
—¿Qué está pasando? ¡Quiero que me lo digas ahora mismo!, No me digas que no es nada porque has cambiado de la noche a la mañana, y no me refiero a tu imagen “que te vendría bien, hermanita” —discutía Lucía con Nina aprovechando que estaban solas.
—No sucede nada —respondió Nina con una sonrisa y su tono de voz más dulce, aunque su mente, confesaba la verdad con miedo.
—¿Nada? “Eso no te lo crees ni tú”. Nina, no me hagas llamar a mamá. Si lo hago, papá y ella se presentarán aquí y ya conoces a mamá; no descansará hasta que le digas lo que pasa.
—¡Te he dicho que no pasa nada! —aseguró perdiendo los nervios mientras le levantaba la voz—. Perdona, Lucía; no pretendía faltarte al respeto.
—Mira, Nina, deja de mentirme, ¡soy tu hermana mayor y te conozco como si te hubiera parido yo misma!
—Lo siento, Lucía, pero estoy muy ocupada con mi trabajo.
— ¿Tiene algo que ver con qué allí donde vamos, halla una patrulla?
—¿Qué? No entiendo de qué me hablas Lucía, pero te repito que estoy muy ocupada, te dejo, llego tarde a la comisaría.
—Sí, vas a llegar tarde porque no sales de casa sin decirme lo que está pasando —le aseguró agarrándola del brazo.
—Para, me estás agobiando —respondió Nina soltándose antes de abrir la puerta y marcharse. Aunque seguía escuchando la retahíla de su hermana mayor mientras bajaba las escaleras.
—¡Lamentablemente, hermanita, si no es por las buenas, será por las malas! —afirmó Lucía acercándose a retirar el visillo de la ventana del salón para confirmar sus sospechas —lo sabía, son de la secreta —dijo al ver cómo Nina se subía a un coche negro que llevaba toda la noche aparcado delante del portal. Segundos después llegaban dos transeúntes, uno con una cámara colgada del cuello, que caminaba con un brazo apoyado sobre ella, y otro algo más pequeño, que miraba a todos lados como si fuera un animal encerrado.
En ese momento, Lucía tomó la decisión de acudir a la comisaría, llevaría a cabo su propia investigación, haría todo lo necesario para que su hermana hablara con ella… Con todo planeado, salió de casa y decidió ir caminando. Como imaginaba, aquellos dos hombres la seguían. Por lo tanto, decidió tomar un taxi. Minutos después se presentó en el despacho de Diego preguntando por el comisario.
—En estos momentos se encuentra en una reunión —le informó Fabián.
No hay problema, le esperaré, aseguró ella—. Mientras tanto, aprovecharé para saludar a mi hermana, no se moleste, sé dónde está su mesa —le aseguró, y aunque Fabián insistía en que la inspectora se encontraba en archivos, Lucía caminaba hacia la mesa de su hermana con paso firme.
No quería cotillear. Solo quería hablar con ella, pero sobre la mesa había una carpeta de la que sobresalía la esquina de una foto con la imagen de una mochila. Lucía estaba segura de que era la mochila de Laura; así que miró rápidamente a su alrededor y, sin pensarlo, tiró la carpeta al suelo. Una vez que se agachó a recogerla, quedó desolada. Gradualmente, fue moviendo las fotografías. Al principio, como si fuera una baraja. A continuación, las fue separando, y con cada imagen que se veía, estaba más asustada.
—Me han informado de que me estaba buscando —dijo Diego mientras Laura devolvía las fotos a la carpeta y luego a la mesa.
—¿Qué significa esto? Estas fotografías son de la noche en la que nos presentaron, y hay otras, llegando a mi trabajo, de Laura en el Instituto y de Isabel volviendo al conservatorio.
—“Lo sé” —dijo Diego, seguro que todo aquello era muy desafortunado. No quería ni imaginar la reacción de Nina cuando se enterara de que su hermana Lucía estaba a punto de descubrir lo que ella trataba de ocultar y cómo diera lugar.
—¿Lucía…?, ¿ha sucedido algo? ¿Está bien, le ocurre algo a Isabel? ¿Laura se encuentra en peligro? —le inquirió Nina, nerviosa, sin darle tiempo para responder.
—¿Dímelo tú? —le contestó Lucia apartándose a un lado para que viera las fotos.
Continuará.
