Era mi rinconcito predilecto, desde allí contemplaba las dos orillas, perdiendo los vientos por la derecha. Se trataba de una especie de plataforma, de apenas un metro cuadrado, para mí más que suficiente, pues un inmenso mundo estaba sobre mis pies. Cuando acababa las clases, allí apoyaba mi mochila y entre libros y carpetas buscaba algo que comer, tomaba asiento, dejaba caer mis piernas al aire, dejándome acariciar, respiraba profundo y me evadía, cual princesa en su reino.
Como cada tarde, buscaba el sol por la Plaza del Altozano, que caprichoso, jugueteaba a esconderse entre los aledaños de la calle Castilla para acabar agazapado en el sombrío Callejón de la Inquisición. De tramo a tramo de escalera, iba descubriendo el río, acabando en el Paseo de la O, donde salpicaban nítidas líneas de luz consentidas por el río.
Uno de tantos días, mientras caminaba a mi fiel destino, pude apreciar ya de lejos a un joven desconocido invadiendo mi singular recoveco. Cuánto más me acercaba, más se confirmaban mis pesquisas. Pero, ¿qué podía hacer? Nada.
Me acomodé cerca, sobre un banco y desde allí, vigilante, lo observé. Tenía un boceto entre sus manos. Dibujaba. Ahora lo entendía todo, escogió mi rincón para dibujar aquella maravillosa estampa. No quise molestar. Callé.
Por momentos, dejó su lápiz, aún dándome la espalda y comenzó a musitar: sabes, creo que estamos ocupando el sitio de cada cual. Creo que justo en el espacio dónde estoy sentando, te pertenece, y ese, en el que tú te encuentras, sé de sobra que es el mío. ¿Te digo por qué?
Justo desde ese preciso lugar, te observo todas las tardes. Podría perfilar en mi boceto todos y cada uno de tus movimientos, perdona si tuve la osadía de hacerlo, me fue, sin duda, irresistible.
El pose que más me gusta, ese que tengo atravesado e intento captar sin lograrlo. El tiempo de un instante donde miras al frente y te retraes, evadiéndote. A veces son escasos segundos, a veces benditos minutos. Intento dibujar algo que, al igual que no se puede explicar con palabras, tampoco podré trazar a mano alzada sobre papel, ni en el mejor de mis bocetos. Sin apenas darme cuenta, acabo de descubrir, que está bien lejos mi obra definitiva.
Verdaderamente no sabía que decir, fue tal la sorpresa, que no podía gesticular palabra. Callé sin más, y continué escuchando.
Quise captar ese momento en primera persona, ingenuo, a sabiendas que es un hecho inviable, pues a ti te pertenece, es tuyo y no más. Por favor, podrías decirme algo, no calles. No tengo por más que pedirte disculpas. Si, perdón por inmiscuirme en tu metro cuadrado, por momentos lo asumí como mío, fui un descarado. No he debido permitirlo.
Me levanté a prisas, evitando que se fuera. Me hice hueco y me senté a su lado, sin mediar palabra. Entonces tomó su lápiz y comenzó a dibujar, mientras yo, me evadía, respiraba profundo en este lugar misterioso, el mismo en el que acontecen cosas inexplicables, entre dos orillas…
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