Ni siquiera unas flores fueron capaces de ablandar su corazón. En otra época, ahora ya lejana, un ramo con rosas hubiera sido suficiente para que los insultos y las ofensas se quedasen en el olvido, sin más importancia que un recuerdo lejano y tedioso, amargo por su crudeza. Sólo unas flores y un guiño de ojo en el momento adecuado, aunque pasado, para tirar a la basura el odio y el desengaño, las afrentas a toda una vida de complacencia.
Esta vez no fue suficiente. Tenía sed de venganza, estaba ávida de hacer daño donde y como se lo hicieron a ella. En su vocabulario ya no tenía cabida la palabra perdón, y se dejó llevar por esa ambición incontrolada de hacer lo que nunca se atrevió.
Las flores quedaron en la encimera de una cocina que, aún recogida, presagiaba el desastre que se avecinaba. No aguantaron en pie y en menos de un segundo se convirtió en un cementerio de tallos rotos y cristales hechos añicos esparcidos por la solería que había tenido épocas mejores. Ni siquiera miró atrás cuando sonó el estruendo tras sus pasos. Se dirigió a la escalera de caracol que la separaba de la habitación donde tantas otras veces ella yacía escondida llorando en silencio unas lágrimas amargas como la hiel cuando se marchaba tras un portazo, dejándola sola, vacía, destruida en la más completa soledad y miedo.

Dejó sus zapatillas perfectamente colocadas a los pies de la cama cuando entró en la habitación maldita, testigo de tantas atrocidades que estaba decidida a terminar en ese mismo momento. Allí estaba, tumbada junto a la persona que más había amado en su vida, tan guapo, tan fuerte, tan seguro de todo, tan engominado aun durmiendo…. Apenas se atrevía a respirar por no despertar a la bestia, sólo quería hacer de ese momento algo suyo, algo para siempre, algo que pese a los años siguiera estando tan presente como el dolor que sentía con cada desprecio y cada golpe silencioso.
Sólo bastó un trago, no le costó esfuerzo hacerlo pasar a través de su garganta, sólo quería dormir plácidamente al lado del amor de su vida, para que al despertar él jamás pudiera olvidar su rostro. Se durmió, cayó en los brazos de un Morfeo con guadaña en el más placentero de los lugares.
Sí, cuando él despertara ella estaría sin estar y su cuerpo, frío e inerte ya, asolaría la voluntad de quien quiso tantas veces callarla. Ni siquiera esas flores que un día la hicieron suspirar, ahora tiradas en una cocina vacía y callada, la hicieron olvidar, pero aquel sueño profundo en el que había decidido morar acalló su dolor para siempre.
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