Arrancaré esta Oda sevillista como le gusta al Filósofo, si las agujetas que tengo en mis extremidades superiores me lo permiten.
Visitaba Tú/mi/nuestro estadio uno de los equipos más en forma del inicio liguero. Los ches reservaban pensando en el encuentro europeo a Soldado, uno de esos ‘9’ que están aporreando las puertas de la Selección y tratando de sortearse el sitio que el Niño Torres fiasco tras fiasco, se empeña en perder.
El Sevilla de Marcelino salía con lo de siempre, sin novedades, con Kanouté y Negredo arriba y con el regreso en la zaga de Julien Escudé acompañando al gran central y capitán bosnio Spahic.
El arranque del encuentro fue dubitativo; diez minutos de inestabilidad, tanteo del estado del contrario y poco fútbol.
Tras este período de tiempo, extraño en el césped, el Sevilla comenzó a dominar. Toques y toques se sucedían, llegadas iban y venían y la sensación en la grada era de: “¿Y este es el Valencia que toreó al Barça del todopoderoso Messi?” Pues sí, el Valencia era un títere en manos sevillistas. Los del Rey San Fernando en el pecho tenían el control absoluto del partido y dos jugadas muy seguidas, precedidas de una exquisita presión, tenían que haber terminado con el gol en las mallas de Guaita. El futuro del gol y las sensaciones de “no hay forma de que entre” se cruzaban en nuestras mentes hasta que una nueva presión de todo el equipo en bloque, iniciada por los delanteros y extremos, lleva a Jesús Navas a robar un balón, circular unos metro y ponerle un pase perfecto al Gigante de Mali el cual, tras mirar al portero, a la portería y a los centrales que lo rodeaban, decidía que el balón iría ahí, a la zona izquierda del canterano valencianista y la grada eufórica entona el “todos queremos que marque Kanouté” Abrazos, besos, empujones de alegrías; locuras varias se mezclaban y el sentimiento de que ya era hora.
Tras este instante el equipo sigue funcionando y Medel empieza a gestar la leyenda…
Con un par de ocasiones más, nos vamos al descanso con grandísimas sensaciones; esas sensaciones que Marcelino se empeña en justificar en Sala de Prensa pero que sólo se mostraron en pretemporada.
Comienza la segunda parte y cómo cabía esperar, el Valencia intenta abrirse, salir al ataque y tratar de empatar ante un rival directo para puestos Champions. Tras unos minutos de dominio che, Trocho comete la tontería del partido. Balón en campo naranja, sin presiones, sin peligro y realiza una entrada que le cuesta una amarilla, -la segunda- y se empieza a mascar la tragedia. La grada sufre y aparece el fantasma de las ocasiones fallidas en la primera mitad.
Poco después, ya con Rakitic en el campo, pero aún descolocados por el color bermejo de la cartulina vista por Trocho, SQD se traga un balón a sus espaldas, el delantero se le marcha y comete penalti claro en la portería de Gol Norte. Dos hombres menos, más que posible empate a uno en el marcador y muchos muchos minutos por delante para aguantar el chaparrón. Pues nada de todo eso, la grada de Nervión, esos guardianes incontenibles, indestructibles que aparecen cuando la magia surge, cuando realmente es necesario, crearon un vendaval de aire que provocó que el balón lanzado por Banega se estrellara en el palo y saliera fuera del área dónde ocurrieron dos cosas, Spahic despejó el esférico a la grada y la grada despejó todas las dudas con el equipo. A partir de ahí todo fue comunión, amor a unos colores y todos y cada uno de los que allí estábamos basculábamos en la grada, gritábamos hasta quedar roncos, aplaudíamos y cantábamos hasta la última alícuota de nuestros corazones, para tapar los huecos que había en el campo por la falta de jugadores. ¿Realmente eran 9? Yo veía 35-36.000 personas corriendo en el césped, luchando con todas muestras fuerzas. Los tirones de Medel eran mis tirones, cada despeje de Spahic era un despeje mío, cada balón sacado a la grada de Fernando Navarro era un soplo de aliento del Filósofo de Nervión, cada carrera de Cáceres eran obra de Comodoro, y así es imposible que se escapen puntos de La Bombonera.
No recuerdo unas agujetas y una paliza tan grande. La segunda parte fue muy exigente para los 35-36.000 sevillistas que defendíamos la portería de Javi Varas con fútbol, cánticos, aplausos y muchos muchos huevos… (perdonen la expresión pero me estoy emocionando)
Destacar las dos manos de Javi Varas, especialmente la última, digna de los más grandes en el Olimpo de los guardametas, y el brutal esfuerzo y desarrollo de testosterona de Gary Medel. “He vuelto a ver el espíritu de Inty Podestá en el cuerpo de Medel”, esas fueron las palabras del Filósofo en el segundo uno que nos vimos tras retomar el aliento que habíamos perdido sobre el cemento y el césped del Ramón Sánchez Pizjuán.
Crónica de un partido grande, de un acierto tras otro y el nacimiento de una comunión que nos puede llevar a las azoteas de la LFP.
Para terminar una pequeña apreciación para aquellos incrédulos que viven para criticar y que poco objetivos son, si es que se puede usar el término objetividad al hablar de nuestro Sevilla FC, seguid pensando que el equipo es una banda, que no tenemos ni equipo, ni banquillo, ni entrenador. Seguid hablando de Monchi en forma carnavalesca y seguid largando fiesta de Del Nido, pero recordad una cosa: a día de hoy tras 5 jornadas jugadas, seguimos imbatibles, los tres últimos partidos sin encajar goles y como última reflexión, decir que el “Jeque-Team” malagueño y la Naranja Levantina mecánica ya han pasado por Nervión y nos lo hemos “pasado por la piedra” Por algo será…
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