Dejadez, ese pecado capital no escrito y que tanto mal nos hace cuando viene a visitarnos…
Dejadez, ese mal endémico que se apodera de uno convirtiendo la carne en madera y nuestro cuerpo en un mueble anclado al suelo improvisando ningún movimiento…
Dejadez, ese conflicto entre el quehacer y el no-hacer, ganando siempre este último…
Ahora una de esas preguntas mías: ¿por qué la juventud malgasta sus mejores años dejando de hacer miles de cosas?
Esa juventud que la puedes comparar con una silla, esa, será el futuro…
Estas líneas no surgen porque sí, vienen fundamentadas en el caso muy particular de un individuo el cual malgasta sus 17 años sentado en otro mueble como él: mueble sentado en una silla. Curioso…
Pero el estudio -digno estudio de ebanistas y carpinteros- de este ser de origen arbóreo, va más allá. Como siempre, su dejadez -véase dejadez como ejemplo de conducta- está basado y apoyado en otra conducta también digna de estudio: la permisividad.
Curioso este término físico que consiste en permitir. La eléctrica permite el paso de electrones a través de un medio, la paternal permite un enorme grado de dejadez.
¿Cómo se puede coger un árbol y talarlo para convertirlo en algo inservible? ¿No es más satisfactorio coger una gubia y tallar la mejor de las obras? Parece ser que no…
Quizás la permisividad paternal sea una forma de dejadez, quizás de conformismo e incluso de pasotismo y falta de compromiso con las responsabilidades adquiridas. Las consecuencias, dramáticas, son terribles… Tanto como que un negado tronco pretenda ser economista cuando afirma con rotundidad que 20-6 son 12.
Por cierto, el conflicto entre talar y tallar puede ser motivo de otro estudio.
Traten siempre de tallar su mejor obra.
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