De más joven, mucho más joven, cuando nunca pensé en escribir ni La Morada era Proyecto, un buen día, sin saber muy bien el porqué, en un arrebato de inspiración cofrade, cuadré un taco de folios, un bic masticado que encontré en el estuche y comencé a escribir las primeras líneas de mi Pregón.
Dicen que lo difícil es comenzar o tal vez el cómo comenzar y no les quito razón. Y qué importante son maneras…
Solo tenía claro, cristalino, a quien irían dedicadas las primeras palabras e incluso las últimas: principio y fin, alfa y omega. A buen entendedor…

Recuerdo muy poco de aquel escrito perdido en el baúl de los recuerdos, extraviado y olvidado que después de varios mudanzas sabe Dios si aún se pueden considerar el mismo papel, son cenizas o alma de otros folios escritos y por escribir.
De entras esas palabras había una frase dedicada al Señor de Sevilla, tal vez poco originales, -para mí eran un brote inimaginable de inspiración- donde me imaginaba yendo en su búsqueda en una Madrugá cualquiera y delante de Él, sin nadie a mi alrededor en el interior de una bulla, le decía que quién era yo par escribirte y decirle nada a Sevilla desde ese atril del Maestranza cuando Tú diste la callada por respuesta, cuando tu silencio aún inundan nuestras calles a tu paso y cuando en San Juan de la Palma se viste de blanco.
Nada innovador, lo sé… lo asumo… y aún así, aquí lo tenéis en un pequeño artículo inicial con esos pequeños recuerdos de juventud.
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