
ACTO UNO
Como todas las mañanas, el príncipe salía en compañía de su fiel amigo y compañero, quien era primogénito del importante General a cargo de la ciudadanía y la manutención de los pobres.
El general era un hombre recio, firme e incluso déspota y extremista, pensaba con la cabeza fría, a pesar de los problemas que se acrecentaban en el reino que, al haber caído enfermo el rey, éste mantenía un contacto directo con el joven príncipe, en quien había caído la responsabilidad de manejar el reino sobre sus frágiles hombros. Como mano derecha de su padre, el General había instruido bien a su joven hijo, quien a su corta edad, mantenía una preparación más audaz que la del propio príncipe. Altivo, cruel y calculador, una versión menor, copia fidedigna de su padre.
El príncipe, por el contrario, poseía una actitud desinhibida, tímida inclusive; de piel blanca y ojos completamente azules como los de su madre, la hermosa reina quien murió al dar a luz al único de sus hijos. De cabello lacio y castaño hasta la barbilla, con luces rubias que le daban una apariencia jubilosa e inocente.
Su compañero por el contrario, mantenía la mandíbula recia, apenas inclinada lo suficiente en una débil sonrisa que más bien parecía una mueca, ojos grises con una tonalidad verdosa y fría, era así como podía hacérsele notar, principalmente porque era sobresaliente la edad de su compañero, unos dos años mayor que el príncipe.
Rabdiel, era su nombre, el cual había sido elegido como encomendado de la corte a tan corta edad, a la edad de trece años, ya habría sido instruido por su propio padre en el arte de la guerra, inspirado desde que nació, el preciso momento de la toma de la corona.
Y como un par de jinetes, el príncipe no dudaba en observar cómo los más bajos de su reino se debatían entre la comida putrefacta de los basureros.
— Mi príncipe, estamos en los baldíos en donde su padre le prohibió que entrara—
Mencionó, custodiando las espaldas de su futuro rey. » Entiendo ello, Rabdiel, pero mi padre no entiende que aquí está nuestro futuro, si nosotros no estamos bien como Reino, jamás podremos aspirar a la verdadera prosperidad. Estoydispuesto a salvar a los más jóvenes que como tú y yo, que jamás han tenido la oportunidad de un alimento decente«
— Caprichos suyos, mi príncipe, si desea esclavos, debió pedírmelos y no venir a buscarlos usted mismo. — Mostró una burlona sonrisa mientras bajaba del corcel y ayuda a su príncipe a poner los pies en la tierra. » Ya te lo dije, mi buen amigo, no deseo esclavos, sino trabajadores, con derechos, que puedan vivir sin abusos« Mencionó el príncipe, bajando del caballo y mirando directamente esos ojos verdes que parecían más inhumanos cada vez.
— Fantasías suyas, mi príncipe, éstos no dejarán de ser lo que son, escoria, resultado de la mediocridad y el abandono. La única manera de salvarlos, sería prenderles fuego y dejar que se consuman como ratas en su mismo nido—
—Discúlpeme, alteza. —
Dicho esto, ambos se aventuraron, con gabardinas gruesas, hacia un establecimiento, el más famoso de esclavos infantiles. El hombre robusto les recibió con una sonrisa chimuela y el nauseabundo olor agolpó sus fosas nasales — Hemos venido a hacer negocios. — desfilaron la fría mirada por la complexión del hombre quien parecía el más desagradable de los humanos —Si buscan a uno de mis niños, vinieron al lugar indicado. — Se golpeó el amplio abdomen con las dos manos, emitiendo una risotada.
—Todas estas ratas están bien entrenadas para las labores que requieran, inclusive para el placer que muchos como ustedes buscan. —Les guiñó un ojo complacido, y susurrante confesó, en secreto, lamiéndose los labios. —Tengo un pequeñín que no ha sido usado, y será deleite para unos jovencitos como ustedes.Mencionado esto, y con un potente silbido, llamó a uno de sus ayudantes, indicándole con un gesto de cabeza que buscase a aquel niño “especial”, que les había dado muchos dolores de cabeza anteriormente. Éste, que se hallaba en una silla mas allá, tallando un caballo de madera, se rascó la cabeza e inmediatamente fue en pos de aquel chiquillo.
