Hay tormentas atmosféricas las cuales causan tales estruendos que parece que el mundo que conocemos pronto va a cambiar. Te sobrecogen el corazón cerrando la noche e imponiéndose en el eco de ciudades, cuyas calles intimidadas se dejan aplastar sin presentar en modo alguno resistencia.
Tu rostro, el mío, separados por un vacío milimétrico.
No abras los ojos. Apenas a unos centímetros de ti se encuentran las pupilas de quien, con una mirada, es capaz de narrarte toda una historia de emociones encontradas. Bajo los párpados adivino cada uno de los detalles. Ligeramente, el aire de su respiración mansa roza con dulzura el perfil de mi nariz, mientras la piel se sobrecoge al percibir la calidez de un cariño olvidado durante meses. Un imán de emociones impide que el tiempo o el espacio exterior se introduzcan y tomen las riendas de una pureza inigualable. No abras los ojos, o un tormento de pasión desencadenará un hilo de historias propias de la ficción. No. Los. Abras.
Y lo terminas por hacer. Se acelera el pulso al revivir cada uno de los momentos en los que sentías esa paz mental. La negrura de su iris te persigue, y sabes lo que está pensando, pero debes alejarte. Se avecina una tormenta. Inevitable, indescriptible.
La deseas, porque hace tiempo que la lluvia no te hace sentir escalofríos, necesitas la tranquilidad del mutismo absoluto y la presencia del aroma que te hace inspirar largo y tendido, volver al hogar.
Crecer contigo me ha enseñado a cuidar. Siempre me has protegido, y lo sigues haciendo día a día en mi cabeza. En ese instante creo que nada podría haberme hecho sentir más segura que tus brazos a mi alrededor. Más “gracias” no. No me agradezcas algo que he aprendido de ti.
Brindo de sueño con mis manos pequeñas sobre las teclas. Brindo porque me hayas enseñado, entre mil valores, a cuidar de la gente a la que quiero.
Ah
Y brindo por el brillo de tus ojos
Que, a veces, impide abrir los míos por el devenir de la futura tormenta