Dicen los muy entendidos, entre los cuales me niego a situarme, que la vida solo se entiende con la muerte y como yo soy de llevar la contraria, les diré directamente, que un mojón pa ellos.
Perdonen la expresión anterior pero no he sabido rematar lo que quería expresar como esos los muy entendidos y es que me enerva pensar que estamos aquí de paso, que un buen día -más bien malo- no tendremos posiblemente ni tiempo de decir adiós. Nuestro cuerpo se apaga, se ataca a sí mismo conociendo sus propios puntos débiles y nada puede hacer él contra un ataque tan demoledor y se acabó lo que se daba. ¿Y para eso tanto trabajar? O peor, ¿para eso tanto amargarse con idioteces, peleas, discusiones y pamplinas? Para eso… y da igual si lo has hecho bien o mal. Da igual.
Quizás no dé igual, ¿no?
Todos recordarán puntual y esporádicamente si eras alto, bajo, gordo, canijo, más o menos feo o si tenías algún defectillo de esos que te denominan y que sirve para que tus amigos te nombren en el gentío, pero si tu alma, tu corazón y con ellos tus actos son especiales, esos se quedan grabado a fuego en las almas de los otros cuerpos con los que has cohabitado. Y eso es para siempre…
La eternidad del recuerdo.
El cuerpo se va, pero lo inmortal es etéreo; sublime en lo positivo; sutil en lo negativo.
Lo sublime no tiene parangón ni olvido, lo sutil podemos obviarlo por menosprecio e indiferencia porque incluso sin cuerpo material, estamos en posesión del convencimiento de que le seguirá doliendo.
Ustedes deciden si pueden, saben y quieren ser sublimes para la historia de los suyos o simplemente un olvido sutil e indiferente.
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