Escucho tu aullido silencioso mientras los ecos de la ciudad bordean la plaza encontrándose entre ellos en la inmensidad sonora de la nada.
Demostrando tu naturaleza te muestras implacable, con tu víctima; la rodeas cual eco, la acosas en la oscuridad de una noche que solo se libra del pánico por una humilde y casi imperceptible luz que procede de una farola solitaria y lejana que tintinea mostrándose como pavorosa ante ti. La víctima se siente indefensa y cada segundo más pequeña, frágil e indefensa. Tu voracidad parece no tener límites y tus afilados colmillos se clavan sin miramientos.
La cacería ha comenzado y aún se puede distinguir a la víctima; no hay dudas, vas a seguir constante en tu rudeza mientras el cuerpo empieza a perder sensibilidad en ciertas extremidades. Añicos parece en tus garras, una marioneta entre tus manos. Las suyas bien han podido desaparecer ya por tu majestuosa obra mientras de fondo suena una silenciosa sinfonía donde la percusión provoca el penúltimo sobresalto, el penúltimo estremecer mientras te muestras sin piedad.
Cayó la noche, pasan las horas y en la madrugada te agigantas mientras yo, silenciosa y callada víctima te sufro, te padezco cubriéndome para tratar de evitar lo inevitable.
No quedan cartones por atravesar, ni papel de periódico por colocar y sí, lo conseguiste, llegaste a mis adentros desgarrando mi piel, congelando mis extremidades y riéndote de mí, más silenciosamente que nunca.
Deja una respuesta