
Aun criándose en el barrio de Heliópolis, fue sevillista. Una cruz un tanto peculiar a cuesta. La misma que llevó con dignidad. Porque no todo era fútbol, cuando la amistad se entrometía haciendo de las suyas, cuando el respeto prodigaba contundentes valores, todo fluía sin más, en aquel barrio tan verde y blanco.
La noticia de la construcción de un Estadio justo en el barrio rival se coló en casa, siendo mi padre contratista de obras. Suponía trabajo, eso de llevar un sueldo a casa, estabilidad, en años precisamente, no muy halagüeños. De primera mano vimos crecer lo que popularmente denominaron el Templo del Sevillanismo. Todos y cada uno de los entresijos se cocían a fuego lento en casa. Ansiaba la llegada de mi padre y escuchar sus hazañas y aventuras, a destajo, de sol a sol, entre ladrillos y cemento.
A veces llegaba, apenas comía y con un simple gesto de complicidad, me guiñaba el ojo y ambos partíamos a las obras, pura fantasía, porque, sin duda, tenía a mi lado el mejor de los cicerones, y de su mano recorría escondrijos verdaderamente singulares, incluso caminar por parte del graderío por edificar, todo un privilegio.
Fue entonces cuando llegaron los primeros partidos, primeros fichajes, primeros encuentros, y el sentimiento sevillista iba creciendo sin querer, reflejo de una imagen fraternal venerada. Mientras en mi barrio, dónde me crie, rodeados de amigos béticos, en aquel campo de fútbol improvisado, echábamos la moneda al aire, y rezaba para que me tocara ser del Sevilla, si, ese eterno rival, para cuando marcara un gol, celebrarlo sin aspavientos, voz en grito, todo un incomprendido, que muy pocos podrían comprender.
Mientras tanto la vida se hacía camino, y un niño vino al mundo cual bendición. Una de las primeras visitas estaba adjudicada a la Peña Bética de Heliópolis. Pues mi querido amigo de la infancia tomó sus riendas por muchos años. Allí nuestra cita tras los partidos era esencial, donde reñíamos, donde charloteábamos, donde celebrábamos, las glorias del Betis y las derrotas del Sevilla, o viceversa. Abanderando respeto entre una infancia que siempre nos marcó.
Mi pequeño crecía en aquel ambiente, demasiadas tardes en aquella entrañable Peña. Aún recuerdo, una de tantas tardes, como mi querido amigo relió a mi pequeño en una bandera bética y cual profeta, auguró su inmediato futuro: ´´Éste será bético´´.
Hoy en día, el niño que no es tan niño, viste camiseta de trece barras. Quizá fue algo inevitable, a sabiendas que llevo y llevaré sobre mis hombros ´´la mea culpa´´. Esta vez, el pequeño no quiso seguir los pasos de su padre, simplemente, se dejó llevar por un sentimiento que nació en él, sin más.
Cuando llega el derbi, ambos nos abrazamos y casi al unísono susurramos: ¡que gane el mejor! Sin embargo, el niño tiene que quedar por encima, gritando eso de ¡Mucho Betis! Entonces me siento en mi sillón y simplemente, disfruto del espectáculo.
Parece mentira…
