Oyendo tus palabras, todos caen rendidos ante tu prolífera prosa pseudo poética. Juntando letras al azar, alzadas a viva voz mientras las babas caen embelesadas.
El camino se hace largo hasta comprender lo que hablas, lo que tratas de decir sin que nadie consiga entender nada.
Diarrea verbal, bien trabajada, pero sin imagen literaria.
Continúa el espectáculo de unión de vocablos, entrelazados con alguna mirada imponente, preparada ante un espejo barato. Sin la revisión necesaria, pero con la precisión arbitraria del que sabe lo que hace.
Con la necesidad de subirse a un atril, megáfono en mano, sigue la retahíla de mentiras adornadas con verdades banales. Tratando, así, que todo parezca creíble.
Y nadie dice nada, el pueblo calla. Asume y silencia su pensamiento hasta que ya se deja de pensar. Y la mentira previamente cuestionada, deja de ser cuestión y se convierte en verdad incuestionable, no por su naturaleza, sino por su abandono.
En el mundo de lo inmediato y de la necesidad visual, hay veces que sobran las letras en las pantallas, y en tu caso, sobran tus mentirosas palabras.