Arranca el día según lo planificado. La aventura marcada y los designios del azar limitados a la mínima expresión.
La expedición surca montañosas veredas…
El equipaje se puede considerar breve para otras acampadas en campos base más humildes que los del Everest. Todo trecho caminado, es trecho conquistado y sin mirar atrás caen los kilómetros.
El día da paso a la tarde con un mediodía justiciero donde El Sol juega a ser el mejor de sus pistoleros.
La expedición surca montañosas veredas…
A mitad de ese destino no marcado, tiro la brújula y me dejo llevar por lo marca el azar. Las montañas se abren paso unas a otras y un pinar nada sombrío se ensalza como el mejor escaparate posible.
Ponemos pie a tierra desde nuestro improvisado campo base, tomamos las provisiones y comenzamos la andadura…
La expedición surca montañosas veredas atravesando puentes de madera sin atisbar el objetivo. Montañosa vereda de fina arena movediza que te atrae hacia ella y cada paso… Cada paso más delicado, más complejo. La dificultad de avanzar ser nota en nuestras caras. Se respira el miedo en el ambiente pero retroceder es imposible y continuar de valientes.
La valentía y el arrojo característico de los expedicionarios decide por ellos mismos obligándolos a llegar a algún sitio. Segundos,
minutos, tal vez alguna hora después, logran ver un rayo de luz que ilumina el último de los pinos que gobiernan el camino.
Proseguimos con fe, y más pronto que tarde llegamos a nuestro anhelado destino.
-¿Será un Oasis?, se oye durante los últimos pasos de la tropa.
El oasis se hizo realidad; una realidad de fina arena, olas tranquilas que arrastran pocas algas y todo en el fondo de un enclave rocoso digno de admirar.
Nunca un camino hacia la playa fue tan historiado… Nunca desde que Julito Verne se perdió en los confines de sus viajes.
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