— Será exquisito para cualquier clase de trabajos, está bien alimentado, y es todo un salvaje. Desde que peleaba con unos niños, iguales a él, en las peores condiciones, por algunas ratas que estaban ya dispuestas en sus respectivos trozos de madera, siendo asados como hacían regularmente a la hora de comer. Las ratas pululaban en los alrededores y por este manjar, el pequeño de unos ojos preciosos y cambiantes, no le resultaba asqueroso el hecho de llenar su estómago, que ya rugía por el hambre, con semejante clase de aperitivo. Su cabello, manchado por la suciedad al igual que su rostro, era sostenido por varias manos que ya lo jaloneaban como un muñeco de trapo, al tiempo que le asestaban su sarta de golpes, bien merecidos pues él se había defendido con uñas y dientes. Los niños dejaron de pelear cuando aquel hombre se había presentado y tomado al pequeño de los cabellos, arrastrándolo hacia donde se hallaban los otros dos que aguardaban a su presa.
— Te van a comprar, así que estate calladito. —
El hombre lo guiaba hasta los que serían sus dueños. A sus nueve años sólo había conocido la tristeza y la crueldad de la vida. Ivahya, como le habían bautizado aquel par de crueles hombres, inició la lucha por zafarse de esas manos que le mantenían asido con vileza, pues era un nadie, una persona considerada nada más que escoria. Y así había crecido, conociendo sólo ese lado de la vida, como también el de los trabajos a los que usualmente estaba cometido. Y cuando se sintió caer en el suelo, golpeándose en el acto la cabeza, se llevó las manos a la misma protegiéndose, encogiendo sus pies descalzos.
Alzó su rostro y encaró a quiénes les comprarían, conforme sus ojos cambiaban rápidamente de colores. Clavó entonces su mirada en el más joven de ellos, para luego traspasarla a aquel de fría estampa.No habló, mas propinó una patada al hombre que lo había buscado, provocando que éste le soltara un bofetón en la mejilla.
— ¿No se los dije? Es toda una fierecilla. —
Apuntó el hombre robusto, golpeándose tres veces el abdomen, presentando al pequeño al que la miseria parecía sólo cubrirle. -Llegaron en un buen momento, mis señores, llegaron en muy buen momento. Ivahya les proporcionará lo que buscan, estoy seguro.
*
El príncipe por inercia abrazó al pequeño, alegando que aquel esperpento no podía tratarlos peor de lo que ya lo hacía. Tomó a la pequeña fierecilla entre sus brazos, conteniéndolo de sus propias fuerzas y diciéndole que jamás lo sometería a crueles trabajos.» ¡Eres un asco de persona, compraré a todos los niños que tengas sólo para liberarlos, no importa el precio que tengan! « El príncipe vociferó con ardid y descubrió su rostro en un arrebato de cólera.» ¡Véndemelos a todos, pagaré lo que tenga que pagar por todos ellos, no permitiré tales injusticias! « El príncipe sin saberlo, estaba delatándose, sin embargo, la intervención del moreno fue tal, que logró desviar la atención del rubio.
Le golpeó la mejilla y lo arrinconó con fuerza, jalándole el cabello y mostrándole una fuerza que jamás observó en su compañero y mejor amigo. Rabdiel le habló con autoridad y tras lanzarlo al suelo, le golpeó las costillas.
— ¡¿A quién quieres engañar, estúpido pervertido?! Si nuestro padre se entera que buscas regocijarte con la carne de vírgenes esclavos, nos asesinará. Sal de aquí, yo haré el trato, así que desaparece de mi visita antes de que te aniquile— El moreno lo levantó y lo lanzó fuera del establecimiento. El príncipe cayó de bruces y el lodo lo acompañó por toda su humilde ropa rasgada. Lo que habían utilizado para pasar desapercibidos.Rabdiel le sonrió al hombre y tomó el mentón del chiquito, le gustó lo que vio y sus ojos brillaron.
— Quiero cien como estos, de igual calidad, no aceptaré menor calidad, te lo advierto. —
El jovencito le miró con deseo y delineó la mejilla del contrario. — ¿Cuál es tu nombre, esclavo?–
*
Después de haberse debatido con el agarre de aquel niño tan extraño, el pequeño, al tener al otro de frente le apartó la mano de un solo golpe, y le escupió al rostro, considerando que con eso lo iban a golpear de nuevo; aunque no le importaba en lo absoluto. Abofeteó a aquel infeliz que pretendía exigirle su nombre como si fuera un animal.
