Con la llegada del caos, surgen las preguntas, algunas sin respuesta. ¿Se pudo haber evitado? ¿Fue necesario llegar a eso? ¿En qué momento todo acabó yéndose de las manos? ¿Había justificación? ¿Mereció la pena?
Un solo instante previo, unas décimas de segundo antes y todo estaba en orden. De repente, la locura, el descontrol y con ello la entropía en su grado máximo.
El estado de reposo convertido en movimiento violento que altera su propio ser y el entorno que lo rodea.
Sin pestañear, sin una mueca en su cara que indicara lo que estaba por venir. Nada, absolutamente nada hacía presagiar ese desenlace. Incluso ni él mismo fue consciente mientras ejecutaba la orden que le dictó ese impulso maldito.
Tras un breve periodo de asimilación, entre amagos de risas y enfados, el silencio. Silencio extraño porque nadie estaba preparado. Silencio que vino tras el estruendo.
Y tras todo ello, el desconcierto ante una situación incomprensible y, quizás, evitable.
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