Tras la firma del tratado, la bestia de las Trece Cimas acabaría con la vida del rey Uzcam, como lo había hecho con la de Dikaz…
La joven Tiulem caminaba con cautela por el bosque horas después. Cada sigilosa pisada intentaba evitar el llanto del bebé que cargaba en la espalda; era su deber ocultar el nacimiento de la heredera del linaje terio y de la profetizada, poniendo el fruto de su descendencia fuera del alcance de las mortales intenciones de Toxfat.
Entonces, una mujer gritó: Tiulem estaba convencida de que el sonido procedía del sendero de las lindes del bosque, ¡por lo que dudó un instante, en los que reflexionó, no podía comprometer su cruzada! No obstante, negando con frustración, corrió a brindarle ayuda. Cuando llegó, encontró un carruaje volcado. La señora Naeriz de Tidartiz regresaba a Turmalina después de pasar el día en el mercado de las Rojas de Carmelian eligiendo la mejor seda para la cuna del bebé que esperaba en breve.
Tiulem observaba cómo el cochero se acercaba al carruaje y susurraba.
— ¡Le dije a mi señora que era peligroso! ¡Se lo advertí! ¡Se lo advertí! Aun así, no me escuchó —dijo sin atreverse a dejar el arma para socorrerla mientras su señora daba a luz entre lágrimas y lamentos. Él lamentaba su suerte cuando la joven Nor se acercó por la espalda y, de un golpe, lo dejó inconsciente… A continuación, descolgó el capazo de sus hombros y extrajo a la pequeña, dejándola al alcance de su mirada; luego tomó la mano de la joven señora. Naeriz de Tidartiz se esforzó hasta el último momento. Después se desmayó sin llegar a oír el llanto de su hijo. Al instante la teria cubría el pequeño cuerpo inerte, mientras rezaba honores a las doncellas del viento, pidiendo resignación para la madre, y por el alma del pequeño príncipe, que ya pertenecía a la manada sagrada. Posteriormente, la joven madre recuperaba la conciencia. Agradeciendo su valiosa salvaguarda a la princesa Tiulem Nor, a la que reconoció desde el principio, ya que la joven pertenecía a la guardia del rey Uzcam. Cuando preguntó por su bebé, Tiulem bajó la cabeza dispuesta a darle la trágica noticia. Sin embargo, la pequeña teria comenzó a llorar a pleno pulmón. Naeriz se giró y estiró los brazos.
—¡Quiero ver a mi hijo! Nunca me hubiera perdonado si le hubiera pasado algo. ¡Démelo! —insistió ante la reticencia de Tiulem.
—Es una niña, fuerte y hermosa —dijo, comprendiendo que le había encontrado una madre a su joven reina, y que el secreto de la recién nacida permanecería inalterable bajo un manto de desconocimiento. Solo ella y las cuatro doncellas sabían la verdad acerca de su origen.
—¡La madre nos protege! —dijo tras la suave brisa de aprobación de las cuatro doncellas, que le apremiaban porque se acercaba otro carruaje… Y despidiéndose de ambas, Tiulem se marchó llevando consigo un bebé inerte en su capazo. Dejando atrás a la pequeña y a su nueva madre para observar desde la distancia cómo los recién llegados las socorrían y, así, escuchar las primeras palabras de Naeriz.
—Hola, mi querida Híz. Tu padre estará feliz cuando sepa que su pequeña ya se encuentra entre nosotros…
Estos eran los momentos que recordaba la reina Nor cuando casi había llegado a uno de los muchos pasadizos naturales que la llevarían hasta la colina del Velo… Estaba tan sobrepasada por los acontecimientos que su mente volaba de nuevo al pasado:
Aquel lejano día en el que Zeldriz Tidartiz y su pequeño hijo Xium se conocieron durante la coronación de la joven Tahíriz Alemrac. Desde entonces nunca más se separaron…
—Mi nombre es Zeldriz y ella es mi hermana, la princesa Híz Tidartiz.
—¡Ya basta de recuerdos, me enfrentaré al pasado, y aceptaré la decisión de la Madre! —Aseveró Tiulem.
