Este Rey Santo no se resiste y si en días pretéritos verbalizaba acerca de la suciedad que habita pegada a nuestro reino, distorsionando una belleza tan real como la anterior protagonista de mis desvelos, aquende hallome, al sol, superando la treintena de grados celsius, manuscribiendo, evitando la caída inesperada de alícuotas concentradas de sudoración para no enturbiar dicha verborrea recriminatoria.
Oteo los alrededores de mi ser y vigilo un solar gris, sin adoquín costumbrista, sin canalizaciones de sombra. ¿Dónde quedaron las callejuelas, plazas, avenidas y anchás plenas en verde y troncos robustos que aportaban vida a la vida?
La obsesión descontrolada, como lo es una obsesión en sí misma, de talar por talar, destrozando el señorial encuadre arbóreo del reino no encuentra lógica en este cerebelo Real y Santo que acostumbraba a gozar y llevar al pragmatismo aquello de “quién a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”, mientras trazaba garabatos con diana poética en forma asaetada que traspasara el alma del sevillano, con mayor o menor fortuna en tal delineación y conformación de los vocablos encadenados.
No dudamos en la existencia en este presente momento en que se agota el pergamino, de una novedosa tala y la consecuente caída de frondosidad. “No cabe en cabeza humana”, que versaba la abuela Berenguela, y sigue ocurriendo.
La escasez de aguas, la escasez de lluvia, la escasez de sombra, sin duda, escasez de sesos.
Pido pues disculpas por el atrevimiento a la crítica pero urge detener este asesinato en masa de nuestros hermanos verdes que tanta vida nos daban.
Mientras, ¡Sevilla!, sonríe…
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