Era media tarde cuando todo acabó. En realidad, el señor Fixex se apresuró a regresar a su tienda porque sabía que debía hacer algo, y molesto al no recordar qué, se situó en el centro de la carpa. Miró hacia su derecha y negó taxativamente ante la mesa de trabajo
—¡Nada!, —susurró, y lejos de sentirse abatido, dio un paso atrás, y miró la mesita que estaba junto a la mecedora—. ¡No! —aseveró, poniendo a prueba su templanza, porque tenía la fuerte sensación de que era importante—, “ánimo, quizás consigas recordarlo tomando un dedil de aguamiel” —puntualizó irónico, sosegándose ante la idea… —. ¡Por supuesto!, ya sé de qué se trata. Creo que lo vi por última vez en la estantería de la salida. ¡Pero ahora, no lo veo…! —Dijo repasando cada a una de las cinco estanterías, luego, continuó con las de la izquierda—. ¡No! ¡No! Sí… Lo encontré —celebró, alargando el brazo hasta coger un extraordinario huevo de madera, y aferrándolo con las manos, lo giró con ganas hasta que consiguió abrirlo. A continuación, lo dejó de lado durante unos instantes mientras buscaba un vértice de intensidad, pensando que “el platillo místico” le serviría para estimar con exactitud la posición de Lluvia o de cualquier otra águila de cabeza dorada. Finalmente, lo encontró, en el baúl de los Siete mundos, atesorado, entre objetos prohibidos desde la última guerra. ¡Asimismo, se trataba de una decisión peligrosa, debido a que al usarlo violaba el apartado “oldo7” del Tratado Uzcam! Sin embargo, solo vertería una pizca del contenido del huevo, una cantidad insignificante, que con toda seguridad no llegaría a llamar la atención de la Nebulosa de la araña, y convencido, chasqueo la lengua y pronunció el conjuro, alargándolo hasta casi ahogarse—. Etale’ aver…
—¿Maestre…? ¿Qué está sucediendo, ahí dentro? ¿No será, lo que me imagino? —se escuchó la voz de una visita que caminó hasta el interior sin invitación—. ¡Lo suponía! —aseveró lady Tabatha que raramente se equivocaba—. ¿Y ahora, que sabemos la verdad?
—¡Ahora la llave! —contestó él, relacionando un objeto cotidiano con un importante documento, por lo que debía revolver entre sus recuerdos de juventud para encontrar uno en concreto, relacionado con su herencia y, por ende, a su padre, que lo llamó así antes de entregárselo!—. ¿Dónde la habré puesto?
—¿Acaso no lo sabe? ¿Si necesita una para poder hacer este conjuro?, tenga, aquí tiene la mía.
—Gracias, pero esa no me sirve, de hecho no me sirve ninguna. Se trata de una metáfora —dijo, jugueteando inquieto con la invitación Amatis, sin prestar demasiada atención a los gritos de los centinelas que provenían del exterior.
—¡Eh!, ¡duende! ¿Qué contienen los barriles?, — se oyó decir a Thomas. Pero el señor Fixex estaba demasiado ocupado para prestar atención a lo que sucedía.
—¡Vino para la Fortaleza! Soy Zatex, el nuevo proveedor del reino. El propio maestre me ha concedido el permiso, por lo que voy tarde y no querría tener problemas con el mayordomo real, insistió, en que su pedido fuera el primero en salir de la llanura —aseguró el duende sacudiendo ligeramente las riendas sobre las mulas, ya que el gesto de uno de los centinelas, le permitió retomar el camino.
—¡El nuevo por qué! ¿Qué ha pasado con el otro?, —dijo Thomas mientras revisaba la lista esperando una respuesta, hasta que de pronto miró a Zatex y le gritó a la cara—. ¿Nos hemos visto antes?
La antipatía del duende casi era imperceptible, cuando negó con la cabeza, mientras el enorme centinela comprobaba la parte posterior de la carreta. Esa misma antipatía impidió a Thomas recelar del tenue temblor en el gesto del duende, antes de añadir—. ¡Lo arrestaron hace unos días!
11 Lo atraparon vendiendo pócimas prohibidas —aseguró, dando un ligero toque con el talón, a una caja que ocultaba bajo el pescante, mientras sacaba el permiso de su bolsa.
A escasos pasos de allí, tras un carromato cargado de abalorios, ÁzdeliLidot se ocultaba con la esperanza de evitar a los centinelas… “¡Dignidad y arrojo, estimado Lidot!”, confía en tus actitudes, y entra —le susurré al oído.
