Mi locura pasa por pensarte e imaginarme un mundo contigo. Jamás me sentí más cuerda que cuando te sentía, aún en la lejanía de la dimensión espacio y tiempo.
Tan cruel me parecía que me alejaran de ti sin sentido, sin ser la culpa mía, que el odio me comía por dentro y el rencor nublaba mis sentidos, sin dejarme ver más allá de algún plan de venganza maquinado con la ira que me provocaba aquello.
Nadie supo nunca cuánto lloré echándote de menos, nadie fue consciente del inconsciente ahogo que me provocaba tu ausencia y, aún así, te animaba a irte. Porque quería tu sonrisa, tu felicidad, tu inocencia tan verdadera… Quizás me aproveche de tu ternura y del cariño que rebosabas.
Cada marcha, mil lágrimas, aún hoy sigo derramando alguna, cada semana interminable, cada domingo el nerviosismo de que volveré a verte y las ganas de abrazarte intactas.
Ojalá no fuera así, ojalá no tuviera que echarte de menos, ojalá no tuviera que verte y oirte a través del teléfono y tuviera la suerte de disfrutarte eternamente.
Ojalá nunca, ojalá por siempre.
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