Fútbol casi en blanco y negro, éramos tan felices que no lo teníamos en cuenta.
Bocata de mortadela en papel plata, bolsa, pipas, gorrita y una botellita de agua. Aaah, y la alfombrilla para el culo. Sin asiento pero con unas sensaciones indescriptibles. Así fue mi infancia en el Sánchez Pizjuán.
Voladizo, aquí o allí, daba igual, lo importante era la compañía, la revista a la entrada, y un marcador manual con publicidades que marcaban esos otros partidos que animaban los 90 minutos.
En el campo, un grupo de canteranos con más o menos barba cerrada, un entrenador cateto que encandilaba a todos con su sabiduría con aires del Guadalquivir y entre albures y campos de albero, hizo un equipo que nos hacía felices. Los más destacados se iban a equipos grandes y todos aplaudíamos porque queríamos lo mejor para esos “ellos” que yo particularmente no conocía en persona, pero que te podías encontrar por la calle como si tal cosa.
Luego llegaron épocas donde el goleador era la envidia de Europa y tú soñabas con sus goles; goles que solo servían para acabar entre los 10 primeros y para darte la mayor de las felicidades en cada jugada. No pedíamos más. Por supuesto también se iban a equipos grandes después de hacernos felices a nosotros.
Rachas buenas, o pensábamos que eran buenas que se entremezclaban con una clasificación europea que era lo más grande del mundo y algún descenso inexplicable cuando a ti te encantaba el equipo aunque sabías, en tu escaso conocimiento que ese entrenador no era el más adecuado, ni ese, y mucho menos ese… pero te daba igual. Cada gol era un plus de felicidad en tu día a día.
Jugar en Segunda, en campos de mala muerte solo era un condicionante para intentar ir al fútbol los domingos por la mañana o verlo por el plus y seguir siendo felices porque con un peor equipo, verías a tu equipo ganar mucho más que el año pasado y casi seguro que ascendería. Otro gran momento de felicidad.
Y luego llegaron los años buenos, -¿acaso los buenos no eran los anteriores?- y todo era
Incredulidad, éxtasis, climax y felicidad desborada porque de una vez por todas, tú equipo hasta ganaba dos partidos seguidos y ¡jugaba bien!
Algunos canteranos, los últimos, jugadores de aquí y de allá, todos capitanes en sus ex equipos y un grupo bien encabezadlo que te ponía cachondo furbolísticamente hablando.
A nadie le interesaban los dirigentes, los precios de los jugadores, los flecos, lo que costaba y cobraba tal ni lo que dejaría cuál… éramos sevillistas, meros aficionados al fútbol y éramos felices.
Luego, el despliegue más absoluto de felicidad, llega el mejor equipo de la historia, con jugadores increíbles que llegaban rebotados de malas actuaciones, secuestros familiares, descensos,… y todos hicieron que Disney fuera algo más terrenal.
Y llegaron los títulos y las lágrimas que rebosaban de felicidad, y se iban algunos, llegaban otros y seguíamos ganando y ganando y nadie se planteaba nada que no fuera ganar y ganar y seguir siendo felices.
Y un buen día, el fútbol dejó de ser un deporte puro para el sevillismo y nos olvidamos de ser felices; las tragedias por un empate, los malos rollos en la grada, y eso que parecía que seguíamos ganando y cada vez más consolidados.
Y ganábamos, tal vez con más dificultad, pero ya no éramos felices. Ya no somos felices.
La ilusión por ser felices y serlo se trasformó en un Master continuo de economía, las tertulias de bar ya no se entienden sin una hoja de Excel, con sueldos, fijos, variables y objetivos que ninguno conocemos porque el fútbol, queridos míos, dejo y de ser fútbol el día que nosotros mismos permitimos que lo dejara de ser.
¿Os imagináis a la grada deseando la marcha de Pintinho, Polster, Suker o Zamorano? “Es que hay que cuadrar las cuentas”, te dirán ahora los que van de entendido con un grado medio en fontanería e incluso el licenciado cum laude en economía deportiva que se come los mocos en twitter, dando lecciones con diagramas y ejes coordenados, poco coordinados… pues ahora está pasando co. Kounde, posiblemente uno de nuestros mejores jugadores y en vez de querer seguir disfrutando de él, pedís su traspaso para que con el dinero que nos van a decir que van a recibir, fichar a 2-3-4 desconocidos al que querremos invitar a jamón desde el primer día, simplemente porque nuestro desconocimiento nos hace creer ciegamente en un mal portero que tras un marrón de categoría, se hizo cargo de la secretaría técnica y desde entonces lo está bordando.
Me niego a seguir siendo infeliz con mi Sevilla FC
Enfadoso says
8 julio, 2022 at 15:13La sociedad se ha ido a la mierda y todo se ha visto corrompido. ¡Malditos sean!