—Lo haré, aprovecharé que están ocupados.
Lo hizo antes, de que el maestre pudiera hacer algo para evitarlo.
—¡Buenas tardes!, perdone mis modales, pero ya le dije que necesitaba algo de su tiempo.
—¡Usted! ¡Otra vez, usted!, —dijo el maestre, pensando que si aquel joven poseía algún don extraordinario, desde luego no era el de la oportunidad. El señor Fixex, acomodó la invitación en el bolsillo trasero de su pantalón, y se despidió de la señora Tabatha, con la promesa de visitarla.
—¡Yo! ¡Qué, quería…! —Exclamó nervioso.
—Dígame que son buenas noticias —dijo el duende, que para entonces estaba extenuado en voz y en ánimo—. Y sea breve, cómo puede apreciar, me preparaba para conjurar el buen tiempo —exclamó, levantándose para cubrir la cabeza de águila que revelaba el polvo azafranado. Callando con fortuna, el ruido de la vieja mecedora que crujía acompasando con un ritmo confuso hasta que se detuvo. Ázdeli no se sorprendió al ver cómo su anfitrión intentaba ocultar el anuncio de aquella criatura maravillosa. Se sentía aliviado al ver que el maestre, aún malhumorado, le atendiera. No obstante, el señor Fixex se encontraba en otros temas. No podía ignorar las revelaciones de lady Tabatha, y debía hallar la llave. Pero le inquietaba no saber a ciencia cierta dónde buscarla. Probablemente, estaría en su arquería, hogar de los Doseví, lo que significaría salir de inmediato hacia las Rojas de Carmelian…
—¡Ajbhó!, me ha mostrado el futuro —dijo el joven, atolondrado. Sin pensar en el efecto, o el peso de aquellas palabras.
—¡Así que tenéis lengua!, ¡Una lástima que solo os sirva para decir tonterías!, —exclamó el señor Fixex, que aún se encontraba junto a la mesa, impaciente, por revisar con cuidado una última estantería. Para su desgracia, y frustración, esta estaba repleta de documentos de todo tipo y tamaño—. Irrumpe en mi tienda, afirmando ser nada menos que el oráculo de la Diosa, un día que puede ser todo, menos común, y le advierto que solo por esa causa le dejaré terminar. Espero por Ajbhó que no sea otra casualidad —masculló augurios, el anciano, con su última frase.
¡Por desgracia, yo no debía participar! De igual modo, aquellos que llamaron la atención de la Deidad violando las leyes no escritas para proteger a sus habitantes, perdieron su inmortalidad. Sumiendo en una niebla de conspiración, de oscuridad gigantesca, y de hambruna, a reinos que una vez fueron prósperos.
Lidot era plenamente consciente de que nuestra única esperanza era evitarlo. No obstante, requeríamos un documento, oculto durante casi medio siglo, entre las leyes y conjuros del mismo vademécum. Por mi mano, escrito, y por ellas, arrancado tras la muerte de la profetizada. Durante aquellos duros momentos, tras la pérdida de Dikaz, opte por entregar en secreto la custodia del documento, a Lamercáx Doseví. Abuelo paterno del joven Fixex, de un linaje probado e insobornable, debido a la severidad de su estirpe.
—“Anoche, en sueños, Ajbhó, volvió a mencionar su nombre”, —confesó el joven.
—¿A qué la oís?, ¡a ver si yo tengo la misma suerte! Pero, ambos sabemos, que eso, no sucederá, ¿verdad?
—¿Acaso duda usted de mí? —preguntó Ázdeli, ofendido.
—¡No me atrevería!, dudo de las razones. Puede deberse a un cambio de hábitos o, a que algo que comió, estuviera en mal estado.
—¡Os juro por Ajbhó que he intentado encontrarle sentido a lo que me pasa! No sé si estoy en el límite, si es verdad o no. No obstante, no ha habido cambio que señalar. A excepción de las visiones, por las que he llegado a cometer infracciones, como fugarme de Brianaquel para hacer un viaje infructuoso, de ida y vuelta, en la caravana de las meigas. Por supuesto, sin conseguir mi objetivo —aseguró entre dientes, cambiando su perfecta actitud, por sincera rebeldía—. Sé dónde está mi lealtad, y me obliga a estar aquí, lo siento en el corazón, y en mi mente. —Dijo conjurando un vértice.; con él, murió su aliento consciente para mostrarle el camino angosto al que se enfrentaba, desde hacía varias noches, un bucle, conformado por una sola palabra. Fixex, Fixex…—. ¿Por qué me miráis así? Las visiones son cada vez más frecuentes y temo, que, aun así, me juzgáis —gritó, indignado, sin dejarse intimidar por el gesto del anciano.
