Con la soga hasta el cuello, cual brote que lucha por salir de la tierra buscando aire y sol. Sin más vida que sobrevivir, sin nada que termine de llenar los vacíos que tiene. Los vacíos que añoran los tiempos en los que estaban a revienta calderas. Momentos en los que hasta pedía calma y soledad, ¡qué tiempos aquellos!
Y no cree que cualquier época pasada fuera mejor. No lo cree porque si la vivió, la sintió de tal manera que ahora no lo haría igual, es imposible. Por lo que pensar que fue mejor con lo que es hoy en día, en la persona que se ha convertido, es una quimera, una falsa ilusión y un sentimentalismo que no procede. Y no le lleva a nada.
Se sentó en la mesa solo, deseando estar rodeado. Con un vaso vacío y una botella a medio llenar. Mirando el movimiento que hacían sus manos. No levantaba la cabeza más allá del ángulo necesario para observarlas.
Seguía esperando a alguien, aunque su rostro indicaba que se quedaría allí sentado, solo, el tiempo necesario. Como con ganas de contar lo que barruntaba dentro de su cabeza y que le iba a explotar.
Cogió el vaso con su mano derecha y lo movió ligeramente de sitio. Volvió a su movimiento de manos. Parecía un ritual, dedo pulgar de la mano derecha sobre el interior del dedo corazón de la mano izquierda, luego repetía con el dedo índice. Un par de veces y vuelta a empezar sin destino aparente.
Mantenía la espalda casi recta, apoyada en el respaldo de la silla hasta que la curvatura de su maltrecha espalda lo alejaba definitivamente. Los brazos apoyados en el borde de la mesa. Las piernas dobladas, cruzadas y apoyadas entre sí con un intenso tic nervioso. A ritmo constante, marcando el tempo a la melodía que acompañaba al resto de su cuerpo. Todo armónica y desordenadamente orquestado.
Y allí se quedó, con su mirada fija en sus inquietas manos, agitando su curvada espalda con los espasmos de sus piernas cruzadas, mientras su cuerpo seguía esperando lo que su mente sabía que nunca llegaría.
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