
El humo brotaba de la boca de la chimenea, serpenteante. Algo en su interior se cocinaba sobre brazas ardientes… El aroma que Expedia hacia notar que ni era comida, aunque para eso serviría.
Manuela Sánchez
I
Desde los tejados y las enaguas, un pequeño y curioso habitante observaba el bosque de chimeneas que refulgía a la luz de la luna. Cientos, miles de columnas de humo que lentamente ascendían al cielo, ocultando las estrellas y oscureciendo la ciudad. Sin embargo, había cierta paz y calma en el lugar. Una alternativa idílica donde el silencio era el protagonista y la paz el invitado de honor.
II
En silencio, recostado y relajado. El tic tac del reloj de pared a lo lejos, un libro de ásperas hojas y suave portada. Era una tarde fría de otoño y la lluvia caía copiosamente contra la ventana.
III
Quería concentrarme en mi lectura pero las llamas atraían mi mirada… Hipnóticas, danzaban sobre los leños y las brasas, crepitaban los troncos y los rescoldos al rojo vivo que calentaban la habitación, el bochorno llegaba hasta mí pero solo conseguía combatir el frío que se colaba por el cristal… tan rojo, tan vivo, fuego especial y rugiente.
Espectro Errante
I
La chimenea susurraba cuentos de humo al cielo. Los niños, con las mejillas rojas, creían que eran dragones jugando a dibujar nubes. El fuego dentro, como un corazón, latía fuerte para que el invierno no entrara en la casa.
II
La chimenea siempre ardió en el centro de la casa, pero nunca fue suya. Ella decidió encenderla para sí misma: fuego propio, calor propio, vida propia. La lumbre ya no era servicio, sino símbolo de libertad.
III
Cuando el fuego canta, la casa sonríe.
Humo leve sube, dibujando memorias.
Inviernos se acurrucan junto a su calor.
Misterios de leña que cruje y habla.
En cada chispa, un secreto antiguo.
Noche tras noche, guarda confidencias.
Espejo de hogar, corazón encendido.
Amor hecho lumbre que nunca se apaga.
Anita
I
El faro en las noches de tormenta,
calor del hogar donde todo se resuelve,
el recuerdo de quien ya no está.
Regalo son las manos de la persona que lo envuelve.
II
Antiguas historias me trae el aire.
Oscuridad helada, claridad candente.
Tradición, calma y enfoque.
Pasado, futuro y presente.
III
Al calor del carbón, la chimenea no para de humar.
Peques nerviosos, noche mágica.
Replica el silbido, a vapor se aproxima.
Al fondo se escucha cantar…
Rocío C Gómez
I
En Sevilla, la chimenea es casi un mito. Apenas se enciende, pero se exhibe como reliquia de casas que presumen de patio y azotea. Un fuego apagado en medio de una ciudad que, más que calor de hogar, busca calor de calle.
II
La chimenea en el salón burgués es adorno, no necesidad. Polvo en los ladrillos, velas en lugar de leña. Un símbolo que habla de aspiraciones más que de vida real: Sevilla no necesita fuego, pero insiste en aparentar que sí.
Nemesio Laverde
I
Agujero cuadrado con un cilindro vertical que mira al cielo y que en Écija se usa muchísimo en julio y agosto… Así podríamos definir una chimenea. O no.
II
Por deformación profesional, habitáculo abierto al mundo donde la materia orgánica se quema en presencia de oxígeno, donde el dióxido de carbono juega a porfía con las moléculas del aire generando un clima más relajado y donde esas pequeñas gotas de agua que se generan son prácticamente imperceptibles. Bendito calorcito que nos acaricia.
III
Alma del viejo Caserío, allá donde se queman los malos recuerdos y avivan escenas familiares que hacen crepitar los sentimientos.
Juanma García
Me perdería en la sierra, para enredarme entre distintos verdes y luces. Y cuando la tarde cayera, cobijarme ante el fuego de una chimenea, dejándome hipnotizar con vibrantes llamas y el silencio, ese silencio…
Patricia Delgado
Seré el deshollinador que limpie la suciedad que en tu mirada dejó el castigo del tiempo.
Ángel Salgado I
Con el recuerdo, aún vivo, de la caló ya remitente, comienzan los pensamientos del reencuentro navideño a la luz de una buena candela.
Ángel Salgado II
¡Más maera, niño! Gritaba la abuela cuando dejaba de notar calor en su espalda.
Y ahí que iba su nieto cargado de leños para apaciguar su escaso frío.
Ángel Salgado III
Si lo piensas bien,
no exagero. Tú y yo,
los dos, también
unas copas de vino.
Y el calor, recién,
de una chimenea, encendido.
Ángel Salgado IV
Y trás dejar el desvan y sus tesoros, seguí recorriendo la casa.
Llegué al antiguo patio de servicio.
Ahí donde se tenían las gallinas y los lavaderos.
Y al final del lavadero había un cuarto con una chimenea peculiar.
Una chimenea dónde, antaño, se ahumaban las carnes y los pescados.
Un cuarto con ganchos en las vigas para secar los jamones y los embutidos de la matanza.
La chimenea conservaba su hogar de hierro con puerta y espacio para ahumar.
Cerré la puerta y fui a otra habitación.
La Renacida
Cecilia Peral Gonzalez says
1 septiembre, 2025 at 14:59Las chimeneas de tus recuerdos son muy queridas por el amor que había en ellas