— ¡No me toques, mi nombre no es esclavo, es Ivahya! — Se dirigió con acento al otro chico que le hablaba, y se levantó del suelo decidido a romperle la cara, a pesar de que sólo era un pequeño. Estaba a punto de asestarle un golpe cuando, instintivamente se impulsó hacia atrás. No iba a pelear más con ese par, a pesar de que estos pretendían comprarlo, y quizá liberarlo. O peor aún.
—¡No les serviré, a ninguno de los dos! ¡Déjenme en paz!
Tenía lágrimas en los ojos, y a pesar de todo, se mostraba orgulloso y silvestre como era. Si pretendían comprarlo para que les sirviera, antes debían domarlo y así se los hizo saber.
Con su diestra se hizo de un puñado de lodo del suelo, en que anteriormente había caído y se los arrojó al rostro a los dos jovencitos.
– ¡Antes tendrán que amarrarme y matarme, no pienso ser un pedazo de carne, ni dejaré que me vendan para que me coman, ustedes sucios rufianes! ¡Horribles ricos, los odio!
*
El otro rio, aquello le había causado simplemente diversión y así se lo hizo saber cuándo lo tomó del cabello y lanzó hacía el encargado del corpulento hombre.
— Me lo llevaré para ir comiendo. — Mencionó observando las lágrimas del menor y pagó por el rubio lo mismo que pagó por sus compañeros: una suma de diez esclavos netamente de edades similares, morenos, rubios, albinos, los hubo comprando todos por igual, incluso entre ellos uno estaba moribundo. Así que cuando los subieron a la carreta, uno de los hombres que lo acompañaban, terminó llevándoselo en brazos.
«¿Qué fue eso, Rabdiel?» Mencionó el príncipe una vez que se hubo quitado el lodo y la suciedad de su rostro, estaba humillado y mostraba su enojo como podía hacerlo, sin mirarlo directamente a los ojos.
— Nos pusiste en riesgo, Lionel, teníamos un plan y estuviste a punto de arruinarlo. — Se adelantó, sin buscar la mirada del contrario.
Pronto llegaron a un puente, el peligroso puente por el que los malhechores aprovechaban para asesinar y dejar saldadas sus cuentas. Le mencionó que debían separarse.
—Es mejor que vayas por el rumbo seguro, sus hombres seguramente se dieron cuenta de quién eres y posiblemente nos asesinen a ambos. —
Pese a la problemática que resultaba todo esto, el príncipe se negó a dejar a su amigo, Rabdiel por el contrario, le dedicó una sonrisa y devoró sus labios; estaba enamorado y aunque el príncipe jamás le correspondiera como merecía, estaba satisfecho con saberlo a salvo. Le mencionó la importante encomienda que tenía que llevar a cabo, le limpió las lágrimas y le dijo que tenía que ser un hombre.
Se llevó a la mitad de los niños, los más grandes, aquellos que podían pelear cuerpo a cuerpo con los maleantes o, en todo caso, correr lo más rápido que les permitían sus piernas.
Así lo mencionó Rabdiel cuando señaló quiénes los acompañarían, posiblemente los hombres habían descubierto la identidad del príncipe y les esperaba una muerte segura.
Rabdiel encaminó a siete de los diez niños que habían comprado, aunque ninguno de ellos podía creerles, unos sencillamente no hablaban su idioma.— Irán por el camino seguro, ustedes tres, vendrán conmigo y asesinarán a quienes traten de llevárselos o yo mismo me encargaré de echar sus cuerpos al río– Rabdiel acarició el mentón del príncipe y se despidió con la carreta con sacos simulando ser el resto de los niños, mientras que los guardas protegían al príncipe.
Rabdiel en un último momento, llamó al menor de todos ellos y pese al desconcierto que causó en el joven príncipe, Rabdiel dijo que protegería al menor de todos ellos. Leonel había aprendido a no cuestionar las órdenes de su experimentado amigo, y finalmente, asintió con una sonrisa y le deseó un buen viaje.
Rabdiel tomó al pequeño de los cabellos y lo hizo subir a su corcel, lo espoleó y dirigió la caminata hacia el puente. No importaba lo que el chiquillo hiciera o no, se encontraban en peligro y si el menor no podía entender eso, él mismo lo lanzaría hacia una muerte segura.
—Más vale que te comportes, mocoso, ahora no tienes otra alternativa más que callarte y dejar de molestar— Mencionó acariciando su mentón, y observando la magia de esos ojos multicolores; ya lo deseaba.
