Lidot estaba preparado para salir de la tienda, pero no para encontrarse con los gemelos. No obstante, debía buscar el ingrediente especial; haría lo imposible. Otra vez, debió ocultarse entre los bazares para no ser descubierto. Especialmente por Cuorhy.
—¡No con él! — susurró inquieto, pensando en que los efectos del tónico de Liz no solían durar.
—¿Estás viendo lo mismo que yo, hermano? —preguntó Horhy, observando al joven zahorí desde el farolillo más cercano a su bazar, del que descendió de un salto sin necesidad de volar—. Es posible que sea la persona que os engañó e impulsó a adquirir la poción mágica de Liz.
“Lo es”, dijo Cuorhy antes de tensar el arco para apuntar a Ázdeli.
—¡Tenemos que hablar tú y yo! —¿Por qué he recuperado mi voz anterior? —preguntó Cuorhy revoloteando, enfadado—. ¿Por qué he recuperado mi antigua voz? Quizá esta sea la mejor oportunidad que tengas para contestar a mis preguntas, aprendiz de pacotilla. ¡No quieras poner a prueba mi paciencia! —afirmó, posándose extremadamente cerca de él.
—¡Ja, ja, ja! Menuda trastada te ha hecho, hermanito, ¡ja, ja, ja! Te la ha jugado bien, pero si no hay solución, no te preocupes. Siempre puedo comenzar a llamarte Cuorhyna —reía con descaro.
—¡Ya está bien, Horhy! Llevas riéndote de mí desde el nombramiento de Madeg, ¡si sigues así terminaré por hacerte daño! —aseguró, antes de enfrentarlo. Entonces le sacudió con fuerza en la nuca, la espalda, el cuello y en el último vuelo, pecho y estómago.
Cof. Cof. Cof.
Tosía Horhy aún doblado por el dolor, cuando…
—¿No te parece curioso que el recipiente dorado sea el mismo que usa mamá para la cara? —sugirió el elfo mariposa mal intencionado, esperando que su hermano más fuerte que sagaz se centrara de nuevo en Lidot.
—¡Puedo explicarlo! —confesó Ázdeli, convencido de que no había otra salida.
«Mejor dos curiosos que todo un reino…», pensó.
¡Todo empezó con un sueño! Fue entonces cuando el joven Lidot les narró al detalle la desalentadora realidad…
No muy lejos de allí, al abrigo de la tienda del maestre, este alzaba la voz repitiendo la misma pregunta una y otra vez.
—¿No? ¿No?…
—No puedo hacer nada al respecto —aseveraba Xium.
—¿Cómo os atrevéis? —replicaba el viejo duende—. ¡Maldito Terio! —gritaba, colérico.
En aquel momento, la escolta que aguardaba en el exterior entró desenfundando la espada. Pero el príncipe Xium que aún se dolía de sus heridas, la detuvo.
—No Loum. A pesar de que el maestre me ha ofendido, no debemos olvidar su derecho a recelar —aseguró, comprendiendo que era oportuna una explicación—. No nos conocemos Maestre Fixex. Pero ¡puedo asegurarle que en cualquier momento estaría dispuesto a concederle el honor de visitar las grutas! No obstante, la imprudencia de hacerlo ahora podría costarle la vida a Híz, y eso no lo contemplaré por más que grite. Lo que puedo hacer es ofrecerle información que le ayudará. Creo que ella tiene la clave de lo que está pasando —dijo girándose hacia ella para concederle la palabra.
El señor Fixex la miró levantando las cejas y casi por instinto empezó a tirarse de la oreja.
—¿Oigámosla? —masculló sin saber qué esperar.
Loum miró al anciano imitando su gesto. ¡Ella tampoco se fiaba de él! Pero estaba dispuesta a lo que fuera necesario. Aunque fuera trascender con aquel ser insolente.
