Había leído muchas veces que los ojos de las personas hablan… Se puede saber con sólo mirarlos si se está enamorado, triste, enfadado, melancólico o feliz… Y a ella todos se lo notaron en los ojos. Iba con pies de plomo, tenía tanto miedo que no fuera de verdad, tenía tanto miedo a enamorarse y darse de bruces contra el suelo sin anestesia ni calmantes, no estaba preparada para un nuevo desengaño… Veía cómo el estaba pendiente de ella, cómo hacía lo imposible para sacar un ratito y poder verse aunque sólo fueran diez escasos minutos, observaba cómo la miraba, cómo se interesaba por todo lo que ocurría en su día a día; su hijo, su familia, su trabajo, su enfermedad, todo…. Cada día se sentía más ilusionada y los ojos cada vez le brillaban más y lucía una sonrisa eterna en los labios que era incapaz de disimular.
Sus compañeras le decían hasta que estaba más guapa, que le brillaban los ojos como sólo le brillan a las personas felices y enamoradas, a aquellas que guardan una ilusión en su corazón y ella la albergaba dentro.
Cada día que pasaban juntos era más bonito que el anterior, sólo había algo que les hacía dudar a ambos y era ese miedo paralizante que les hacía evitar verbalizar ese sentimiento que ambos tenían pero que tanto reparo les daba.
Estaban enamorados, cada día un poquito más y cuando creían que no se podía estar más, ocurría algo que los hacía sentir más y más fuerte. Pero ninguno lo decían con palabras. Hablaban los actos, hablaban las risas, hablaban las miradas y las caricias pero la voz seguía dormida, y aunque intentaba despertar de vez en cuando, siempre encontraban la forma de callarla para evitar que si caían el golpe fuera menos duro, más liviano…
Un día cuando ella llegó de trabajar a medio día a recogerlo para comer juntos una vez más, él la estaba esperando con un regalo que le llegó muy dentro, porque ahí se dio cuenta de que de verdad la escuchaba y estaba pendiente de ella, que se fijaba en todo aunque no dijera nada… Le regaló una pulsera de cuero y plata con un corazón, del estilo que ella solía utilizar y del que tenía un anillo igual. Para ella ese regalo supuso mucho más que una pulsera, era la materialización de que estaba pendiente, que se había dado cuenta de lo que llevaba puesto,aunque ella a veces pareciera un árbol de Navidad… Fijarse en ese anillo de los cien que tenía suponía que de verdad la miraba y la veía y no era invisible para él.
Desde el primer día fue un caballero con ella, fue un chico claro y honrado al que le costaba desnudar sus sentimientos por el mismo miedo que de algún modo también los unía a los dos(…)
Deja una respuesta