El día comenzó con una notable liberación en la fortaleza Amatista.
—¡Se lo dije! —exclamó riendo mientras se alejaba de su carcelero—, mi señor me liberaría —manifestaba Dameiza, sujetándole la mirada de desprecio e increpando con su bastón. Poco después, Ser Blazéri Onnei y ella pasaban ante los centinelas sin prestarles más atención de la necesaria.
—¡No me gusta! —masculló Thomas, que los observaba, apoyado sobre el pórtico de la cantina.
—¡Por el cielo, Élop! —clamó lord Alexis—. Ah, contengo el aliento cuando algo le resulta extraño. Permita que disfrutemos de un breve descanso. Vamos, siéntese centinela y juguemos otra partida de naipes —añadió el joven, inclinando ligeramente el cuerpo para observar a la pareja.
—¡Está todo preparado! —aseveró Ser Blazéri Onnei sin mirar a la anciana—. Cerré el vértice tras ver caer a la reina. ¡Una lástima no haber disfrutado un poco más de aquella fascinante escena de vidrios rotos y desconcierto!
—¡Bien! —susurró la ermitaña—. ¡Ahora solo hay que esperar a que nadie advierta el hechizo subyacente!
—¡No me gusta! —repitió el centinela girando la cabeza para concentrarse en el juego—. Sale y entra cuando quiere y no es la primera vez que lo veo en compañía impropia de su linaje —afirmó con el mismo tono áspero con el que jugaba sus cartas.
—¡Eres muy desconfiado, mi buen amigo! La vieja Dameiza permanece al lado de Ser Blazéri Onnei desde que lo nombraron jinete del unicornio, y ambos bailarán al son de la música por peor que sea su condición. Sobre todo porque el día nueve de Aries marcará el ritmo de su vida. Ese día dejará su lugar como jinete y será nombrado consejero del tesoro. Dudo que vaya a dejar pasar la oportunidad de ver cómo su hermano le traspasa los poderes. No lo hará, se lo aseguro, jamás he visto a nadie con tanto deseo de poder.
—Puede que tenga razón, mi capitán, y que se deba a estos turnos intensivos que ha establecido su señor padre —dijo Thomas, relajándose, lo que le llevó a ganar una y otra, y otra vez.
Horas más tarde, el centinela esperaba con sarcasmo y seguridad a que su frustrado capitán completara su última tirada.
—¡Je, je! —bramó Alexis—. ¡Por fin! —dijo, dando un golpe con la mano abierta sobre la mesa—. ¡Esta vez gano yo!, ha cometido un gran error al aceptar un todo o nada contra mí. ¡Me debe una cena! Aunque tendremos que dejarlo para otro día, lamentablemente hoy me debo a la Fortaleza. Ya sabe que soy un auténtico altruista. ¡Es triste decirlo! Pero debo acudir a una fastuosa cena con lo que ello conlleva. ¡Sonría, Thomas! —añadió dando un golpe seco en la espalda del centinela—. Venga hombre, no puedes tener una actitud tan áspera en un día como este.
—¡Tiene razón, mi capitán! Debo reconocer que me ha ganado —afirmó, ocultando un par de naipes que demostraban lo contrario—. Déjeme pensar adónde le podría llevar. Me atrevería a sugerir… La Taberna del Ebrio —dijo intencionadamente con cierto brillo en la mirada y una mueca a medias.
—¡Nunca! —aseveró rotundamente lord Alexis—. Eso es un antro donde no tomaría ni Agua de Luna. Está claro que no eres un experto en la materia, pero no se preocupe, centinela, porque se lo pondré fácil, yo me ocuparé de elegir y usted solo tendrá que pagar y sonreír.
Sin embargo, la alegría del joven lord Alexis no se extendía al palacio. Allí habían pasado horas desde lo sucedido, y la señora Horig seguía sin reponerse de lo ocurrido.
—Ya está todo en la caravana. Partiremos en el gusano de las meigas en breve —dijo Turig frotando las manos, muy satisfecho, hasta que se percató del estado de su esposa—. ¿Qué sucede, señora Horig? —preguntó, preocupado, en tanto se tomaba unos segundos para analizar lo que ocurría a su alrededor.
—¿De qué hablas, enano loco? —dijo Horig levantando el gesto con aplomo.
—Hablo de que aquí está pasando algo, Eleris tiembla, y no es de frío. Didig está cabizbaja, a pesar de que Merhug la colma de halagos y atenciones. Y tú… Tú no llevabas tantas horas sin gritar desde que éramos novios. ¡Así qué dime! ¿Han peleado?
