Todos somos conscientes del tiempo al que nos estamos enfrentando, en una tierra donde la lluvia, el viento o una leve brisa ya nos imposibilita para el normal vivir y convivir. Somos “Homos soleadensis”.
Estamos ante un fuerte frente de lluvias y una alerta naranja que contrasta con la negrura que os traigo.
Yo, alguien cualquiera de Sevilla, un sevillano de costumbres, de sol, de trabajo incansable y calle, mucha calle se ve un poco presionado por estos días. Presionado, sí, aprisionado también, sin la posibilidad de pasear alegremente por calles y barrios de mi ciudad, he sido testigo de una estampa de las que me hacen meditar; meditar y ahora escribir.
Me acercaba lentamente a un gran charco, enorme piscina la que se había formado en las cercanías de un semáforo. Dejo mi coche justo detrás de un enorme camión esperando a que el semáforo nos permitiera proseguir con el día. Odiar estos días me hace estar un poco más irascible, más sensible por así decirlo, pero todo se ha pasado l ver unos pies oscuros, dentro de unos zapatos beige de verano con suela de goma inundados, un pantalón haraposo de chandal, una camiseta de mangas largas, un cuello, unas orejas, una cara, un pelo todos muy muy negros y una mastodóntica sonrisa blanca. Mi amigo el negrito del semáforo de La Cartuja, hoy no tenía ni calcetines, otros días, a diferencia de hoy, no tenía paraguas, pero hay una gran constante en él: su contagiosa sonrisa.
No hay día que pase por allí que se pare a saludarme, a preguntarme por cómo me va todo… Él, al que aparentemente la vida le dio la espalda, transmite un buen rollo especial, algo diferente y encima te planta el puño en tus cercanías para que choques con él, para que brindes por un bonito día; el mío, dentro de un coche de varios miles de euros, con ropa de marca y con 10-20-30 euros en la cartera; el de él, esperando a que sus amigos los conductores le den algo por su sonrisa, porque como producto es lo único que puede vender. Bueno, y esos paquetes de pañuelitos que desconozco si son los mismos del primer día que lo saludé, hace ya…
Debo confesar que jamás le di un céntimo, jamás le compré un tissue, jamás, pero cada día pienso en darle algo de dinero, alguna prenda de mi casa de esas que para mí no son más que un posible trapo para Rocky y que para él se puede convertir en un Dolce Gabanna…
Otro día pasó, otra oportunidad perdida…
El alma se me inunda cuando ves a buenas personas sonriendo ante las adversidades. Sigue sonriendo amigo, pero ojalá a distancia de ese puto semáforo, bajo techo y con un trabajo decente. Quien sabe…
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