—Nina estaba en casa.
Laura guardaba su bocadillo en la mochila mientras Isabel tomaba el último buche de su café, antes de soltar la taza en el fregadero—. ¡Vamos chicas! —dijo Lucía, que esperaba delante de la puerta con las llaves en la mano.
—“Hoy os llevaré yo” —escucharon con sorpresa las hermanas de Nina, pues resultaba inusual que se ofreciera a llevarlas.
“Estoy lista”, dijo Laura mientras cogió la mochila—. Mis amigas alucinarán cuando te vean, desde el viernes no dejan de enviarme mensajes preguntándome ¿cómo me encuentro después de lo sucedido al salir de clase…? Ese conductor estuvo a punto de atropellarme. ¡Por suerte!, aquel hombre me tiró de la mano, justo a tiempo.
—¿Hombre? ¿A qué te refieres?
—Lo vi solo un momento —contestó Laura, para continuar con una descripción que se ajustaba perfectamente al comisario Díaz.
De pronto, Nina comprendió que Diego le había salvado la vida a su hermana, pero ¿por qué no se lo había revelado cuándo le proporcionó los detalles sobre el suceso?, ¿acaso quería usarlo en otro momento cómo medalla? Suspiró llamando la atención de sus tres hermanas. Quienes, entre risas y burlas, le preguntaron de quién estaba enamorada.
— ¿Enamorada? Por favor, no digáis más tonterías y vámonos, se hace tarde.
¿Laura, tienes batería en el teléfono móvil? Si no es así, ponlo a cargar en cuanto llegues a la clase… Y llámame en caso de que suceda algo que te resulte extraño. No subas al vehículo de nadie. No salgas sola de la clase…, pídele a alguna amiga que te acompañe hasta que pase a recogerte. Si no puedo hacerlo yo, lo hará un compañero.
Esto se extiende al resto — dijo mientras la miraban asombrada. A continuación, bajaron las escaleras, y en el rellano del portal, Lucía detuvo a Nina antes de salir.
—¿Qué sucede, hermana?
—¿Por qué habría que pasar algo? Me preocupo por Laura, sé que lo que pasó le puede pasar a cualquiera, solo os pido que prestéis atención.
—¿Seguro? ¿Solo es eso?
— ¡Sí, Lucía! Vas a tener que dejar de leer novelas policíacas, creo que finalmente te están afectando —le dijo sonriendo.
—No leo tantas.
—¡Qué no! ¡Las tienes sobre la mesilla, sobre la mesa del salón, en la estantería del baño! Lucía, no me negarás que te has convertido en una auténtica aficionada.
—¿Eso es lo que opinas? —se mostró desconcertada, confiando sus sospechas en la atención de su lectura, y no en la alerta de sus propios instintos.
Durante ese momento en que Nina era consciente de la magnitud de lo ocurrido, se mantuvo en su intención de no compartirlo con ella, a pesar de que Diego, y sus compañeros no compartían esta decisión.
Continuará.
Katy Núñez
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