Mientras en el interior de Waram la profetizada luchaba contra la oscuridad que quebraba su voluntad. En el tumulto febril que le causaban sus heridas, Xium apoyaba el rostro sobre el cuero de su pecho, sintiéndose libre y a salvo del dolor intenso que afectaba su cuerpo. Aunque la realidad era muy distinta. El príncipe la llamaba con insistencia a través del vínculo.
—¡Despierta de una maldita vez! —gritaba ante la posibilidad de perderla.
De repente, Híz despertó confusa por la dimensión del vínculo. Voces, tantas, que no podía distinguirlas hasta ser insoportables, y sobre todas ellas una, dominante, que revelaba la legitimidad de su origen a través de la historia.
Ante la presencia de un horizonte pasado impregnado por la sangre de dos progenitores de sangre real, la heredera del Reino Terio descubría guiada por los recuerdos que palpitaban con profunda tristeza en el corazón de la regente Nor, quien, nunca imaginó que se vería obligaba por la inquebrantable promesa a Uzcam, a salvaguardar el linaje de la pequeña.
—Por fin —dijo la reina Nor, al ver el rojizo entresijo de hojas y ramas del hermoso pasadizo natural, que llevaba a la Colina del Velo. Recorriendo los últimos pasos con incertidumbre, ya que podía escuchar a través del vínculo cómo la Primera Guardia se preparaba para la batalla.
En los acantilados, Loum optaba por emplear los poderes de su montura con el fin de no llamar la atención de Toxfat. Amit apoyaba la estrategia del peligroso ataque en su invisibilidad, hasta cerciorarse de estar encima de su presa, y así atacar a la bestia de una luna sin ser vista.
«Ha llegado la hora…», afirmó la Bruma, azotando con la fuerza de sus alas a la terrible bestia. Utilizando al máximo el efecto sorpresa que, como esperaba, provocaba la caída de Toxfat. Y a medida que caía tras el inesperado ataque, perdía el control, precipitándose hacia el vacío, empujado por las corrientes de aire de las cuatro doncellas, que la obligaban a la destrucción. Sin embargo, Toxfat dominó sus fuertes alas y luchó contra las fuerzas naturales hasta recuperarse. Mientras, Xium permanecía alerta sobrevolando la gruta. Preparado para entrar en Waram. Entonces Amit y la Primera Guardia, decidieron que había llegado el momento oportuno. Pues Toxfat había logrado recuperarse de su hipnótico descenso, y tras advertir el plan del príncipe para entrar en la gruta, extendió sus alas, deteniendo la caída y ascendiendo inesperadamente, dispuesto a combatir para impedir que el joven terio alcanzara el desfiladero.
Pero Xium era conocido por su destreza. El comandante y él, formaban el equipo perfecto y, aunque las condiciones eran adversas, escaparon debido a la ventaja que le aportaba el abrupto acantilado y al generoso empuje de las doncellas que tenían sus propios planes… El vuelo fue muy arriesgado, pero tan efectivo que le permitió acotar por una gruta antes de que su enemigo consiguiera detenerlo.
—Ahora estamos protegidos por nuestro entorno, comandante. Y en esta ocasión no subestimaremos al adversario. ¡Permanezca alerta, todavía puede encontrarnos! —dijo, tirando con agilidad de su daga y cortando con seguridad la piel de su mano para que su sangre impregnara la tierra. Así pagaba el tributo acostumbrado a Waram, que le daba la luz necesaria para llegar a la profetizada.
¡Xium se acercó a ella corriendo! Sin importarle cómo podría escapar de la que ahora también era su trampa.
—¡No puede ser verdad! —dijo caminando lentamente hasta estar a su lado. La triste realidad se veía reflejada en el tembloroso brillo de sus airadas lágrimas cuando tomó su cuerpo para incorporarla con la profunda ternura que solo ofrece el amor, mientras se reprochaba no haber sido capaz de protegerla.
—¿Cómo ha ocurrido esto? —se preguntó mientras la miraba.
