TOC, TOC … Llamaron a la puerta de la consulta. A la voz de adelante se abrió una habitación impoluta, aséptica, inmaculada… Paredes blancas sin nada más en ellas que la luz que entraba por la ventana situada al fondo, justo detrás de aquella mesa de escritorio donde se sentaba prudente, con las manos entrelazadas, esperando a su próxima víctima de la vida, del mundo y sus circunstancias.
En la izquierda una librería donde se dejaban ver entre otros Nietzsche, Piaget, Freud, Skinner, padres todos ellos de alguna disciplina relevante para los asuntos que allí se trataban.
Sobre la mesa una carpeta azul. Al verlo entrar la abrió justo por el sitio donde en la última visita puso un punto y final marcado, quizás debería haber puesto un punto y seguido, pero aquello no le quitó el sueño ni avivó su preocupación por un segundo. Sabía que aun siendo el final de algo, era la continuación de su vida, y en cada etapa había que descansar para respirar tal y como ella le enseñaba en cada sesión.
Nunca sabía cómo iniciar esa conversación, viéndola a ella tras un sillón de escritorio que sobresalía muy mucho por encima de su cabeza. En más de una ocasión estuvo tentado de preguntarle por sus aficiones, sus hobbies, si le gustaba el teatro, y si realmente leía aquellos autores tan rancios como evidentemente inspiradores.
Carraspeaba una vez, dos, tres veces… Miraba no sabía muy bien a dónde. Se aprendió de memoria el diploma de un máster en psicología de la conducta y una orla de fin de carrera que se disponían de cualquier forma en aquella sala. A veces se entretenía intentando averiguar cual de aquellas doctoradas era la que tendría en frente en unos minutos, pero para ello debía ponerse sus gafas de lejos y eso, pensaba, le restaría glamour.
Sus inseguridades, sus miedo y fobias, sus filias enfermizas hacía ya tiempo que las consiguió dejar atrás, y sin embargo continuaba pidiendo cita semana tras semana, sólo por verla. La que lo esperaba dentro de la habitación no era más que un simple adorno más de todo aquello que se había montado en su cabeza de hombre curado. Sólo iba por ella, por aquella que le abría la puerta, que le decía pase, que le sonreía nada más abrirle. Por aquella que siempre estaría en sus pensamientos más obsesivos y compulsivos, sin llegar a materializarse en nada más que sensaciones e idealismos de una vida que nunca tendría.

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