Quieres venir con nosotros?
El dragón bostezó, soltando una nubecita de humo violeta.
—Bueno, si hay juegos… ¡me apunto!
El reloj, que nunca había vivido algo así, dejó que la arena siguiera subiendo y bajando como loca.

- La segunda aventura: el tiempo detenido
De pronto, Eloísa sopló otra vez y toda la arena se quedó quieta en el centro del reloj. En ese instante, el mundo entero se congeló.
Los libros dejaron de crujir, el viento dejó de soplar, e incluso el dragón se quedó con la boca abierta a medio bostezo. Solo Eloísa y el reloj podían moverse.
—¡Qué silencio tan extraño! —susurró la flor.
El reloj, relojito como le llamaba cariñosamente ella, aunque estaba nervioso, se sintió libre por primera vez.
—Nunca había vivido un segundo sin avanzar… Esto es maravilloso.
—Es como un escondite gigante —rió Amapola—. Nadie nos puede ver.
Entonces, empezaron a recorrer la biblioteca. Descubrieron que en la parte más alta del estante había un libro dorado que brillaba con fuerza. En la portada decía:
“El libro del tiempo que juega.”
Al abrirlo, encontraron un mapa que señalaba un lugar llamado El Jardín de los Segundos Felices.
- La tercera aventura: el Jardín de los Segundos Felices
Para llegar allí, Eloísa sopló sobre el reloj, y ambos fueron transportados dentro de un torbellino de arena dorada. Cuando abrieron los ojos, estaban en un jardín lleno de flores de todos los colores. Cada pétalo marcaba un instante de alegría: risas de niños, canciones, saltos y juegos.
Había flores que sonaban como campanas, otras que hacían cosquillas al tocarlas, y algunas que daban caramelos de colores al abrirse.
Eloísa estaba feliz:
—¡He encontrado a mi familia! —gritó emocionada.
Relojito, sin embargo, tenía miedo de perder su trabajo.
—¿Y si me quedo aquí y nadie controla el tiempo? —preguntó.
Entonces apareció una flor anciana, de pétalos plateados, que les dijo:
—El tiempo siempre se puede detener para sonreír. No temas, relojito. A veces, lo más importante no es correr, sino disfrutar de cada grano de arena.
El reloj entendió que podía seguir siendo útil, pero también permitirse pequeños descansos.
- El regreso
Cuando volvieron a la biblioteca, el dragón aún seguía a medio bostezo. El reloj dejó que la arena volviera a caer normalmente, y todo se puso en marcha otra vez.
El dragón se estiró y dijo:
—¡Vaya sueño tan raro acabo de tener!
Eloísa guiñó un pétalo al reloj. Ellos sabían la verdad: no había sido un sueño, sino una aventura mágica.
Desde entonces, cada noche, cuando todos dormían, el reloj y la flor roja jugaban con el tiempo. A veces lo adelantaban, a veces lo atrasaban, y otras simplemente lo paraban para reír juntos.
Y así aprendieron que, aunque el tiempo siempre avanza, lo más bonito es saber qué hacer con cada instante.
Y colorín colorado, el cuento del reloj y la flor ha comenzado… porque el tiempo de soñar nunca termina.