Se encontraba destrozada, y sus fuerzas, mermadas debido al daño que voluntariamente se había infligido en su intento por salvar la vida. Lamentablemente, las horas que la joven profetizada había transcurrido sin ningún tipo de atención habían dañado el estado de las heridas, que ya cubrían su frío cuerpo con el grosor de una espesa melaza cobriza…
Híz, se encontraba en el vértice del adiós. ¡Conociendo a sus verdaderos padres, antes de perder la conexión con su primera vida!
—¡No es posible! ¿Me oyes? ¡No puedes marcharte! ¡Aún no! ¡No de esta forma! Me resulta imposible la existencia sin tu presencia. ¡Sé que me amas! ¡Y que todo esto te está resultando duro! Sin embargo, debes regresar conmigo, este no es un final para una guerrera fuerte como tú. No me dejes ahora que te has convertido en todo mi mundo —aseveró, levantándola para llevarla consigo. Vencido, el futuro rey caminaba con la pesada carga de su tristeza hasta la salida… Allí lo esperaba Briut, que se mantenía conectado por el vínculo con Amit, Aidiet y Serait, considerados junto con él, los Brumas de primera orden del Bosque Terio. Estos se ocupaban, junto con Azum y Tahum, expertos y diestros jinetes, de confundir al gigantesco Toxfat, dejando el paso libre al comandante Briut que levantó el vuelo a la primera oportunidad.
—¡Esto no será fácil, alteza! —aseguró, alzando el vuelo hasta que la seguridad de la luz del sol los ocultó, manteniendo el contacto visual con Adiet que caía al vacío. Mientras, Amit intentaba atacar a Toxfat por la frente y Serait lo apoyaba desde el flanco izquierdo.
No obstante, el aspecto del príncipe Xium no revelaba nada distinto a lo habitual. ¡La confianza que tenía en los suyos era tan profunda, como su intención de salvaguardar a Híz! El bosque le había demostrado no en pocas ocasiones su respeto por la vida…
Y sabía que la respuesta que buscaba, la que deseaba en su interior, se la ofrecería la Diosa del Bosque si llegaba a tiempo. Aun así, no podía controlar los latidos de su corazón, como lo hacía con los músculos de su rostro. Negando al exterior la emoción que experimentaba al llevarla entre sus brazos sin sentir sus débiles latidos… Afortunadamente, los violentos giros de Briut para protegerlos, habían dado su fruto. ¡Por fin, avistaba la colina del Velo! Pero para el príncipe del bosque el tiempo se había parado. Él la miraba con tranquilidad y detenimiento, ahora no tenía que preocuparse por su orgullo ni por el de ella.
El simple contacto de su mejilla le resultaba sumamente extraño, e incluso aterrador por la ausencia de calor en ellas. Lo que le había pasado le producía un intenso sentimiento de odio que se abría paso en el pecho del guerrero. Por supuesto, no se trataba de un sentimiento nuevo para él. Aunque, desafortunadamente, era la primera vez que le prestaba toda su atención.
Briut mantenía su mente dividida por el vínculo. Por un lado, le tranquilizaba saber que la primera guardia había terminado su misión sin ninguna baja, por otro, no se sentía cómodo con lo que estaba sintiendo su joven hermano de eclosión. Finalmente, forzó el descenso con el objeto de rescatar a su jinete de aquella conmoción, en un intento por detener la oscuridad de aquellos sentimientos.
—Ahora, alteza, es el momento —intervino Briut, seguro de que era la zona más propicia para que la caída fuera inocua.
Fue entonces cuando Xium saltó a tierra, hincando su rodilla con fuerza para proteger el cuerpo de Híz. Pero tras el perfecto traslado, la oscuridad regresó llenando de osadía el rostro real.
—¡Pronto estarás a salvo! —dijo, silenciando la identidad de su secreto y encerrándolo una vez más…
Posteriormente, solicitaba ayuda por primera vez a su soberana. El noble terio observó a su progenitora. ¡Esta no necesitó de explicación por parte de su hijo! El vínculo entre ambos era más fuerte que cualquier sonido que pudiera salir de su garganta… Ella lo sabía y, como toda respuesta, honró a su primogénito con una leve inclinación.