—¿Cree usted que puede ponerse en mi lugar, joven? Dice que ve visiones, pero ahí acaba su mundo. En mi mundo hay mucho más, como alborotos, miradas sospechosas, y hostigados sin sentidos sobre plumas doradas. ¡Lo que sería una locura!
—¡Lo, lo siento mucho!, no esperaba que…
—¿Qué? ¡Que mi vida sea sombría! Pues, así es, y lo será aún más, si no finaliza de una maldita vez… ¡Veamos!, ¿de qué os habla “La Madre del Sagrado Libro”? —Dijo, antes de sentarse.
Sin embargo, Ázdeli también tenía sus propios problemas, y la amenaza, de que Thomas entrara en la tienda, le retumbaba en la cabeza como un zumbido—. Antes me gustaría tratar otro tema, si no tiene inconveniente —rogó, inquieto, girando la cabeza para controlar una vía de escape, en el caso de que fuera necesario—. Si el relato no os agrada, nos despediremos con bien. Se olvidará de todo, y yo, buscaré ayuda en otro lugar que me permita no dormir con los cerdos.
—¡Basta de estupideces, hable o salga! Ya conoce la salida.
—¡No prometo contar todo!, sin embargo, sentiré un gran alivio si me asegura que no llamará a los centinelas, especialmente al más grande, ¡e-ese hombre me da miedo!, —susurró.
Fue entonces cuando Ázdeli inclinó la mirada y decidió confesar.
—Thomas me descubrió al amanecer cuando intentaba llegar hasta su tienda —vaciló, compungido, pero siguió entre lágrimas y resoplidos—, así que, como podrá imaginar, me gustaría resolver este tema. Tal vez, si todo no fuera tan complicado, podríamos incluso hablar de algo terrible que va a suceder en nuestro reino —gritó, frustrado.
—¡Si comienza de esta manera, dudo que haya algún asunto que abordar! ¡Joven imprudente! Por favor, salga de mi tienda, y cuando vuelva, espero que lo haga con más respeto. ¡De esa forma, nos aseguramos de no invitar al señor Thomas, y de olvidar, ese asunto tan inquietante de los cerdos!
—No será necesario salir, lo haré como ordene. Mi nombre es ÁzdeliLidot, descendiente del pueblo de Ónix, encargado del bazar de la magia y pupilo del Señor Vári desde que…
—¡Encontró algo extraordinario en usted! Sí… ¡Lo mencionó, en nuestra última reunión!, ¡entiendo por el tono de su voz que esas visiones no son de su agrado!
—¡Son terribles!, y como se abren camino a través de mis sueños, me impiden descansar
—afirmó, intentando no revivirlas.
—¡He de suponer que necesitáis mi consejo!
—¡Su ayuda!, —especificó Lidot—. ¡Ella me dice que lo tiene! No me pregunte más, no sabría cómo responder.
—¿Pero…?, —asumió el señor Fixex, con resignación, volviendo a la mecedora; y una vez sentado.
—Sí, señor, hay un, pero, y, sin embargo, me atrevería a asegurar que no tiene ninguna opción —dijo, antes de sincerarse—. Es cierto que siempre deseé hablar con la Diosa… siempre la imaginé como una mujer hermosa. Sin embargo, ¡tan solo es una niña!, os parecerá extraño.
—¡La verdad es que hoy todo resulta un tanto particular! ¡Bien! ¿De qué habló con esa niña?
—¡De conspiraciones y asesinatos! ¡Incontables! Entre ellos…
—¡Continúe!
—“¡El de la propia diosa!”, — dijo mostrando su tristeza.
—¡Por mil enanos!, ¿cómo ha dicho…? ¿Sabe quizás la magnitud de tal afirmación? Sería el final de nuestra vida, tal como la conocemos. ¡Lo siento, joven!, pero si hubiera empezado el festival pensaría que está como una cuba. Pero, no parece que esa, sea la causa de vuestro delirio. ¿Podría deberse a que tiene que gestionar el bazar de la magia?, eso suele causar estrés. ¡No lo habéis hecho nunca! Estoy completamente convencido, ¡porque está cursando su primer año en Brianaquel, además tengo buena memoria para los rostros! No así, con los nombres, debo señalar.
