
En el corazón herido de Sevilla, donde las calles aún guardan ecos de promesas rotas y la vida se abre paso entre muros desconchados, la Esperanza de Triana ha vuelto a salir, no como procesión, sino como misión. Una misión que no se impone, sino que se comparte, porque toda obra cristiana nace de la comisión fraterna: del “co-” que une, del “com-” que congrega.
Esta remisión de la fe —renovada y humilde— busca redimir, reconciliar, sanar las heridas invisibles de las Tres Mil Viviendas, donde la carencia es cotidiana, pero también lo es la dignidad. Los misioneros no traen discursos altisonantes, sino el pro- de la promisión, el anuncio de una vida mejor, de un Evangelio que camina descalzo entre los suyos.
Mas toda obra divina requiere un alma que se submita al amor y no al poder. La verdadera submisión no es rendición servil, sino entrega generosa. Es dejar que la voluntad de Dios se derrame sobre la propia. Porque sólo quien se vacía puede transmitir —en silenciosa transmisión— la llama del Evangelio.
Y cuando el cansancio amenace, cuando las sombras del desánimo nublen el cielo, habrá que re-misional el espíritu, volver a enviar el corazón. Esta será la supermisión, la ultramisión, la que no conoce fronteras ni horarios, la que se cumple más allá de los templos y las cifras, allí donde la esperanza parece haberse apagado.
Entre los días habrá pausas, intermisiones de oración y escucha, porque hasta el propio Cristo se retiraba a orar antes de volver al pueblo. Y cuando esta jornada termine, la postmisión no será olvido, sino siembra: el fruto que brota después del paso de la Virgen, cuando el barrio entero, por un instante, se siente Reino.
Algunos renuncian al cargo, hacen demisión de su deber moral. Pero los que salen con la Esperanza de Triana no renuncian: perseveran. Porque saben que cada premisión, cada gesto previo, cada mirada al necesitado, es preludio de eternidad.
Así, la Misión de la Esperanza no es sólo un acto religioso; es un lenguaje nuevo, una gramática del consuelo. Y Sevilla, que fue reino y refugio, se descubre una vez más evangelizadora, co-misionada por la fe, redimida en el rostro del otro.
Que esta misión no acabe en las Tres Mil Viviendas, sino que atraviese la ciudad entera, transmita su luz y remueva los corazones.
Porque donde hay Esperanza, hay Reino.
Y donde hay Reino, siempre hay Triana.

Deja una respuesta