Él se postró ante ella de igual forma, bajando la cabeza hasta dejar descansar su frente sobre las manos. A continuación, se acercó a Híz.
Desde la llanura, las flautas sonaban melancólicas de embriaguez. ¡Como si el triste sonido supiera de su desdicha! Mientras, la ruda piel del joven terio acariciaba la piel de la profetizada, las traidoras hondas penetraban como una daga en el pecho del príncipe, que movía su cuello, negando lo que su madre le confiaba a través del vínculo sin la necesidad del susurro.
—¡Todo estará bien! —dijo la reina Nor, colocando su espalda sobre la gruesa y fragmentada corteza, a la espera de que su hijo hiciera lo mismo con Híz. ¡Nunca el silencio de un hijo y su madre fue tan brutal! ¡No hubo ruegos ni súplicas en esta ocasión para con la encina, que se nutría de la sangre que le extraía a la reina Nor para salvar la estirpe de la profetizada, concediéndole el derecho a una nueva vida a través de la luz!, en tanto el cuerpo de su protectora, Tiulem Nor, se volvía opaco.
Fue entonces cuando el príncipe se percató de que la reina había perdido el favor de la encina. Aunque únicamente respondía ante Híz, la legítima monarca de los terios. Por consiguiente, a medida que se consumaba la ardua recuperación, su alma se dividía…
Loum fue la primera en llegar tras la batalla, después lo harían Azum y Tahum. Al verla, un pellizco en el pecho de Xium le obligó a olvidar todo lo demás que estaba por llegar.
«Hermana… ¿Lo has escuchado?… Híz…».
Fue en ese mismo instante cuando el príncipe se extrañó de que su hermana no se brindara al vínculo.
—¿Qué te ocurre? —susurró, molesto.
—Tengo que hablar contigo de algo importante —masculló Loum, retrayendo su mirada, porque no entendía la imagen que ofrecía la encina.
—¡Bueno, ya me lo explicarás más tarde! —dijo Xium—. Nuestra madre tomó una decisión que no le puedo reprochar, pero que cambia drásticamente tanto su posición como la nuestra en el reino. Lo cierto es que resulta irónico, Híz… ¡No es una Tidartiz, sino un Viggo! ¿Eres consciente de qué madre nos necesita? —suspiró viendo cómo su hermana afirmaba con un escueto gesto—. ¡Entonces no entiendo por qué mantienes el vínculo cerrado!
Y mientras su hermano la miraba severamente, Loum permanecía en silencio, ordenando las palabras en su mente antes de confesar:
«La razón no es otra que la desconcertante situación en la que me encuentro, hermano».
«Te sientes consternado por un simple cambio de linaje, pues aún no sabes lo peor», pensaba.
«¿Quieres saber por qué mantengo el vínculo cerrado? Lo hago porque me da miedo la influencia que ejerce la astilla que se infiltró en mí… No puedo entender cómo me ha sucedido, y obviamente necesito tiempo para sincerarme contigo. Pero hasta que no llegue ese momento no pienso poner en peligro la vida de los demás…».
—¡Xium, cógela! —gritó Loum, apartando la confesión de su mente para señalar a su madre, que se desvanecía a causa del tremendo esfuerzo al que se estaba sometiendo para salvarle la vida a Híz—. ¿A qué esperas? ¡Deja de mirarme y cógela! —gritó Loum a su hermano.
Este se giró con rapidez en tanto su mundo se ralentizaba, y el temor a que Híz muriera se avivó como fuego en sus pupilas para hundirse aún más en su dolor al descubrir que se trataba de su madre. De pronto, el comportamiento sospechoso de su hermana era insignificante, al igual que todo lo que lo rodeaba…
Sin embargo, antes de que Xium pudiera asumir su dolor, algo insólito ocurría en presencia de todos los integrantes de la primera guardia. Pues por segunda vez el joven terio había salvado la vida de la profetizada, llamando así la atención de la Deidad… Por consiguiente, mediante las leyes no escritas, le concedían en pago la existencia de su progenitora, envolviendo el cuerpo de Tiulem Nor en el luminoso manto de la nebulosa de la Araña. Un momento después, la Colina del Velo se volvió anaranjada, anunció de un cambio en la historia real. Su proclama llegó hasta el más pequeño recoveco o brote del sagrado bosque. Los reflejos del nuevo día se extendían entre las ramas, ofreciendo sus respetos a Híz de Viggo, quien se levantaba mimética con el entorno.