—Acabemos con esto… —espetó, mirando a su hermano—. El príncipe Xium y yo nos dirigimos a la llanura con la única intención de recoger a Híz. Después del nombramiento y con la colaboración de nuestras monturas, nos dirigiríamos al palacio para obtener información sobre el estado del príncipe Zeldriz… Pero, ¡subestimamos a nuestro enemigo! —dijo, dejando a la profetizada en segundo lugar.
«Pues la princesa Teria culpaba de lo ocurrido al anciano… ¡A él y a otros tantos como él! Por más que a su hermano como futuro rey del pueblo terio no le agradara»
—Me temo, señor Fixex, que lo que va a escuchar no será de su gusto, pero no por ello dejará de ser cierto. A pesar de sus creencias:
—El ataque lo dirigía un Hécat implacable, montado sobre un unicornio, que interrumpió nuestro vínculo interior, ayudándose de su oscuro poder… ¡Así fue como nos atacó!
—¡Salvaje embustera! —gritó el maestre—. La mala sangre corre por tus venas… ¡Un unicornio jamás estaría unido a un Hécat! Todos sabemos que esos mercenarios no se dan de un día para otro —aseveró—. ¡El simbolismo de la oscuridad se intensifica a medida que se vuelve evidente hasta adquirir la forma de la isla de las Trece Cimas! ¡Obligando al portador al destierro o la muerte! Tal vez engañes con tus suaves palabras al bobo de Vári, qué pobre de él es tan lánguido como alto. ¡Pero en ningún caso a mí, endemoniada, salvaje! —dijo, dando un paso atrás para comenzar la secuencia de un conjuro.
«Euq al airet…».
—«¡Yo no lo haría, anciano!», susurró el príncipe Xium colocando el letal frío de su daga sobre la verde garganta del maestre—. ¡Loum, desnuda tus muñecas y demuestra que no estás marcada! Aquí nuestro amigo es propenso a pensar que los terios somos culpables de todo.
Pero la princesa teria se quedó justo donde estaba. ¡No pensaba mostrárselas! No porque en ellas hubiera prueba alguna de maldad, sino porque sí en la Llanura de los Ocho se había perdido el respeto por su cargo. ¡Ella no estaba dispuesta a olvidar que era hija de la reina Nor!
«Esta es la típica reacción», pensó.
Sabía que con la petición de su hermano no conseguiría cambiar la opinión de aquel verde… Pero sí, aquello que encontró, y extendiendo la mano le mostró la prueba.
—¡Esto… esto!, es… imposible —reconoció el señor Fixex ante la evidencia.
—¡Es inútil que lo niegues, anciano! —dijo Loum, mirando sus ojos mientras le entregaba un pequeño fragmento de procedencia animal. De los labios del maestre solo salían palabras de desaliento.
—¡Pero! ¡No, no es posible, eso sería un despropósito, un desastre! ¡Hemos fracasado! ¡Sin comenzar la lucha y ya hemos fracasado! —aseguró, apartando la daga de Xium sin ningún tipo de temor…—. ¡Ya nada es importante! ¡No cuando el enemigo dispone de un poder semejante! Definitivamente, el mal está hecho.
—¡Pues no veo por qué! —afirmó el zahorí Vári, que no terminaba de entender tanto drama. Y guiado por la empatía que le producía la profunda tristeza de su desolado amigo, decidió contar una anécdota para restarle importancia. A menudo se encuentran por el bosque, sin ir más lejos, los hijos del señor Borjhi… ¡Mi vecino! Las traen en ocasiones cuando salen por setas y disfrutan tanto con ello que incluso tienen una bonita colección —expuso muy complacido.
—¡Es de Unicornio, señor mío! Y, hasta donde yo sé, no somos rivales para uno de ellos… ¡Ni siquiera cuando son puros! Debemos buscar a Lidot, ¡él es el oráculo de Ajbhó! —gritó el anciano, rasgando la voz de pura frustración y esperando salvar la situación con su ayuda.
