
Sonaron los tres pitidos, agudos, breves, inconscientes. Mi cuerpo se movió solo, por inercia, sin necesidad de explicarle lo que hacer. Mis brazos volaban, golpeando el cuero del saco. Los guantes pesaban con dieciséis onzas, los más gordos, más pesados, más protectores.
Sin embargo no hay onzas que cubran el corazón, tu recuerdo aparecía entre mis pensamientos, colándose como un bisturí entre mi barrera de acero.
Tu suave rostro, perfilado y brillante, tu preciosa sonrisa y tus almendrados ojos. Era imposible olvidar esa faz, esos sentimientos y esos momentos.
Ya solo escuchaba los golpes en el saco, mis rugidos desde la profundidad del alma, desgarrada y dolorida. Mis brazos ardían con cada golpe. Bloqueando las muñecas y rezando para que el vendaje impidiera que se rompiesen.
Mis nudillos dolían, mis brazos picaban y mi corazón latía con estruendo. Sin embargo, todo eso dolía menos que escuchar tu risa como un eco. Ver tu mirada observando al horizontes y no sentir tu aliento en mi piel.
Espectro Errante