—¡No digas tonterías! ¡Estoy cansada, nada más!
—¿Cansada? ¿Tú? Mi querida esposa la he visto trabajar mucho más duro que hoy y jamás en silencio. ¡Así qué!
—Tiene razón, se lo voy a contar por qué le conozco y sé que no dejará de molestarme hasta que lo consiga. Pero, eso sí, lo que le cuente debe quedar entre nosotros. Y si cree que no es capaz de respetar mi petición, dígalo ahora y deje de rezar en mi oído.
—¡Adelante, soy un pozo sin fondo! —añadió el señor Turig, golpeando su barriga, buscando su sonrisa o su enfado… ¡Porque a pesar de que su relación era una odisea diaria, no podía verla tan triste! La prefería guerrera, peleona y altiva. Esa era la Horig de la que estaba enamorado, y no la triste y pasiva que se encontraba en esos momentos delante de él. A aquella ni la conocía ni tenía interés alguno por conocerla—. ¡Vamos, confía en mí! —dijo, sentándose a su lado para cogerle la mano.
—¡Bien, lo haré! Pero escuche lo que escuche, no lo repita en voz alta… ¡Han atentado contra la vida de la reina! Las meigas se encuentran en estos momentos con ella —dijo la señora Horig renegando—. ¡La reina se muere! ¡Y esas detestables mujeres no piensan hacer nada para sanarla! Son como aves de rapiña y, sin importarles que se trate de ella, exigen el pago por adelantado.
—¿Cuánto piden esas carroñeras?
—¡Cien piezas de oro! ¡Es una locura! Y el problema es que el consejero del tesoro está ausente, ¿cómo vamos a conseguir esa cantidad?
—¡Ah! Ahora lo recuerdo, es cierto. Partió ayer hacia la Fortaleza Amatista.
—¡Sí, y así se lo hemos explicado a esas brujas! Pero no acceden a cobrar a su regreso —dijo, intentando comprender ese sinsentido—. ¿Por qué no la quieren atender? ¿Habrán sido ellas? No puedo más, esposo. ¡Estoy tan inquieta que siento que no voy a sobrevivir a este dolor en mi pecho¡ Primero mi pequeño, y ahora esto. ¡Me siento tan frustrada! ¡Tan sola! —confesó, consternada, mirándole con sus rasgados ojos oscuros que en demasiadas ocasiones había visto bañados por el dolor de la infertilidad.
Turig la escuchaba con cariño. Sabía que ella lo necesitaba. Como también sabía que no era mujer que se regocijara en la queja.
—¡Por el cielo! No me llore, mujer. Le prometo que en un segundo tendrá esas monedas, aunque me cueste estar escuchando sus reproches durante el resto de mi vida —dijo, mirando fijamente su vieja olla.
Poco después se levantaba y caminaba hacia ella. Primero retiró la enorme tapa de cobre y tras sacar una pequeña puntilla de un cajón, la insertó entre la tapadera y el reborde de esta, extrayendo de su interior una segunda olla, mucho más pequeña que una de las asas de la enorme tapadera. Esta parecía dejada por su insignificancia, gracias a su original forma de abrirla. Después, sacó de su interior una bolsa picada por manchas de humedad y, sin dar explicaciones, se la entregó a su esposa, que lo miró con el rostro cabizbajo y tapándose la nariz.
—¿Qué es esto? ¿No será una broma? ¡Porque le aseguro que soy de recuperarme pronto! —gritó, en gran parte para defenderse de su dolor, aunque tuvo que callar al ver cómo su esposo la soltaba sobre la mesa, dejando que el sonido de su valor hablara por sí solo.
—¡Ahora puedes gritarme todo lo que desees! Pero, antes de hacerlo, quiero que sepa que las guardaba para comprar esa casita que te prometí en las Rojas de Carmelian —dijo el señor Turig en un tono profundo y acongojado.
La agitada mente de la señora Horig se detuvo en aquel instante, recordándole que su sueño desaparecería junto con aquellas monedas.
—¡No quiero escuchar ni una palabra más! —dijo, cogiendo el rodillo de amasar y, sin dejar de mirar a su esposo, le apartó a un lado para acercarse al hogar y retirar la pesada tetera del fuego con la ayuda del grueso de la madera. Luego, miró a su esposo y, con voz dulce, le susurró:
«Demonio de enano, por este tipo de cosas le quiero. ¡Tómese un descanso, le serviré un té de jazmín!».