—¡No, no lo es! Me preocupáis, querido amigo —dijo el sabio, aproximándose lentamente al señor Fixex porque las últimas palabras de este no tenían sentido. Seguro de que su irracionalidad no era más que el fruto de su gusto por la aguamiel o la falta de ella—. ¡Lamento decirlo, pero deberíais olvidar ese mal hábito! La bebida os está perjudicando seriamente.
El señor Fixex se tomó como unos minutos antes de contestar.
«¡Hábito! ¡Hábito lastimoso es llevarte a cuestas como te llevo!», pensó.
Luego añadió:
—Sin duda, este es un buen momento para recordar lo que decía mi abuelo cuando solo una crítica lo desestabilizaba. ¡La deducción de un necio lo despoja de la razón! Siempre tuve fe en sus palabras. ¡Hoy más que nunca! —aseguraba mirando a Vári—. ¡Como le dije antes, señor mío, hablaremos de ello más tarde, cuando nos encontremos a solas!
Sin embargo, el zahorí estaba dispuesto a hacerle entrar en razón.
—¡Me permite! No debe sacar conclusiones a la ligera, viejo amigo. Cierto que el joven promete, pero ¿el oráculo, la dichosa astilla?… Hay tantos posibles que la lista sería tediosa. No podéis creer en la posibilidad de un ser oscuro entre los unicornios. ¡Por el cielo, amigo mío!, se trata de un fósil —dijo, acercando su cayado al fragmento con la intención de demostrar que no había restos mágicos en ella. Sin embargo, esta eclipsó la estancia con su oscuridad, de tal modo que no había duda sobre la veracidad de las confidencias de Loum.
—¡Solo un tipo de magia puede hacer eso! —afirmó el príncipe Terio.
—¡Sí, alteza! —dijo el zahorí, turbado—. Esto es el comienzo de una nueva época, ¡una donde no habrá límite para la magia oscura! Pero, ¿por qué no parece tan desconcertado como yo? —replicó, mirando con recelo al maestre—. ¡No es la primera vez que sucede algo similar en el día de hoy! ¡Le exijo una respuesta, señor mío!
Fixex comenzó a respirar agitadamente mientras sus fosas nasales se abrían y cerraban con irregularidad… Tenía claro que no podía contar lo que sabía, ¡ni por qué lo sabía! Pero sí podía echar al sabio de su tienda con solo pronunciar una palabra… Una que se tenía más que merecida. Sin embargo, consideró que lo mejor sería conseguir más información para favorecer al reino.
—Sería tan amable de contarnos lo sucedido, princesa Nor —solicitó, en tanto buscaba dónde apoyar su cuerpo porque su corazón no podía con dos golpes tan drásticos en un solo día—. Señores, la suerte ha cambiado y sin duda el cuarto día de Aries de este festival será un antes y un después en nuestra historia…
—Tenéis toda nuestra atención, alteza —dijo el sabio, apoyando las palabras del maestre, aunque mirándolo con recelo porque no era lo único que quería escuchar. Sin embargo, la princesa se mantuvo en silencio hasta que su hermano se lo solicitó con un gesto.
—¡Xium aterrizaba cuando lo vi! Aquel ser oscuro desmontó a mi hermano con un simple gesto. No era un Hécat común, ni en ropajes, ni en apariencia… Levantó su enorme espada y la colocó sobre el cuerno de su montura antes de que mi hermano pudiera reaccionar al vínculo. Yo desconocía los efectos de la onda, pero por su color violáceo supe de su oscurantismo. Así que endurecí mi cuerpo cuanto pude y me aferré a Amit. Pero a pesar de que estaba preparada, no fue suficiente… Me desmonté con violencia, despidiéndome contra la maleza, donde quedé inconsciente. Al despertar, sentí un fuerte dolor en el pecho, eso, atravesaba mi armadura… Fin de la historia —aseveró con desprecio, mirando la astilla del primer impuro, omitiendo el daño provocado en su cuerpo o los fugaces destellos que experimentaba desde lo ocurrido. Aquello lo guardaba para ella.
