
En el aire sereno y tranquilo,
un suspiro se escucha al pasar,
la libélula en su último vuelo,
se despide sin temor a la muerte encarar.
Sus alas, una vez vibrantes y ágiles,
ahora se desvanecen en el viento,
su cuerpo frágil y delicado,
se desploma en un último lamento.
La muerte ha llegado a su reino,
la libélula se despide en silencio,
su danza en el aire se ha detenido,
pero su espíritu vive en el recuerdo intenso.
En la quietud de la naturaleza,
donde las flores lloran su partida,
la libélula deja un legado eterno,
en cada corazón que guarda su vida.
Su vuelo efímero y lleno de gracia,
nos enseña la belleza de la fugacidad,
la muerte no es el final, sino una transición,
un renacimiento en la eternidad.
Así, la libélula nos deja su mensaje,
que en la muerte hay vida floreciendo,
y aunque su cuerpo ya no esté presente,
su esencia siempre estará ardiendo.
En cada momento de quietud,
en cada brisa que susurra su nombre,
la libélula vive en la eternidad,
y en nuestros corazones, su vuelo nunca se desvanece.
