
Por momentos pensó que se trataba de una aparición mariana. Los rayos de sol no le dejaban apreciar con la suficiente claridad aquella imagen que sin duda, le sobrecogió. Quiso cerciorarse dando varios pasos atrás, quizá de esta forma, vería con determinación la amplitud de aquella estampa. No pudo contenerse y susurró completamente emocionada: ¡María Santísima de la Estrella!
Apunto estuvo de arrodillarse, un impacto visual sin precedentes le emocionó. Sin duda, ver a su dolorosa en esas dimensiones, ante aquel edificio, justo a la vera de su idolatrada capilla, le colmó de gratitud, sintiéndose privilegiada al contemplar por primera vez aquella divinidad. Ya no pudo caminar más, quedó ahí parada, sin palabras, se aferró a cuánto y cuánto aquella imagen desprendía. No quería por nada del mundo empañar con sus lágrimas su visión, las mismas que secaba con cierta diligencia, para continuar embelesada, admirándola.
Lola, una apreciada vecina del barrio se perdía en el tiempo, la rutina le abrazaba y apenas le dejaba ver más allá, qué día era, qué mes o incluso qué año. Como cada mañana, bien temprano, tras un desayuno contundente, Lola tomaba su talega de pan y paseaba coqueta por las calles aledañas a San Jacinto, no sin antes, ir a verla.
Su infinita devoción no le permitía faltar ni un solo día. Quizá para ella era pura necesidad. Podría perfectamente cerrar sus ojos y describirla sin más: su rostro inclinado levemente hacia la derecha reflejaba una serena tristeza que traspasaba el alma, su mirada caía latente, al igual que sus seis lágrimas que recorrían sus mejillas. Conocía a la perfección sus mantos, sayas, tocados y pañuelos, no podría elegir, pues con todo lucía preciosa.
Entre dimes y diretes, en Triana algo se avecinaba pero no caía en la cuenta, Lola en esos momentos estaba a otra cosa y no prestó mucha atención, San Jacinto siempre derrochaba predilección por muchos, algo de lo que era plenamente consciente, pues vive allí una Estrella divina que desata pasiones en Sevilla.
Y Lola fue atando cabos. Las lenguas de correveidiles se encargaron de anunciarle la buena nueva. Se cumplían 25 años de la Coronación de su Virgen predilecta. Un peculiar Domingo de Ramos estaba al caer. Esta vez con rasgos otoñales y Triana se engalanaba para la ocasión. Poco a poco fue comprendiendo. Entre papel estucado, fiel a una añeja instantánea, el arte urbano tomó de la mano a su querida Dolorosa. Como lámina a lámina, unidas una a una, conformaron aquel majestuoso mural. Ese con el que sueña muchas noches, grabado, indeleble.
Será entonces cuando una Estrella valiente por excelencia, paseará por Sevilla entre rosas color champán, jacintos y fresias blancas al son de “Estrella Sublime”, una vez más nada le importará a la Virgen de la Hiniesta cedérsela, siempre una vez más.
Los nervios se apoderan de Lola y ya cuenta los días para pasear con ella, por el caminito, por Triana y Sevilla, por Sevilla y Triana…

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