Viento en popa, rumbo marcado, isla paradisiaca que se divisa sin necesidad de mapa, barriles a rebosar de ron y todas las jarras sin picaduras… ¿se puede pedir más?
La experiencia de este marinero de aguas turbulentas, escapista de la vida con charanga y honores, me hace presagiar alguna ola inesperada y eso no permite la tranquilidad completa, el sosiego perfecto y la perfecta imperfección que trae consigo la felicidad.
Este derrochador de sensaciones, guarda para sí, un escapulario de temerosas nubes que surcan su cabeza al mismo ritmo que el oleaje de su corazón. ¡Ni borracho quiero perder lo puntiagudo de mis orejas!
El futuro es el próximo presente y ya está aquí, sin tocar el timón y la tripulación no entiende de barcos, nunca mejor y peor dicho. ¿Se imaginan un contramaestre inexperto y un grumete con babero? Todos aportan, todos suman esfuerzos y restan ron. Maldito ron.
Para un navegante la vida nunca está en calma por más que la mar así lo haga indicar y si lo está, alborotamos, chapoteamos en charcos, incordiamos en palacetes, sisamos en mercados y correteamos por callejones sin salida hasta encontrar una ventana por la que colarse, una falda tras la que esconderse y una cama desconocida donde cobijarse.
Tal vez sea nuestro sino, tal vez un modo de vida, tal vez la vida en sí misma…
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