
En ciertos artículos afirmé que la crítica estaba de moda en el Carnaval de Cádiz y, aunque todavía no ha llegado febrero, sí que estamos en pleno proceso de nuevas creaciones y ensayos. Por supuesto, vamos a partir de la premisa de que cada cual es libre de crear lo que le dé la gana y lo que considere oportuno. Pero, no voy a negar que de forma generalizada, echo de menos un compromiso social más férreo por parte de los artistas. Por desgracia, a veces el Carnaval también se convierte en un reflejo más de lo que sucede en otras artes.
Y es que la realidad es la que es. Una manifestación sociocultural como es el Carnaval de Cádiz, en los últimos años, ha ido perdiendo progresivamente su esencia, es decir, ya solo unos pocos autores siguen manteniendo la línea de que el Carnaval es la voz subversiva del pueblo. De ahí que solamente aquellos que siguen los preceptos carnavalescos sean los que brillan y se diferencian de la gran masa.
Ahora se le llama Carnaval a cualquier composición repetitiva, aburrida, vacía de contenido. Cualquier letra que no agita las conciencias y que no representa a un pueblo que sigue apaleado y vive contaminado por los medios de comunicación y las redes sociales.
No sé cuál es el punto de partida ni qué objetivo tiene cada uno cuando decide coger un papel y un bolígrafo y componer Carnaval, pero estoy convencida de que quedarse en la zona de confort no es una opción. Tal y como está el panorama, hay que meterse de lleno en los problemas y realidades sociales que nos rodean y cambiar la dirección que nos marca el sistema. Porque, al final, la máscara y el disfraz son las herramientas perfectas para poder cantar a la libertad, y el hecho de desviarse de la norma no debería ser asunto de minorías. Si no, los poetas dejan de ser canallas para convertirse en artistas que se mueren por ganar en el Falla, como ya dijo el poeta.
Sin más, y esperando que llegue la magia de un nuevo Carnaval, confío en que las propuestas sean renovadas y valientes, que hagan pensar al público, y que, incluso, por qué no, los incomode también. Es necesario que las guitarras suenen de verdad a transgresión y respiren libertad.
