Una locura era todo aquello que rondaba en su cabeza y en su estómago, haciendo que no parara de maquinar en todo el día, que las digestiones fueran cada día más pesadas y que los nervios se apoderaran de las noches.
Sí, era un auténtico relío, aderezado de sueños por cumplir y cuentos endulzados que solo existían cuando éramos pequeños.
Siempre lo tuvo presente, como algo tan lejano como imposible, aunque bonito y entusiasta para ella. Un proyecto ilusionante, pero difícil de llevar a cabo cuando cuántas con la comodidad de unos ingresos fijos y un hijo a cargo. Le decían que el que no arriesga no gana, y sin embargo prefería perder sabiendo que su hijo tenía leche en el frigorífico…
Pero llegó un día que jamás pensó que llegaría, y fue el momento de tirarse a la piscina, sin flotador, y, si me apuras, sin bañador siquiera para poder sentirse más libre…
Ideó, diseño, probó, tanteó, muy poco a poco, seguía teniendo ese miedo paralizante que a veces no te deja avanzar y otras te hace retroceder hasta llegar de nuevo al punto de partida, a la casilla de salida.
Pero ahí estaba latiendo y gritando por salir, necesitaba perseguir aunque fuera este sueño, aunque supusiera trabajar a deshoras, idear mientras soñaba y soñar creando. Sin descanso, de esa máquina de crear en que había convertido la imaginación que creía dormida hacia tiempo, salían ideas originales, combinaciones imposibles que era capaz de materializar.
Sin darse cuenta, forjó esa ilusión creada a base de sueños y se hizo grande por creer en ella, en las posibilidades de éxito, en el ímpetu y la fuerza que nunca creyó tener, pero ahí estaban agazapadas tras la vergüenza y el olvido de saber que valía.
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