Aquí comienza, ya comenzó en el pasado de estas palabras, porque somos tiempo y aunque lo hagamos a un ritmo menor, avanzamos en la misma dirección y en el mismo sentido. ¿Siempre?
Pregunta que nos atreveremos a responder mientras él pasa y nosotros flotamos en su dimensión, allá donde el sistema de coordenadas se puso a cero, para nosotros, en el momento de aquel primer llanto, o tal vez nueve meses antes…
Supongamos que nacemos para t=0, –para muchos ya es un error como hemos comentado antes-, pero pondremos ahí nuestra referencia y supongamos que para tiempos sucesivos, crecemos, evolucionamos en el mejor de los casos, regalamos algún reloj durante e incluso somos capaces de detenerlo en el mismo instante de nuestra muerte, a pesar de que él siga su ritmo, su vigor, sus ansias de devorarse a sí mismo porque el tiempo también necesita su tiempo.
Somos tiempo, el que disfrutamos, el que hace que parezca que se detiene –ilusos nosotros-, e incluso el empleo o malgasto del mismo…
El tiempo siempre tiende a infinito pero no para nosotros –¡en sí mismo!-. Nosotros tenemos tiempo inicial y final, sin detenernos, porque él no lo hace en pensar que puede llegar un tiempo en el que el propio tiempo, retroceda en nosotros. Y es que nuestra mente, desgastada y malcriada, enseñada, erosionada, se diluya como el tiempo entre nuestras manos. O ¿acaso la arena no es sinónimo de tiempo? ¿Acaso el agua no se escurre entre nuestras manos? Con eso divagaremos en otro capítulo, si el tiempo lo permite.
Y lo dicho, llega un tiempo en el que se acaba el tiempo sin acabarse porque es infinito, y sin que el nuestro propio se agote aunque el retroceso mental te vuelve a dar una oportunidad, maldita oportunidad de sentirte un niño y recordar lo vivido o soñado, aunque no seas capaz de reconocer a tus nietos…
Maldito tiempo que en el tiempo devuelve el tiempo hacia atrás cuando él avanza con todo el descaro del mundo.
Tiempo… disfrútenlo que, por suerte, desconocemos cuando podremos tirar el reloj al río.
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