—¿Un té de jazmín?… —preguntó el señor Turig—. Por fin, eso quiere decir que he hecho algo bien… ¡Es todo un consuelo! —aseguró, cogiendo una taza para recibir la aromática infusión.
—¡Cuidado, está caliente! —aseguró la señora Horig colocando la taza entre las endurecidas manos de su esposo, endulzándola con un merecido beso en la mejilla.
El rostro del señor Turig se hinchó gracias a su sonrisa. ¡Sabía que su esposa no era de agradecer con palabras, lo suyo eran los gestos!
—De nada… —susurró él viendo cómo la señora Horig subía las escaleras tarareando. Poco después se presentaba en los aposentos reales solicitando entrar en ellos.
—Como se lo digo… Mi Turig vale su peso en oro. Bueno, eso sería exagerado. Pero lo cierto es que me ha dado monedas más que suficientes para que las meigas hagan su trabajo —aseguraba la señora Horig a lady Ayla, que la atendía con la puerta entreabierta cuando apareció una sombra tras la joven.
—¡Mil luces y mil esperanzas, señora Horhy! —agradeció la serena y profunda voz de la Suprema incorporándose a la conversación—. Debo reconocer que su intervención me resulta inesperada. Pero gracias a la ayuda que nos han prestado su marido y usted, con suerte estaremos en la Fortaleza antes de lo que piensa. Creo que ha llegado el momento de que todos los que deben viajar hasta la Fortaleza suban a la caravana. ¡Nosotras nos quedaremos con la reina y tan pronto como se sienta con fuerzas, les seguiremos!
—¡Eso no es del todo cierto! —aseguró la más anciana de las meigas acercándose por detrás—. Sin embargo, habrá magia para ella —aseguró Tanátik, girándose a señalar a Tahíriz.
Fue entonces cuando lady Alldora y lady Ayla fueron conscientes de lo ambigua que resultaba Tanátik.
—¡Eso no es aceptable! Tendrá que haber magia para que su majestad vaya acompañada.
—Al menos, por una de ellas —replicó la señora Horig, empujando la puerta e irrumpiendo en la estancia para mirar de frente a Tanátik.
—¡No se lo voy a discutir! —dijo la anciana sin levantar la voz—. Sin embargo, ¡es lo que han pagado y es lo que tendrán! —aseveró.
—Salgamos, hablaremos de esto en la galería —dijo lady Alldora, invitando a la señora Horig y a su Sword. Y ambas salieron en silencio. Más tarde, la señora Horig se sentaba en uno de los húmedos bancos de piedra situados a lo largo de la galería, manteniendo la cabeza baja mientras retorcía el pico de su pañuelo —Esa maldita usurera nos ha vuelto a enredar, y siento decirlo, pero no creo que el señor Turig tenga otra bolsa igual. ¡Lo siento! Pero no se me ocurre cómo ayudar.
—¡Lo sabemos, no se preocupe! Terminaremos por encontrar la forma —aseguró lady Ayla con confianza.
—Veamos, está claro que las opciones en este caso están sujetas a la disponibilidad del tiempo —afirmó la Suprema—. Lluvia sería una opción factible, pero no sabemos si será necesaria más adelante. Aun así, haremos lo que tengamos que hacer. Puede estar segura de ello —añadió—. ¡No sé muy bien cómo, pero sí que no tardáremos en dar con una solución!
—Déjenme ayudar —dijo Didig, liberando sus ojos del oscuro velo que los poseía antes de dar un paso adelante para salir de la esquina en la que se había detenido a escucharlas—. ¡Lo conseguiremos con un poco de ayuda! ¡Esto servirá! —aseguró la joven ayudante sacando la solución de su delantal—. Son las ampollas que busca el consejero Zerdeg. Merhug me las entregó con el único propósito de consolarme—. Aunque puede que no sea tan bueno como parece.
—¿Podemos saber a qué se refiere, joven? —dijo la Suprema mirando el presente con recelo.
—¡Merhug compró esto al nuevo proveedor de la bodega! Pero debe saber que proviene del mercado oscuro. Sin embargo, ya las hemos probado y funcionan —dijo, aportando una solución que sin duda sería cuestionada por la Deidad.
—Bueno, ¡Así que finalmente el secretario no habló a la ligera! —dijo la señora Horig recordando su visita a las cocinas… Sin ocultar lo molesta que se sentía por la actitud del joven ayudante, que no dejaba de sorprenderla.