Los temores de Ázdeli se tornaban realidad. ¡No le creía!
—¡No estoy cansado, ni estresado!, o al menos no más de lo que se puede estar en mi situación.
—La Diosa, no te ha revelado nada —aseguró el maestre, furioso, rasgando su garganta, a pesar de que el asunto debía abordarse con cautela—. ¡Si no está cansado, habrá perdido el juicio! ¡Eso…! ¡Eso es lo que le aseguro yo!, —manifestó acusador, con el dedo—. Bien, le he escuchado, ¡ahora debe marcharse! —De esta forma, el señor Fixex concluyó la reunión, y Ázdeli, abandonaba la tienda sin haber despertado el interés del duende, pero… ¡No podía permitirlo! Me forzaba, ¡no dejándome otra alternativa que ocupar el cuerpo de Ázdeli, si no salía bien, moriría! Sin embargo, comenzó a levitar sin aparente daño para su vida. ¡Ázdeli dormía bajo mi hechizo cuando, mediante una luz translúcida, mostré mi aspecto original al señor Fixex! Que se aferró a la mecedora apoyando los talones en el suelo.
—¡Señora!, —gritó y levantó las caderas, inclinándolas hacia atrás, lo que le hizo resbalar hasta dar con su cintura en el filo de la vieja mecedora.
—¡Ah! ¡Por mil enanos!, —exclamó, dolorido. Después reaccionó, incorporándose con dificultad.
—¡Concluye, mi grotesca bienvenida, mi señora! Como ha podido constatar, no esperaba su visita —expresó, abrumado por el ridículo.
—Lo lamento, maestre, pero no puedo entender su actitud, no la esperaba. No parece tener idea de la carga que supone para Lidot, os envié a un joven del que ya tenía conocimiento a través del zahorí mayor, ¿y no atiende a sus demandas?, agache la cabeza y acepte su torpeza. ¡Con ello ha propiciado la posibilidad de que la Deidad se fije en nosotros!
Fue en ese momento cuando le advertí de los inconvenientes.
—Preste atención a lo que tengo que decir, Fixex Doseví, en sus manos está el camino.
He sabido, con gran pesar, de dioses de otros reinos que perdieron importantes linajes del vasto Oblig.
—¡He oído esas historias, señora! Pero, ¡eso no puede sucederle a Hósiuz! ¡Significaría la muerte de muchos y la oscuridad para todo aquel que no perdiera antes su vida!, —añadió afligido.
—Debo reconocer que me resultó difícil aceptar aquello, aún hoy me estremezco cuando lo recuerdo.“Intenté evitar que ocurriera”, y tras lo sucedido, decidí entregar el Sagrado libro a mi pueblo.
Se lo comuniqué a la Deidad, y me castigaron por ello.
—¡Entonces, son ciertas las habladurías!, “Ajbhó, diosa de las estrellas” jamás volverá a su pueblo.
—Mereció la pena, a día de hoy, no lamento el coste, sobre todo cuando el resultado fue la firma del tratado.
—Los rumores corrían de boca en boca —le recordó él.
—Y el rey de los hombres… llegó a la Bahía Amatista con el frío de la noche.
—Luego, los Ocho sellaron el tratado cuando el primer menhir colocado en la Llanura señaló el mediodía, mientras los gaiteros susurraban a la doncella del Sur, nuevos acordes de alegrías y abrazos. No todos, comprendieron esto —señaló el maestre.
—Hasta que terminaron con las copas en alto, y me presenté ante reyes y nobles con la apariencia descuidada de una niña, saludando a los presentes de aquella importante reunión, portando entre mis manos un enorme vademécum consagrado en el solsticio de luna. ¡Que aceptaron agradecidos, y sin cuestionar, al ver la reacción del rey Uzcam! Quien a pesar de adorar a la Madre Encina, siempre, me mostró respeto.
—Después, la prosperidad no tardó en llegar, eran buenos tiempos para los hosiuences.
—No obstante, uno de mis hijos se ha atrevido a desobedecer la ley, poniendo el reino en peligro, y alarmada por mis visiones, tuve que convertir en mi oráculo al joven Lidot. Maestre, esta noche hemos recordado juntos los buenos momentos, y no quiero ni pensar en los malos. Ambos sabemos que no podemos dar por perdido el reino. No a tontas y a locas…
—¡La discreción será vital para que estos aires de guerra no se conviertan en un fuerte golpe de viento!, —aconsejó el maestre.
