Me diste la vida en su día. Así reza el tuit que te iba a dedicar cuando he comprendido que tu sola presencia cercana no merecían 140 caracteres; merecían mucho más…
Allá por mil novecientos y pico, un joven dejado de la mano de Dios, amargado por su existencia y por los descuidos del pasado, se enfrentaba a una de sus primeras batallas personales y claro, difícilmente podría salir ileso de aquella contienda sin ayuda.
No sé muy bien quién encontró a quién, si yo te busqué, si tú me dijiste «hola qué tal?».
Nadie alertaba de tu presencia y por eso que llaman destino nos acercamos, te cogí y cuando vi todo lo que podías aportarme en mi nueva vida, te hice mío. O yo tuyo, ya que nos convertimos en inseparables.
Tal fue tu influencia paternalista sobre mí, que no me quedó otra que hablar de ti; todos mis allegados supieron que estabas a mi lado, que casi vivíamos juntos…Una vez a la semana, me veía obligado a hacer el paripé de abandonarte. Al segundo dos eras mío otra vez ya que la simbiosis era perfecta.
Aunque vives en infinitivo, fuiste mi camino, mi luz, mi faro, mi guía, vaya si lo fuiste.
Don Quijote y Sancho Panza, aunque ninguno tenía un papel secundario…
Nadie entendía nuestra relación, nadie… Todos buscaban la más guapa, la más atractiva y sobre todo el populismo del momento. Nosotros fuimos despacio, lenta y suavemente a lo nuestro en busca de mi objetivo, que en breve espacio de tiempo se convirtió en el tuyo.
Juntos conseguimos la hazaña de subsanar todos mis vacíos y juntos hicimos que te sintieras el más válido.
Hoy, vuelvo a ti, tras años de espera, para que todo lo que escondes entre tus muros de cartón, sean herramienta útil para otro chaval que empieza.
Y hasta aquí, la historia de amor entre un joven estudiante de ingeniería que andaba perdido en su primer año con la Física y el libro que le dio el primer aprobado de su carrera.
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