—Bien, Didig, ahora necesito que corras hasta las cocinas y sin llamar la atención le pidas a ese tal Merhug que suba. Utiliza cualquier excusa, pero tienes que conseguirlo ahora mismo —murmuró la Suprema.
A los pocos minutos, Didig regresaba a los aposentos.
—El consejero enano lo ha detenido. Ha detenido a Merhug y también al otro… ¡Sí, lo ha hecho! Al parecer ha descubierto que las ampollas del mercado oscuro son asunto suyo.
—Que lo traigan ante la reina, y a Merhug también —ordenó lady Halldora—. Señora Horig, creo que ya podemos seguir sin su ayuda, vaya con ella, informe de lo ocurrido al consejero Zerdeg con la mayor discreción.
—¡Sí, mi señora, enseguida! Vamos Didig.
Lejos de allí, en la Fortaleza, Thomas observaba la costa desde la atalaya cuando algo llamó su atención. Las embarcaciones ancladas en el cabo Amatis se mecían de forma irregular. Sin embargo, la niebla había cubierto las aguas, impidiéndole ver si, como creía, estaban siendo atacados.
—La revancha, centinela —gritó lord Alexis, antes de que el suelo de la torre crujiera, delatando su presencia.
—Siempre —contestó el enorme guerrero sin apartar la vista de la costa—. ¿Qué ve? —le preguntó entonces Thomas al joven capitán.
—Bueno, no mucho con este taró. Pero, está bien, me esforzaré, a ver… El océano de Ax, el horizonte… El galeón del rey Niels y su guardia. ¡Nada fuera de lo normal! ¿Qué ve usted?
—¡Veo problemas! ¿Y si posponemos esa partida hasta saber si hay una razón por la que preocuparse?
Bajaré hasta la llanura en busca del zahorí mayor. Me gustaría hablar con él… Tengo un extraño presentimiento.
—¡Me parece bien, centinela! Un hombre debe seguir su instinto y está claro que el vuestro os mantendrá la bolsa llena y la garganta caliente. Seguro que lo encuentra en la tienda del viejo maestre.
—¡Sí, posiblemente se encuentre allí! ¡Últimamente siempre están juntos!
—¿Qué tiene pensado? No, no me conteste, apuesto a que se trata de un vértice —masculló el capitán, sonriente, porque le agradaba verlo siempre tan comprometido.
—Eso o cualquier otra cosa que me permita ver qué está sucediendo ahí fuera… ¡Ax utiliza la niebla para ocultarnos algo, y necesito saber de qué se trata! —masculló en tanto seguía con su mirada al cambio de guardia que discutía con uno de los soldados de la casa Onnei. Fue entonces cuando dio un paso atrás, y recorrió la atalaya lentamente en su totalidad—. ¡Capitán! ¿Puede venir un momento? —dijo, preocupado—. Miré allí, ahí y allá, en el interior de la Fortaleza. Ahí, cerca de las caballerizas, y allí en el patio de armas.
—¡Estamos rodeados! —dijo Alexis—. Hay hombres de la casa Onnei repartidos por todo el lugar estratégicamente.
—Así es, y no llaman la atención porque están divididos en grupos pequeños. Sin embargo, estará de acuerdo conmigo en que son demasiados para un solo señor.
—¡Zorro arribista! Quizá no debí subestimarlo esta mañana. Advertiré a mi padre que la Guardia Onnei no es nada moderada. ¡Bien hecho, Thomas, estoy muy impresionado!…
Poco después, el centinela se acercaba a la tienda del señor Fixex para encontrar más de lo que esperaba.
—¡Oh, sí!… ¡Esto se va a poner muy interesante! —dijo Horhy, apartando a su abuelo Deorhy para que diera un paso atrás—. Será mejor que te quedes, «abu». Al parecer, vamos a necesitar de usted algo más que sus hierbas.
—¿Problemas? —preguntó Deorhy—. ¿Qué tipo de problemas?
—¡Sí, ‘abu’, uno de los grandes!
—Me gustan los problemas —aseguró Cuorhy, que tras regresar con su abuelo se había contrariado ligeramente con Terax, por lo que una vez más disfrutaba del cambio, en el que se sentía tan completo que se negaba a tomar la pócima para anularlo. Y con semejante fuerza y tamaño, ni Ázdeli ni Horhy pensaban discutir con él. No hasta que no fuera estrictamente necesario.
—¡Problemas! ¿Qué clase de problemas? —preguntó el joven zahorí.
—Del tipo que viste ropa castrense, ¡el grandullón viene hacia aquí!