—¡Silencio!… Se oyen voces —advirtió el maestre con el gesto preocupado.
—¡Vamos, Cuorhy! ¡Nos está engañando de nuevo! ¡Démosle su merecido! —gritó Horhy, alimentando las inquietudes de su hermano a través del conflicto.
—¡No! ¡No lo escuches! ¡Sabes que no quieres hacerlo! —gritaba el joven Ázdeli, olvidando por un instante su temor por Thomas. Sin embargo, no tardó en pensar en ello, y la sola posibilidad de que lo hubiera escuchado le erizó el vello. ¡Pero no era Thomas quien lo escuchaba!
—Parecen Cuorhy y Horhy —afirmaba el zahorí Vári, frunciendo el ceño.
—¡No! ¡Estoy seguro de que se trata de Ázdeli! —aseguró el señor Fixex, que se mantenía alerta porque sus oídos no eran generosos. ¡Y su olfato! Su olfato solo podía percibir el fuerte olor de los guerreros.
«Agua y jabón les daba yo a estos», pensó, concentrándose en escuchar con claridad la causa de la disputa.
—¡Nada de lo que cuenta tiene sentido! ¡Escúchame! ¡Tú eres la firme evidencia! ¡Te engaña! ¿No lo entiendes? —preguntó Horhy, abriendo los brazos.
«¡Ázdeli…! Cuorhy… Horhy!», divagaba el señor Fixex…
«¡No, no es posible!», masculló.
—Dime qué puedes solucionar mi problema… ¡Seguro que eres capaz de preparar algo definitivo! ¡Céntrate en ello ahora! O contaremos a todos una bonita historia de visiones y Diosas…
—¡Por mil enanos!… ¡Lo han descubierto! ¡Que no hablen con nadie! —ordenó el señor Fixex, que aún conservaba los labios abiertos, cuando se escucharon golpes y algún que otro lamento.
—¡Ay!…
—¡No, por favor!…
Y luego, ¡nada!… Nada que no proviniera de los sonidos propios del festejo.
Poco después, ambos guerreros estaban de regreso empujando al interior de la tienda a los tres jóvenes. El maestre se acercó a ellos mirándolos severamente, pero ellos se negaban a alzar la mirada. La postura del duende gritaba decepción.
Cuerpo inclinado, cabeza baja y manos a la espalda, aunque apenas se rozaban limitadas por la dimensión de su cuerpo. Así desfilaba con paso fúnebre hasta detenerse frente al joven Ázdeli.
—¡No esperaba esto! ¿Qué les ha contado a estos impresentables? —preguntó en la cara de los gemelos, dando un paso balanceado hacia atrás para terminar la frase ante el rostro de ambos.
—¡Todo! —aseveró Lidot, avergonzado.
—¿Qué es todo? —preguntó el zahorí Vári.
—¡Luego, luego le cuento! —dijo el señor Fixex, ayudándose del ademán de sus manos para conseguir silencio.
—¡Todo! —repitió el joven tras reunir el coraje suficiente—. Pero ¡ellos juraron mantener el secreto! Lo hicieron por la Diosa.
—¡Con la Diosa, pocas libertades, que luego pasa lo que pasa! —gritó el señor Fixex, recordando contrariado su última experiencia.
—Lo hicieron… ¡Juraron por Ajbhó! Y luego amenazaron con golpearme, y yo… yo… no pude… Porque la reina está en peligro… y la diosa, ella confía en mí para preparar un antídoto para… Pero ¡eso ahora no importa! Porque no he parado de trabajar desde entonces y todo parece indicar que no puedo hacerlo.
—¿La reina? ¿La diosa? ¿Qué está ocurriendo aquí? —se preguntó el zahorí Vári, que seguía la conversación sin más base que la promesa de una explicación por parte del señor Fixex que nunca llegaba… Y el sabio lo conocía lo suficiente como para saber que no habría revelación o pregunta de trascendencia alguna hasta que los salvajes salieran de su tienda.
