Llega la noche previa y tu único pensar es el que no querías. Cenas lo justo después de la despedida y te preparas para tratar de dormir unas horas antes del gran día. Gran por no decir esperado y temido…
Las horas del reloj van pasando con un denominador común: todas las vemos. Una tras otras van apareciendo abre unos ojos que aunque se cierran levemente, se abren para contemplar cada número, cada cambio de cifra.
Cuando concilias el sueño, justo en ese momento suena el odiado despertador a la hora establecida. Como puedes te levantas, te preparas para el largo momento…
Cumples con todo lo establecido muy temprano, como si no hubiese más día, no lo hay; es ahora…
Te desplazas hacia el lugar, el evento en cuestión comenzará según lo establecido…
Llegas y siempre con la última que se pierde en el alma, en el sentir, en la mente. Te agarras a ella y te lleva hasta el trono de la paciencia…
Y llega el momento, todo comienza y pasarán los segundos, minutos y horas con la día, con la ilusión de que todo pase. Un lento caminar de suspiros en busca del aliento que te haga pesar el largo rato lo mejor posible.
Comienza la espera…