—¡Thomas! ¿Por qué? ¡No debería estar aquí! ¿Qué vamos a hacer? Es de naturaleza desconfiada, no nos dará la oportunidad de explicarnos, ¿qué hacemos?
—¡Tengo un par de ideas para darle una justa bienvenida! Ha llegado la hora de pasarlo bien —aseguró Horhy, volviéndose a mirar a su abuelo con una sonrisa maliciosa—. No podemos perder tiempo, está a punto de entrar… ¡Deprisa, Lidot, colócate justo enfrente de la puerta y aguarda hasta que entre, de lo demás nos encargamos nosotros!
—¿Vosotros? —se preguntó el joven aprendiz, siguiendo su arriesgado consejo, a pesar de que la voz le temblaba.
—Los dedos del centinela aparecieron en ese momento sobre el cortinaje, retirándolo al tiempo que saludaba—. Luz y esperanza —dijo antes de enderezar su cuerpo y encontrarse de frente con Ázdeli—. ¡Has cometido tu último error, joven ladronzuelo! —bramó al verlo…
Pero oculto tras la estantería de la entrada, se encontraba Cuorhy, que competía en tamaño y fuerza con Thomas. El enorme elfo mariposa apresó por la espalda al recién llegado, utilizando para ello toda la fuerza que le otorgaba el cambio, lo cogió por el cuello…
—¡Así, hermano, así! ¡No permitas que se suelte, cuento contigo! ¡No lo sueltes hasta que se desmaye! —gritaba Horhy alentando a su gemelo, cuando…
—¡Atrás! ¡Por mil enanos! ¡Enanos! ¡Enanos… enanos… enanos! ¿Qué está sucediendo aquí? —gritó el señor Fixex, tan enojado que por un momento sintió cómo le abandonaban las fuerzas, lo que le obligó a tranquilizarse—. ¿Por qué se pelean? Y tú…, el grande, no sé quién eres, pero le ordeno que deje libre al centinela.
Cuorhy obedeció al instante.
Le ruego me disculpe, maestre, pero el centinela… y no podía permitirle… Quería arrestar al oráculo —dijo, señalando a Ázdeli.
—¿Cu…? Cuorhy? ¡Por el cielo! El cambio os favorece en apariencia y tono —añadió el viejo duende buscando al joven zahorí entre los presentes, mientras lady Tabatha inclinaba su cuerpo para entrar en la tienda seguida de lady Ohupa.
Durante solo unos segundos y antes de decir nada más, el maestre observó con detalle lo que estaba sucediendo en el interior de su tienda.
Como el anciano Deorhy permanecía al lado de Terax, al que tenía fuertemente atado y amordazado, junto a él se encontraba Horhy con la daga en la mano protegiendo al joven Ázdeli que, sabedor de su importante labor, se había apartado al llegar el maestre, y absorto nuevamente en la elaboración de la pócima mascullaba sus pensamientos:
«Gracias a Horhy, que recordó que su abuelo suele usar musgo de Ohceh para aliviar su reúma. Pero ¿traerlo aquí? No creo que el zahorí mayor esté muy emocionado cuando se entere de que el anciano se niega a revelarme su origen. Ojalá no tenga nada que ver con el mercado oscuro, pero ¿cómo saberlo? Por desgracia, tanto su negativa como la veracidad de su desastroso nieto me obligan a dudarlo. Sin embargo, lo tenemos…».
Todo ello se explicaba en aquella tienda ante el asombro del centinela, por boca de los que sí eran conscientes de lo que sucedía en la tienda. Élop sumaba a su presentimiento hasta el último detalle y no tardó en comprender la importancia de aquel joven, y cómo el mismo había sido un obstáculo para que el elegido por Ajbhó cumpliera con su destino…
—¡Lo lamento, joven oráculo! —dijo, acercándose para disculparse con él. Sin embargo, Ázdeli se mantenía al margen de todo gracias a un conjuro de sordera, con el que liberaba su mente del trastorno que le producían las voces de sus apasionados compañeros de batalla.
—¡No… no me peguéis! —gritó, volviendo a la realidad, tras conseguir terminar la fórmula y encontrar a Élop justo a su espalda. Recuperándose tan pronto como comprendió su gesto al verlo inclinarse ante su presencia. Pues no solo no lo agredía, sino que bajando su rostro le ofrecía una reverencia.
—¡Bien hecho, joven! Desde este momento me uniré a vos.
—Pues ya que hemos aclarado todo y al parecer contamos con la ayuda del centinela, debería decirme cómo puedo ayudarle. ¿O acaso está aquí por mera casualidad? —dijo el maestre esperando una respuesta.