Tras varios segundos, y ante mi silencio, el señor Fixex se levantó y cogió el cuerpo de Ázdeli, que caía al suelo repentinamente tras abandonarlo.
—¿Estás bien, Anerí…? Anerí, respira, ¡pronto te sentirás mejor!
—Ázdeli —señaló, todavía aturdido—. Mi nombre es… ¡Ah! —Se quejaba.
Asimismo, tenía la extraña sensación de que su cuerpo había pasado por un trance terrible, y entonces preguntó—. ¿Ha sido una experiencia extracorpórea? ¡Qué maravilla! —Gritaba muy emocionado.
Al oírlo, el señor Fixex cambió su gesto de preocupación, por uno de asombro.
—No puede ser cierto, es absolutamente imposible—, por el contrario, “si es así” Anerí posee valiosas virtudes, que, sin duda, aminorarán el difícil camino —murmuró.
—Me siento sin fuerza, no puedo recordar nada con este dolor de cabeza, y me cuesta mucho respirar.
—¡Intente calmarse! Está confuso, ha tropezado y se ha golpeado la cabeza con fuerza. No obstante, se lo he examinado con detenimiento y solo tiene un chichón que le dolerá durante unos pocos días, quizá más. Pero en resumen, ¡no parece que haya nada que lamentar! —Contestó el señor Fixex, saliendo con rapidez de su incrédulo estado. Intentando asumir con la mayor entereza el potencial del joven, ¡y la valentía con la que se había enfrentado a lo que estaba ocurriendo!—. ¡Será mejor que se siente, y tome algo para suavizar la sequedad de su garganta! Agua fría sería lo más adecuado en este caso. Sin embargo, deberá ser aguamiel, también tomaré un trago —dijo, cogiendo el cuello de la botella con decisión—. Tengo claro que necesito saber más, y cortesía y aguamiel serán mis pacíficos aliados —masculló el maestre acercándose por detrás.
—Aquí tiene, señor Lidot. ¡Un poco de aguamiel aliviará el mal que sufre!
El señor Fixex, no hizo partícipe a Ázdeli de mi presencia, haciendo gala de su prudencia y protegiéndonos con su silencio. ¡Puesto que nuestra estrategia debía mantenerse dividida, al menos, hasta que los acontecimientos provocaran la llegada de la profetizada!
Entonces, el joven bebió hasta que una imperiosa necesidad le obligó a esparcir el caldo fermentado, cuál acróbata. Tras recuperarse, observó su aspecto desmejorado en el reflejo que le devolvía la copa. Luego, miró a su anfitrión, quien le sonreía de una forma extraña, mientras limpiaba sus vestiduras sin quejas o gritos.
—Me siento muy apenado por lo que le ha pasado a Anerí. Aparentemente, debería haberos dado una cosecha más joven, pero este lúpulo tiene un amargor perfecto… Doscientas añadas y perteneciente a mi humilde bodega privada.
—¡Ay…!, los jóvenes de hoy no tenéis aguante, necesitará algo de tiempo para recuperarse, ¿Qué tal, si lo aprovechamos reanudando nuestra charla?, hablábamos de visiones —dijo el maestre, sentándose en su mecedora, simulándose, relajado y cercano.
—¿Quiere escucharme? —preguntó, asombrado, y sin esperar respuesta que lo confirmara comenzó su relato… El maestre le oía con atención, levantándose y sentándose, según la dureza del relato. No obstante, sin formular ninguna pregunta ni reproche. Cuando acabó, se despidió del joven dándole ánimos para que volviera, si se encontraba en la misma situación. Pocos después, lo veía alejarse.
Entonces, el duende se acercó a la mesa y se puso a escribir.
—Esto es excesivo y más complejo de lo que podría haber imaginado. Veamos… ¡Una para el zahorí Vári!, y otra, a su pesar, para lady Tabatha —dijo, seguro de que le restaría tranquilidad. Sí… Por el momento, eso será suficiente —aseveró, dejándolas a un lado.
Poco después, Ázdeli llegaba a Brianaquel.
—Eh, muchachos, lo he logrado… “¡Mi primer permiso!” —Exclamó con alegría al reunirse con sus compañeros, quienes, al igual que el resto de novatos, esperaban ilusionados su primer festival de los nombrados.