—¿Por qué no habéis acudido a mí? ¡Os dije qué!… Lo ve, zahorí Vári, después de todo es solo un aprendiz —reconoció el anciano mirando al joven, muy decepcionado.
Pero el sabio conocía mejor que ninguno de los presentes a Lidot.
—¡Os he observado con celo durante las pruebas! Y las afirmaciones del maestre no encajan con la opinión que tengo de usted… ¿Dígame dónde está el problema? Debe de ser de peso para que con los dones que posee no lo haya solucionado.
Pero Ázdeli no lo tenía tan claro.
—Cuanto más habla de ello, más imposible me resulta. Debería replantearse su opinión sobre mí, ¡lo he intentado todo! ¡Y una y otra vez he fracasado! —insistió, levantando las manos y moviéndolas a la velocidad con la que hablaba.
Lidot caminaba cabizbajo de un lado a otro. Los pocos que lo escuchaban, no conseguían entender nada…, y el único de aquella dramática situación que lo entendía, lo miraba con gran decepción.
—¡Espere! ¿Podría ver eso? —solicitó el joven Ázdeli, acercándose al señor Fixex que jugueteaba colérico con la astilla de unicornio que Loum le había entregado.
—¡Lo ve! ¡Este fragmento es la raíz de todo! Esto es lo que me supera… —dijo, acercándose al señor Fixex—. No acudí a usted porque lo que busco solo se encuentra en estado fósil —argumentó tomando la astilla y levantando el brazo la exhibía como prueba—. ¡Y en ese estado no me sirve! ¡Como ve, no puede ayudarme! ¡Nadie puede! —aseguró, soltando la astilla con desmedida pasión sobre la mesa.
Tac…
«Sonó al caer sobre ella, y una luz oscura brotó de su interior tras el golpe».
—¡Por la Diosa! —susurró Lidot, tomándola de nuevo—. ¡Es justo lo que necesito! ¿Cómo lo ha conseguido? ¡Me permite! —dijo acercándose a la escribanía y, apartando a un lado los enseres, comenzó una extraña letanía.
—Ut sedeup. Ut sedeup. Ut sedeup… —repetía buscando en un bolsillo interior de su capa todo lo necesario para preparar la fórmula, ante la mirada de los presentes que no tenían muy clara su intención, al verle meter la mano en un bolsillo invisible del que extraía minúsculos granos de arena que repartía de forma ordenada sobre la mesa.
—¡Y aquí la lámpara! —murmuró Lidot, colocando un último grano en el centro.
Tras lo cual, el joven permaneció ausente a cualquier distracción, a pesar de ser observado, y dando un paso atrás, pronunció:
—Evleu’ av a ut amrof…
Y los insignificantes granos se iluminaron definiéndose en forma y tamaño:
—¡Listo, ahora sí! Necesito un cuenco de bronce, dos probetas, una pipeta, un balón de destilación y esto y esto, y…, esto también.
Al terminar dedicó unos segundos para comprobarlo todo, sacando una lista para repasarla.
—¡Sí! ¡Sí! No, pero es fácil de conseguir. Claro que deberían de ir los gemelos a buscarlo… Sí, eso será lo mejor, y con esto creo que lo tengo todo. Ahora puedo salvar la vida del consejero, señor Fixex. ¡Y puede que hasta la de la anciana! —gritó, emocionado, ante el asombro de los presentes.
El zahorí Vári lo miraba lleno de orgullo, en tanto sujetaba con fuerza al maestre que había intentado pararlo.
—¡Lo ve!… ¡Ajbhó lo ha bendecido! —aseguró liberando al viejo duende, que se sacudía el ropaje mientras gruñía molesto por haber tenido que soportar el sabotaje a manos de su amigo.
—Pues claro que lo ha bendecido, señor mío, pero de eso también hablaremos más tarde… —dijo, acelerado e inquieto, acercándose al joven mago—. ¿Qué os ha pedido la Diosa? ¿Y desde cuándo corre peligro la vida de la señora Zolarix?