—¡No, nada de casualidades! Como tampoco lo es que Ax nos esté ocultando lo que ocurre en las aguas de su océano.
—¡Bueno, Thomas, si lo que dice es cierto, vamos a buscar la causa! —dijo lady Tabatha—. Yo misma me ocuparé de dirigir el vértice.
—Se lo agradezco, mi señora, pero esperaba contar con el sabio. Ax es poderoso y, aunque no dudo de su capacidad para abrir la ventana, no sé cuánto tardará en abrirla, y sea lo que fuere que busco, estoy seguro de que ya se encuentra en la costa.
—Ázdeli, por favor, ¿puede acercarse? Necesito su ayuda para formar un vértice, ya que Thomas carece de ellos —solicitó lady Tabatha, mientras el maestre ofrecía los suyos sin necesidad de que se le requiriera.
Pero el joven no estaba tan seguro de que aquello fuera una buena idea.
«¿De verdad?», pensó.
Aun con ello, obedeció en silencio.
—Alevsed ut oterces… Alevsed ut oterces… Alevsed ut oterces…
—¿Qué pasa, por qué no se abre?… —preguntó el centinela.
—¡Silencio! ¡Horhy, únete a nosotros! —ordenó el señor Fixex. Y colocando sus pequeños dedos, formó la ventana y se unió al trío para fortalecer el vértice. La primera imagen los llevó justo al último recuerdo de Thomas. La niebla densa que oscurecía el cuarto día de Aries, robándole su luz y ocultando el proceso de aquellos seres… El inmenso océano estaba repleto de la mayor guardia de lanceros jamás vista hasta entonces, que nadaban con sus fuertes aletas al unísono hacia la costa, guiados por la esperada llamada de su única señora. «La tatuada por la luz».
—¡Por la reina, cada uno de ellos posee el sello de luz! —gritó Ázdeli.
—No es necesario tener miedo —susurró el señor Fixex para tranquilizarlo.
—La guardia de lanceros solo puede ser guiada por una reina. Y hasta entonces únicamente protegerían a su señora, pero no podrían luchar por ella en ninguna causa, llegado el momento —explicó con serenidad la Lady Tabatha para que los presentes comprendieran la relevancia de lo que ofrecía el vértice.
—Oh… ¿Esperábamos visita? —dijo el zahorí mayor al entrar en la tienda y ver lo concurrida que estaba—. Es una enorme sorpresa. Pero también una oportunidad, porque regreso de mi misión con nuevas muy interesantes… Les alegrará saber que la primera nombrada está a salvo, y que gran parte de nuestros problemas están camino de solucionarse —afirmó Vári—. Sé que no esperaban visita, pero creo que ha llegado el momento de presentarles a Híz Shahnaz de Viggo —anunció el sabio, retirando el cortinaje para dejar pasar a la nueva reina del bosque…
Que tras estar bajo la privacidad de la tienda, retiraba la capa con la que se cubría para mostrar con libertad su tatuaje.
—¡La madre nos protege! —dijo Híz—. Los he oído antes de entrar y no deben preocuparse por Ax, él está de nuestra parte. Podemos confiar en él. En estos momentos se ocupa de proteger la llegada de mi ejército que se dirige hacia el acantilado. Señores —dijo la reina Viggo—, estamos en posición de proteger el reino —aseveró la profetizada, en tanto los presentes se inclinaban ante ella. Y, tal y como esperaba, fue recibida por cada uno de ellos con sorpresa. Pero también con esperanzas, porque todo apuntaba a que el jinete estaba dispuesto a tomar Hósiuz por la fuerza, y tras el daño infligido a Lady Ohupa sabían a ciencia cierta que se enfrentaban al autor de cada uno de los fatales desenlaces que se habían dado en el reino desde el primero de Aries—. Ha llegado el momento de defenderse. Aquel que crea que puede dañar a los nuestros sin pagar por ello, no conoce el verdadero poder de nuestro reino. Este no se basa en un solo pueblo, sino en todos ellos juntos, y esta noche le enseñaremos que somos todos hijos de Hósiuz…
—Por Hósiuz. Por Hósiuz. Por Hósiuz —gritaron al unísono sin miedo a ser escuchados, y desde luego lo fueron, de tal forma que aquella proclama corrió de boca en boca y, para cuando quedaron en silencio, pudieron oír cómo toda la Llanura se había hecho eco de ella y la coreaban con gran sentimiento y algarabía.