¡Y donde en su rostro daba el sol, el brillante anaranjado se unía con el ocre producto de la sombra! ¡Aquel espectacular cambio era el inicio de una realidad que no tenía precedentes! Un momento singular e importante para el pueblo terio que, tras el anuncio del bosque, se iba presentando a lo largo de la mañana en la Colina del Velo para honrarla.
«Tras conocer su existencia, la llamaban Orgullo del rey».
No obstante, a pesar de que la encina había concedido la luz a la joven Híz de Viggo, resulta imperativo que la hija de Uzcam y Dikaz adquiriera un hermano de eclosión. De esta manera, sería la auténtica monarca del pueblo terio. Todos ellos se sentían afortunados y orgullosos al saber que, también, era la profetizada. Aquello que ya muchos sabían, había dejado de ser un rumor cuando la ceremonia comenzaba con el anuncio de los cuernos.
Los guerreros se dirigían hacia la reina Viggo, y colocaban las armas más valiosas a sus pies. Al terminar, la Primera Guardia se presentó ante ella para escoltarla hasta la gran choza. Horas más tarde, regresaban con ella preparada para la ceremonia entre gritos y salves a su persona. Pero antes de recibir la gracia de la diosa encina, un silencio irregular dio paso a los honores de las cuatro doncellas del viento. Tras ello, la diosa se vinculó a la joven Híz Tidartiz, mediante la sangre, resurgiendo oficialmente con un segundo nombre: «Shahnaz» (Orgullo del rey). A continuación le fue otorgada su hermana de eclosión. En esta ocasión el honor recayó en Laceit, teniente coronel de vasta experiencia, muy reconocida entre las MAB (Mística Ave Bruma). Esta surgió de la encina rescatada del pasado, pues antaño fue montura del mismo rey Uzcam de Viggo. Fue entonces cuando Híz Shahnaz de Viggo dio la primera muestra de bondad ante su pueblo:
—Mi corazón y mi agradecimiento siempre estarán con vos, desde hoy serás Tiulem Nor de Uzcam —aseguró Híz, dando un tímido paso hacia su predecesora y cogiendo sus manos con humildad las llevó sobre su frente hasta que el vínculo entre ambas se manifestó, compartiendo su mimetismo y, por ende, su reinado. El pueblo salvaje se inclinó en su totalidad para honrar la primera decisión de la que desde ese preciso momento era la joven reina.
Xium la observaba de cerca.
—Majestad —dijo, acercándose.
—¡Sí, Xium! —asintió ella, esperando alguna reserva por parte del príncipe.
—Bienvenida a tu hogar —afirmó—. Sabía que eras demasiado dura para ser solo una princesita de Turmalina, ¡Híz Shahnaz, hija de Uzcam de Viggo! Entonces Loum también se acercó.
—Ahora comprendo por qué siempre has sido mi favorita, ya me revelarás cómo lo has logrado. En este momento me encuentro muy cansada —dijo, ofreciéndole una disculpa.
—¿Te encuentras bien, hermana? —preguntó Híz, sobrecogida por su apariencia—. Lamento si mi nueva condición te entristece.
—No podría apenarme nada que te haga bien, solo necesito recuperarme. Cuando me sienta preparada, te robaré algo de tiempo para que salgamos de cacería y, de paso, te daré algún que otro consejo —sonrió para finalizar la conversación con un tono burlón.
Pero Híz se quedó intranquila. Si había alguien fuerte y constante, esa era Loum. Por lo que lejos de creerla se quedó tremendamente preocupada. Sin embargo, sabía que lo mejor era concederle el espacio que necesitaba y esperar, pacientemente, a que estuviera preparada para compartir con ella la razón que le robaba el brillo a su mirada. Por duro que fuere, porque ella siempre estaría a su lado. Aunque su linaje fuera lejano, nunca lo había necesitado para sentirla su hermana.
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