
EDITORIAL
Vivíamos, vivían nuestros abuelos la España de los 60, donde nuestros padres correteaban por plazuelas y calles adoquinadas de aquella manera y bajo el mando del Tito…
Era una España dura, difícil de ilusionar salvo a los que ya intuyes y el pueblo era feliz el día que veían a sus hijos llevarse una hogaza de pan, bien racionada por ellos, aunque ellos se quedaran sin cenar. Tazón de eso que llamaban café, que por supuesto no era, y a la cama.
Pues entre tanta miseria, analfabetismo y penurias resurge una figura desconocida en un mundo blanco de pijos que se divertían pasando una bola a través de una red en campos de hierba o de “arena”…

Manolo Santana fue ese ángel, con un objeto en la mano que llamaban raqueta, que aportó luz e ilusión por ser español, porque quitando el Real Madrid cuando ganaban aquellas Copas de Europa, poco relacionado con España les podía hacer felices. Y lo consiguió…
Dos Roland Garros en tierra batida, tierra roja o arena para la gran mayoría en aquella época, un US Open y sobre todo, su Winbledon del 66. Oro Olímpico en una disciplina de escaso arraigo olímpico pero sobre absolutamente todas las cosas, abrir la puerta a un deporte desconocido. Todos querían ser Manolo Santana…
Luego llegarían grandes raquetas y hoy en día, aun disfrutamos de Rafa Nadal, pero el pionero, el que puso la primera bola en la línea fue él. Descansa en Paz, Manolo.
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