Lidot se giró a mirarlo con intención de contestar, pero se sintió tremendamente incómodo al verse observado por todos, y retorciendo el dedo índice aseguró:
—Esto ha dejado de ser un secreto, ¿verdad?… Creo que ha llegado el momento de que todos revelemos lo que sabemos —aseguraba esperando que alguien diera el primer paso para poder continuar con algo de calma, porque realmente necesitaba dejar de sospechar de todo el que se acercaba a él.
Sin embargo, Loum no estaba dispuesta a que ninguna fisura pusiera en peligro la vida de los hermanos Tidartiz, como no podía perdonar que la vanidad y la ambición de aquel ser oscuro hubiera marcado su vida, cambiándola en un solo segundo.
—¡Ya es suficiente! No perderé la ocasión de eliminar este problema. Si en su momento hubieran hecho lo correcto, nada de esto estaría sucediendo. ¡Será mejor que deje este asunto en mis manos! Mis guerreras se encargarán de silenciarlos —afirmó la princesa del bosque mirando a su primer objetivo, aquel ser chillón de aspecto cobarde y poca moralidad.
—¡Nooo! No hay necesidad, le juro por la vida de mi madre, que no diré nada —gritó Cuorhy, desgarrando su voz como una niña asustada, en tanto Loum tiraba de su brazo decidido a llevárselo.
—¡Por supuesto que no! —aseguraba el zahorí Vári cortándole el paso, al tiempo que sacudía su oído para liberarlo de aquella aguda súplica—. ¡Nosotros nos haremos cargo! Por favor… Alteza, debe comprender que el joven Lidot tiene que terminar la pócima. Y que ambos elfos mariposa son necesarios para buscar un último ingrediente. Sin ellos le será imposible elaborar el antídoto. Vamos, Horhy, acompaña a tu hermano y dile a tu abuelo que se tendrá que encargar del bazar esta noche… Y os quiero de vuelta enseguida para poneros a la disposición de Ázdeli.
—¡Eso está hecho! ¡Vamos, Cuorhy! Límpiate esos mocos y sígueme —dijo Horhy tirando de él—. Al parecer somos un mal necesario. ¡Agradece que haya dos vidas en peligro! —gruñó, atizándole en el cuello con la mano abierta.
Loum los vio alejarse sin intentar evitarlo. Pero no fue por el flaco discurso de Vári, sino por Zeldriz. Necesitaba saber que estaba en buenas manos, ¡y mejor si esas eran las de aquel joven mago y sus ridículos amigos! Dejaría que el viejo zahorí creyera haberla convencido por más que le molestara. Así que salió de la tienda y, al pasar junto a ellos, los empujó con su arco, obligándoles a guardar el equilibrio.
—¡Cuidado con decir ni una sola palabra! El anciano no estará siempre cerca.
—¡Le aseguro que no tendrá que volver! —dijo Horhy, hablando en nombre de los dos.
—Pero ¡lo haré si dais problemas! —prometió Loum dispuesta a abandonar la Llanura, cuando vio cómo su hermano corría a campo abierto.
—¿Los oyes?
—¿De qué estás hablando, hermano? ¿Qué debo escuchar?
—Intenta dejar a un lado los ruidos del festival y concéntrate, ¿los oyes ahora? ¡Es el comandante y está con ella!
Poco después, ambos corrían hacia el bosque, guiados por el vínculo que les unía a Briut. Por momentos incluso les parecía oírla a ella, pero aun cuando Híz no era capaz de mantener su vínculo abierto, ellos podían sentir su dolor.
—¿La oyes? ¡Es ella! —gritaba la guerrera—. ¡Vamos, hermano, ya está bien de reuniones por hoy! ¿Qué te parece si nos divertimos un poco y salvamos a la primera nombrada?
—¡Parece estar en problemas! —aseguró él—. ¡Pero lo importante es que, por fin, ha conseguido conectarnos en el poder del vínculo!
—¡Sí, pero respira con dificultad! —gritó Loum, que ya ascendía por las ramas buscando la cima—. Estoy lista, Amit —afirmó, acercando la mano al tatuaje, y saltando, giraba varias veces antes de caer sobre el fuerte lomo de Amit—. ¡Lista! ¡Ha llegado el momento de luchar!… ¡Vuela, Amit!! Llévame con ella.
Sin embargo, el príncipe Xium aún permanecía en tierra, corriendo hacia un claro, porque sus heridas le restaban agilidad. Por lo que, en esta ocasión, su vuelo no era una opción. No hasta que encontrara una alternativa para elevarse sobre el grueso del bosque.
—El tronco de un árbol joven —corría mirando a los lados—. Solo necesito un árbol joven, y podré hacerlo. ¡Por fin! —dijo al verlo, preparándose para concentrar todo su dolor y enmascararlo… Después saltó con fuerza contra él, valiéndose de su flexibilidad para impulsar un único y arriesgado vuelo al vacío.
—¡Ah!… —gritó al caer sobre Briut—. ¡Uf! Eso ha dolido más de lo que esperaba —masculló—. ¡Os he extrañado, comandante! —confesó el guerrero, dejando caer su espalda sobre el enorme lomo de su hermano de eclosión. Pero justo en ese momento una gran sombra advirtió al comandante de la presencia del enemigo.
—¡Cuidado, alteza, Toxfat se oculta en la oscuridad! ¡No será fácil llegar hasta ella! —susurró Briut, retrocediendo. Y al internarse en el bosque para camuflarse, observó el estado en el que se encontraba su futuro rey—. Aún está convaleciente. Sin embargo, el poder de la encina es grande y pronto se encontrará mejor.
—¡Estoy seguro de ello, hermano! Pero lo cierto es que lo único que necesito es saber que la princesa Híz se encuentra bien. ¡Nada sería lo mismo sin ella!
—¡Lo sé, alteza! Por ahora, Waram la protege. No obstante, ¡no le aseguro que consiga superarlo! Sé que la joven es fuerte… Pero esas bestias se han cebado con ella.
—La culpa es mía, no debí proponerle nada. Pero quién iba a imaginar que todo se volvería tan peligroso e inestable de un día para otro.
—Nadie tiene la culpa, todo esto se hubiera evitado si la joven supiera utilizar sus dones —añadió el comandante.
—¡Lo que resulta curioso! Ya que, por lo que me cuentas, son esos mismos dones los que están poniendo su vida en peligro. ¡De hecho, creo que si logra salir de esta, necesitaré respuestas!
—Sí, yo también creo que hay mucho más en ella que un vínculo de amor… Lo cierto es que tuvo el control durante toda la persecución, aunque me pidió ayuda en varias ocasiones. Sin embargo, al no obtener respuesta, no dudó en lanzarse por el acantilado a ciegas.
—Veo que te gusta —dijo Xium, emocionado—. A mí también. Vamos, echemos un vistazo. No podemos olvidar que a Híz nunca le ha gustado esperar… —añadió, intentando parecer tranquilo.
«¡Hermano! ¡Hermano, hay dos lunas! ¡Ten mucho cuidado, Toxfat surca el acantilado!», gritaba Loum abriendo el vínculo para que sus compañeros de la Primera Guardia pudieran tomar posiciones, desarrollando con ello una buena estrategia que le diera una posibilidad a su príncipe.
«¡Vuela, Briut! Vuela…», gritó Xium, permitiendo que su vínculo también se abriera a su equipo, y extendiéndolo entre la pureza de las aves, de manera que todo estuviera controlado.
«¡No se preocupe, alteza! ¡La Primera Guardia cubrirá nuestra llegada! ¡Amit ya los ha convocado!», aseguraba Briut, tras dar las primeras instrucciones a los más preparados de su ejército.
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